Podría ser el asalto más grande de la historia, más lucrativo que los robos más famosos de joyas, piezas de arte, bancos, oro; el más atrevido y mejor planeado y ejecutado jamás, mucho más allá de lo máximo imaginado en novelas y películas, y, hasta la fecha, ninguno de los responsables ha sido detenido ni mucho menos enjuiciado.
Por el momento, ha sido el crimen perfecto. Continúa el robo hoy día, frente a la cara de todos, y los responsables y sus cómplices no están escondidos ni han asumido otras identidades. Casi todo lo que han hecho es público y conocido.
Los documentalistas más destacados y premiados del país lo han capturado. Michael Moore afirmó que ante toda la retórica política de que hay que hacer ajustes para reducir el déficit y la deuda gubernamental, el hecho es que no se está enfrentando ninguna bancarrota, ya que "el país está inundado en riqueza y efectivo. Sólo es que no está en manos de ustedes. Ha sido trasladado, en el atraco más grande de la historia, de los trabajadores y consumidores a los bancos y los portafolios de los súper ricos".
Charles Ferguson fue premiado con el Óscar por mejor documental este año, Inside Job, que documenta las maniobras de financieros, ejecutivos empresariales, políticos y economistas académicos que llevaron a la crisis económica más severa desde la gran depresión. Al pronunciar su breve discurso de aceptación ante millones de televidentes a nivel mundial, dijo que tenía que decir una cosa: que de los responsables de este desastre, que tanto daño ha causado a la gente, "ni un solo ejecutivo financiero ha sido encarcelado, y eso está mal".
¿De qué tamaño es este robo? El economista premio Nobel Joseph Stiglitz sintetiza: uno por ciento de los estadunidenses controlan ahora 40 por ciento de la riqueza de Estados Unidos, y cada año gozan de una cuarta parte del ingreso nacional. Sus ingresos se han incrementado 18 por ciento durante la última década, mientras los de ingreso medio han visto reducido su ingreso. Afirma que todo el crecimiento económico en las décadas recientes sólo ha beneficiado a los más ricos, convirtiendo a este país, en términos de desigualdad de ingreso, en uno de los peores del mundo avanzado, más bien en los niveles de Rusia e Irán.
En un artículo reciente en Vanity Fair, Stiglitz señala que los ejecutivos que ayudaron a provocar la recesión de los últimos tres años, y cuya contribución a la sociedad ha sido inmensamente negativa, han sido premiados por su trabajo con enormes bonificaciones.
De hecho, los ingresos en salarios, bonos y acciones para los altos ejecutivos se han disparado a niveles superiores a los tiempos antes de la recesión, que para ellos ya eran gloriosos. El ingreso medio de los ejecutivos en jefe en 200 de las principales empresas del país fue de 9.6 millones de dólares anuales en 2010, un incremento de 12 por ciento con relación a 2009, reportó el New York Times. En la lista de los mejores pagados, el primero es Philippe Dauman, de Viacom, cuyo ingreso fue de 84.5 millones de dólares; otros en la lista son Ray Irani, de Occidental Petroleum, con un ingreso de 76.1 millones (un incremento de 142 por ciento comparado con su remuneración en 2009), y Lawrence Ellison, de Oracle, con 70.1 millones. Varios más tuvieron incrementos de ingreso de más de 200 por ciento.
Es decir, las grandes empresas estadunidenses festejan su prosperidad mientras casi todos los demás siguen padeciendo los efectos de la crisis (millones en el desempleo y perdiendo sus viviendas y uno de cada siete sufre "inseguridad alimentaria"). Las ganancias empresariales en el cuarto trimestre de 2010 se incrementaron 29,2 por ciento, el crecimiento más dramático en 60 años.
Así, poco después de ser interrumpido brevemente por la peor crisis económica, continúa el gran atraco.
¿Cómo se permite un traslado de estas dimensiones? Stiglitz, entre otros, explica que el país, en lugar de tener, según la famosa frase de Abraham Lincoln, un "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", ahora es "del uno por ciento, por el uno por ciento, para el uno por ciento (el título de su artículo)."
Recuerda que "virtualmente todos los senadores estadunidenses y la mayoría de los representantes en la Cámara son miembros del uno por ciento más rico cuando llegan, son mantenidos en sus puestos por dinero del uno por ciento más rico, y saben que si sirven bien al uno por ciento de arriba, serán recompensados por el uno por ciento más rico cuando dejen sus puestos". Además, indica, en gran medida los encargados de políticas comerciales y económicas del ejecutivo también provienen de las filas de ese uno por ciento más rico.
Con ello, el gran empresariado y sus cómplices políticos han logrado ampliar el poder empresarial a niveles extraordinarios, tanto por fallos recientes en la Suprema Corte que anula restricciones en su participación financiera en contiendas electorales, junto con triunfos legislativos constantes en casi todos los rubros en que las empresas han deseado promover cambios para su beneficio, como también a nivel internacional, en los acuerdos comerciales que privilegian los intereses empresariales sobre normas laborales y ambientales.
No sorprende, entonces, que mientras el Congreso y la Casa Blanca, como también gobiernos estatales y municipales, debaten qué tanto recortar servicios sociales para los más necesitados y despedir a miles de maestros, enfermeras y hasta bomberos, casi nadie se atreve a proponer mayores impuestos a los más ricos y a las empresas, ni mucho menos fiscalizarlos por fraudes, robos y corrupción del proceso político (algo cada vez más legalizado). Al contrario: se habla de reducir aún más sus cargas tributarias, a pesar de que algunas no pagan nada: una de las empresas más prósperas y grandes del mundo, General Electric, que obtuvo miles de millones en ganancias, pagó exactamente cero en impuestos al tesoro público el año pasado.
Cuando un ciudadano, tal vez desempleado, con hambre, decide robar un banco o una empresa, sabe que enfrenta la casi segura posibilidad de ser encarcelado. Pero parece que aquí, cuando un banco o una empresa, un ejecutivo, decide robar, defraudar, corromper, y manipular al público, no enfrenta ninguna consecuencia.
Es el crimen perfecto. Por ahora.
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Tomado de La Jornada
Ver también el artículo de Stiglitz en Vanity FairUna mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización