En las últimas películas de Tim Burton todo es incluso más espectacular que antes (porque los efectos visuales, con los años, han sido perfeccionados hasta límites increíbles), todo está medido y es impecable: efectos, vestuario, reparto, ambientación, puesta en escena, banda sonora, sonido… Y su “personal universo”, como suelen decir en la prensa, continúa por las mismas sendas: freaks, mutaciones, niños raros, adolescentes siniestras, criaturas mágicas, reciclaje de los viejos monstruos de la Universal, humor, guiños al fantástico que pobló la infancia del director… Pero falta algo. Uno sale de algunos de sus últimos filmes con la sensación de que Burton ha puesto todo en el proyecto, salvo el corazón. Pienso en El planeta de los simios, en Alicia en el País de las Maravillas, en este Dark Shadows y, en menor medida, en Sweeny Todd, aunque la considero su mejor película desde Big Fish. No cuento La novia cadáver porque la dirigió a medias con otro cineasta, pero me parece una obra maestra.
En Dark Shadows, como digo, el envoltorio roza la perfección. Sobre todo ese homenaje nada disimulado a la Hammer y esa aparición breve del gran Christopher Lee. Y uno se siente cómodo cuando la película empieza. El prólogo es ejemplar. El reparto es para quitarse el sombrero. Uno se echa unas risas y descubre que, aunque la publicidad la ha vendido como una comedia, en realidad es algo más oscuro, más siniestro. Sin embargo, a medida que transcurre el metraje, pierde fuelle. Se desinfla. Algo no funciona del todo. Uno ya no se emociona con la historia de amor como sucedía en Big Fish o en Eduardo Manostijeras. ¿Recomiendo verla? Por supuesto. Aunque sea fallida, yo no me pierdo una de Burton. Y él, al menos, es fiel a su universo, a su catálogo de raros e inadaptados.