Dark Souls: La máquina del tiempo

Publicado el 26 noviembre 2011 por Portalgameover

Fui hueco durante un tiempo, pero al calor de una hoguera resucité. La carne putrefacta y corrompida por la muerte recuperó el aliento que sólo la existencia es capaz de otorgar. Volví a ser el que una vez fui y me supe de nuevo humano en mi armadura, pero también tuve miedo de volver a morir.

Un cuervo descansaba, como yo, sobre una roca. El viento alborotaba sus plumas mientras miraba hacia mí con curiosidad. ¿Acaso éramos los únicos con vida en aquel desolado lugar? Cuando alzó el vuelo contemplé sus alas hasta que se perdieron en la distancia y supe también que estaba solo.

Me incorporé dispuesto a proseguir despacio mi camino. El sendero que ascendía por la escarpada ladera se hacía cada vez más estrecho y angosto, pero ya quedaba poco para alcanzar la cima. Al llegar arriba pude por fin ver la muralla derruida por los siglos y la guerra, el lugar donde una vez lo perdí todo. Apoyé mi cuerpo sobre ella para tomar aliento y miré al cielo. El peso de la armadura convertía cada paso al frente en un triunfo, pero la lentitud de mi viaje también obedecía al miedo. Sabía que estarían allí de nuevo, aguardándome.

Sentí entonces el gélido filo de la hoja en mis entrañas. Bajé desconcertado la mirada y vi que uno de ellos se encontraba frente a mí. Sonreía con satisfacción, ya que la limpieza de su estocada había conseguido atravesarme con facilidad, fijándome al muro de piedra como un grabado a una pared.

- ¿Quién eres? –pregunté.

- Ya no soy, fui –respondió.

- ¿A qué has venido?

- A matarte.

Cerré los ojos y comprendí que pronto el alma abandonaría de nuevo mi ser, pero ya no tenía miedo. ¿Acaso es vivir, vivir con miedo? ¿Quién elije entre el orgullo y la miseria? ¿Qué te hace libre o te convierte en esclavo? Grité de dolor y de rabia, consumido por un odio que silenció al propio viento y de una patada quedé libre de mi atacante. Al hundir mi espada en su cuerpo, la sangre oscura brotó con violencia y se deslizó suavemente a lo largo del acero hasta empapar mis manos, inundándolas por completo de su calor. Turbado aún a causa del calvario de mi herida y el éxtasis de la victoria, bebí un reconfortante sorbo de estus y sonreí: Estoy vivo y no tengo miedo.

Sobre el suelo se dibujó entonces mi propia sombra, proyectándose también en el cadáver de mi enemigo. Giré sobre mí mismo y pude ver cómo los brillantes rayos de luz se abrían paso entre las nubes, partiendo el cielo en pedazos. Bendito sea el sol, pensé. En la lejanía se erigía majestuosa la torre del campanario. He de continuar mi camino. Ven conmigo, tan sólo necesitarás paciencia y aplomo. Conozco un lejano lugar, tan antiguo como el propio mundo. Lo llaman Anor Londo y en él podrás recobrar lo que el tiempo arrebató una vez de tu memoria. Recordar aquello que jamás debiste haber olvidado. Allí aún perdura la mirada fascinada de un mocoso frente a la pantalla de Space Invaders. Un adolescente que dejó plantada a su novia a cambio de un instante de gloria. La paga de un domingo consumida por una inquebrantable sed de venganza. Allí pervive intacta la razón por la que un día, hace ya mucho tiempo, decidiste amar los videojuegos para siempre.