David Bowie, en la primera parte de los años 70 se convierte en una estrella indiscutible, por editar discos que pasan a la historia de la música y por romper moldes en todos los sentidos, ya que sus alter-egos y sus imágenes irreverentes, le convierten en un verdadero icono que traspasaba más allá de lo musical. Su melena pelirroja y su adicción a las drogas, todo tipo de escotes, prendas y maquillajes que suponían una ruptura con las normas estéticas, le elevaron a la categoría de ídolo, incluyendo la androginia que hoy fascina las pasarelas, por no hablar de su abierta bisexualidad. Pero si en esa primera mitad de la década setentera, Bowie se convierte en leyenda viva, es en la segunda mitad donde Bowie es más Bowie que nunca, se reinventa y parte la pana, sabe evolucionar como pocos, consiguiendo ser único e inimitable. Ya con Young Americans da un giro al soul en 1975, y con Station to station un año después incluso mezclado con aires jazz, pero es sobre todo en 1977 con Low cuando hablamos de una ruptura definitva con su anterior status, de un viaje a una nueva galaxia musical, de la experimentación a saco, la inmersión en la cultura centroeuropea, la de Berlín y el krautrock.Es ahí, en terrenos en principio poco propicios para él, donde unido a Brian Eno (que venía de su travesía por el desierto después de dejar Roxy Music) empezará a crear otro universo propio y ser vanguardia absoluta, que no todo el mundo entendió, cosa que a mucha gente le costaba ya que seguían en Ziggy Stardust o Aladdin Sane, pero él iba siempre por delante, y todo esto a la vez que ayudaba decisivamente a Iggy Pop a hacer historia con The Idiot y Lust for life en ese mismo 1977, recordemos que vivían juntos en Berlín.
Abre el disco Speed of life, con esos saxos y sintetizadores además de ser un tema realmente adictivo y fresco por todos sus poros, e incluso diría que alegre con toque futurista, un instrumental genial para abrir el álbum. La guitarra inicial de Breaking the glass de Carlos Alomar nos abre un tema que en el fondo realmente es clásico, pero con una fachada de mucha novedad con ese toque funky. What in the world con esa trepidante percusión te embelesa rápidamente, mientras Carlos Alomar despliega poderío a la guitarra, además de esos dobles coros del propio Bowie. Y llega Sound and vision con esa intro instrumental donde los teclados de Eno navegan a sus anchas, con esa melodía espacial que te atrapa desde el principio y esa voz... esa voz... sideral. Always crashing in the same car es un medio tiempo, que me parece una joya en si misma. Be my wife se basa en un piano rimbombante y un solo de guitarra sideral, además de una melodía fantástica de un Bowie en estado de gracia, temón. A new career in a new town te seduce por sus sintetizadores del inicio, hasta que entra el ritmo brutal, una delicia compositiva, otro instrumental glorioso.
En su edición antigua de vinilo, la segunda cara comenzaba con Warszawa, otro mundo aparte dentro del mismo disco, un tema casi instrumental, donde el ambiente que crea, casi de banda sonora, te sumerge en otro planeta musical, donde hay fascinación y misterio a partes iguales, una de esas piezas que te dejan dado la vuelta. Art decade continúa con la experimentación sonora, ambicioso tema también, y en la onda de banda sonora como su predecesor con muchos detalles sonoros de este tema instrumental. Weeping wall está dominada por sonido de sintetizadores y percusiones siendo menos sorprendente en este caso. Subterraneans y ese final lúgubre remata el álbum con ese saxo que es un delicia absoluta mezclado con la voz del genio.