Revista Filosofía

David Fagerberg y Joseph Ratzinger sobre la liturgia: algunas consideraciones críticas (II)

Por Zegmed

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Habiendo planteado estas ideas, me gustaría hacer algunos comentarios finales sobre The Spirit of Liturgy (SL), obra del Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI. Me parece pertinente enlazar este texto con los libros trabajados previamente porque creo que los comentarios hechos sobre estos últimos pueden iluminar aquellos que haré sobre el texto de Ratzinger. Mi impresión general, con diferencias, es similar, a saber, que por falta de una escucha más atenta a la vida de la Iglesia se puede caer en omisiones muy importantes. En el caso de los libros examinados previamente, este problema me permitió algunas ideas más generales dado el interés del autor en remarcar las dimensiones cosmológicas y escatológicas de la liturgia; en el caso de la obra de Ratzinger, aun cuando estas ideas permanecen, me concentraré, como el propio autor lo hace en algunas dimensiones más concretas. Mis reflexiones se basaran en el capítulo 3 del libro, “The Altar and the Direction of Liturgical Prayer”.

David Fagerberg y Joseph Ratzinger sobre la liturgia: algunas consideraciones críticas (II)

Mi problema aquí radica con el modo en que Ratzinger valora la tradición. Como indica el autor, “Despite all the variations in practice that have taken place far into the second millenium, one thing remained clear for the whole Christendom: praying toward the east is a tradition that goes back to the beginning” (SL, 75). De acuerdo, ¿pero esto justifica que esa dimension de la liturgia permanezca inamovible? Para el autor resulta claro que sí. Sus argumentos, no obstante, no son del todo convincentes. Examinemos algunos de ellos.

Ratzinger se muestra crítico, por ejemplo, de la celebración versus populum. Así, afirma: “The altar […] had to be positioned in such a way that the priest and people looked at each other and formed together a circle of celebrating community. […]. These arguments seemed in the end so persuasive that after the Council […] new altars were set up everywhere, and today celebration versus populum really does like the characteristic fruit of Vatican’s II liturgical renewal” (SL, 77). Esto “brings a new idea of the essence of the liturgy —the liturgy as a communal meal” (Sl, 77). Ratzinger concluye de modo categórico: “This is, of course, a misunderstanding […]” (SL, 78).

La posición del Papa a este respecto es muy firme. Su concepción de la tradición, aunque por momentos parece haber apertura a algo distinto, tiende a ser estática. Por supuesto, hay buenas razones para defender que ciertas tradiciones se mantengan; el punto, sin embargo, es si la configuración material de determinadas tradiciones (la disposición del altar en este caso) puede realmente mancillar la esencia del sacramento. Ratzinger no ofrece ninguna buena razón para sostener esto último. Su argumento central se resume en estas líneas:

“[…] a common turning to the east during the Eucharistic Prayer remains essential. This is not the case of something accidental, but of what is essential. Looking at the priest has no importance. What matters is looking together to the Lord. It is not a question of dialogue but of common worship, of setting off toward the One who is to come” (SL, 81, my emphasis).

Esta es una bella forma de comprender la liturgia; no obstante, ¿es realmente esencial que la disposición del altar sea como la que se sugiere? Si lo esencial es adorar conjuntamente al Señor, ¿por qué un acto accidental como la disposición física de los cuerpos o del altar es tan relevante? Ratzinger no da una respuesta a esto, el asunto, al final, parece más uno de preferencia que de rigurosidad teológica y espiritual. ¿Acaso girar todos hacia Dios depende, literalmente, de nuestra disposición física, de las configuraciones materiales de ese giro? ¿No se trata de una experiencia espiritual que bien podría ser favorecida como dificultada por las configuraciones materiales? La posición de Ratzinger no se sostiene. Su rechazo apresurado de la postura de Häussling, aquella según la cual mirar al rostro del otro es una forma de mirar a la imagen de Dios que hay en cada uno (SL, 82-83), solo parece confirmar que se trata más de una cuestión personal que de una rigurosamente teológica.

Lo curioso es que el mismo Ratzinger parece abrir cierto espacio para una alternativa distinta. El autor indica:

“When a direct common turning toward the east is no posible, the cross can serve as the interior “east” of the faith. It should stand in the middle of the altar and be the common point of focus for both priest and praying community. In this way we obey the ancient call to prayer: “Conversi ad Dominum”, Turn toward the Lord!” (SL, 83).

Me pregunto, entonces, si esta “excepción” es posible y mediante ella aún es posible cumplir con el sentido profundo de la liturgia, ¿qué sentido tiene enfatizar de modo tan rigorista el literal giro hacia el este? El propio Ratzinger parece minarse el terreno haciendo evidente que su deseo de hacer esenciales cosas accidentales no se sostiene. No digo con esto que su posición no tenga sentido, ni que no haya un valor profundamente espiritual en su propuesta. Lo que sostengo es que en ella no hay espacio suficiente para lo nuevo y, aunque esto se considera más adelante en el libro, queda muy poco espacio para una real inculturación de la liturgia. Pienso en este momento, por ejemplo, en las fructíferas prácticas ecuménicas de liturgias interreligiosas en la India, África o en el contexto del Islam[1]. En todos esos casos, adaptaciones relativas a las configuraciones materiales de la liturgia tienen que hacerse y, sin embargo, eso no supone de ningún modo un sinsentido o la ausencia de lo sagrado de la liturgia. Implica inculturar la liturgia de un modo honesto teniendo presente el sentido profundo de la ascesis litúrgica, su dimensión escatológica y cosmológica y no solamente el genuino, pero cambiante, sentido de la tradición.

En síntesis, creo que los textos examinados son excelentes trabajos en torno a la liturgia, que ofrecen ideas que nos permiten pensar con profundidad y reflexiones que nos ayudan ahondar nuestra propia experiencia espiritual. A pesar de ello, creo que ambos, por razones diferentes, la conexión real con la vida de la Iglesia se siente ausente y eso deriva en problemas diversos, algunos de los cuales he tratado de reseñar en las líneas precedentes.


[1] Véase Kearney, Richard y Eileen Rizo-Patrón (eds.). Traversing the Heart. Journeys of the Inter-religious Imagination. Lieden, Boston: Brill, 2010. Merecen particular atención los textos de Joseph A. Samarakone, O. M., “My Adventure with Inter-Religious Dialogue” (127-140), Fanny Howe , “Childhood, Intuiton, Vocation: Remembering Sara Grant” (197-202) y Fr. Albert Nambiaparambil, “Narratives of a Dialogue Pilgrim” (249-271). Para una mirada global del texto puede verse mi reseña del mismo en: Areté, Journal of Philosophy, Volume XXIII, Nº 1, Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2011.


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