Tras su muerte, y a pesar del éxito del que había gozado en vida, Némirovsky fue cayendo paulatinamente en un olvido inmerecido. Tal estado de las cosas habría permanecido igual si no fuera porque sus dos hijas, libradas del holocausto y habiendo rescatado los papeles de su madre, que arrastraron en una valija por toda Europa, dieron a conocer no hace mucho el texto inédito en el que Némirovsky trabajaba al ser arrestada, intitulado Suite francesa. El libro, de una fuerza poco corriente, vio la luz en 2004, cosechando un gran éxito editorial y consagrando así el resurgimiento de la literatura de Irène Némirovsky, hasta el punto de convertirla en la única autora en ganar a título póstumo el prestigioso Premio Renaudot.
Con todo, las trazas que señalan a Némirovsky como una gran escritora en Suite francesa, se encuentran ya de forma patente en la obra de juventud que nos ocupa, David Golder. En el año 1929, una joven y desconocida Némirovsky envió el inédito del libro al insigne editor Bernard Grasset, en cuya casa habían publicado autores de la talla de Proust, Radiguet, Cocteau, o Maurois, entre muchos otros. Temiendo, según parece, el rechazo de la obra, Irène envió el texto bajo pseudónimo, con el nombre de su marido; entusiasmado con el texto, sin embargo, Grasset buscó afanosamente al autor durante semanas, hasta el punto de poner anuncios en los principales diarios de París. Su sorpresa no fue poca cuando descubrió que se trataba en realidad de una mujer joven y, para colmo, oriunda del antiguo Imperio Ruso. Adivinando el potencial literario de Némirovsky, además del reclamo publicitario que suponían sus circunstancias vitales, Grasset dio a la nueva autora el impulso que necesitaba para situarse en el centro de la actividad literaria parisense de la primera mitad de siglo XX.
Como la mayor parte de las obras de Irène Nemirovsky, David Golder tiene un importante trasfondo biográfico, más evidente de hecho que en títulos posteriores. También presenta otros rasgos que serán característicos de la narrativa de la autora: el retrato de un mundo de lujo y ostentación donde no hay lugar para otra cosa que la frivolidad y el esnobismo, el examen de la consciencia que intenta aferrarse en algún sitio ante su caída inminente, la fragilidad de una generación de posguerra, destinada (aún no lo sabía la autora) a otra guerra todavía más terrible, y, por encima de todo, la crítica a una sociedad judía que Némirovsky desde muy joven había rechazado (ella y su marido se convertirían al catolicismo en 1939), y cuyos más altos valores no escondían, según ella, otra cosa que el afán de ganar siempre dinero a cualquier precio.
Inspirándose, pues, en la figura de sus propios padres, Némirovsky traza hábilmente el personaje de David Golder, millonario judío hecho a sí mismo y curtido en los negocios, y de su familia: su despilfarradora e interesada esposa, en cuyo vocabulario no figura la palabra amor, y su querida hija, ser caprichoso y egocéntrico en el que se aúnan los vicios de una existencia engendrada entre lujos pero sin afecto, y los de una generación que, teniendo el mundo ya en sus manos, ha crecido en la absoluta frivolidad y en una total ausencia de ideales.
Turbado por el suicidio de su socio tras una pelea con él, y advirtiendo por primera vez un quebranto en su salud, Golder se verá, sin embargo, empujado a interrogarse sobre el significado de toda su existencia, y confrontado con el dilema de abandonar toda su actividad en beneficio de su salud, o bien continuarla para dejar un legado suficientemente sólido para asegurar la supervivencia de sus herederos. Finalmente, es el ímpetu irrefrenable del negociante el que empujará a David Golder a su última aventura financiera y lo llevará a su Rusia natal, donde tendrá que pasar cuentas con el recuerdo del muchacho pobre, ingenuo y ambicioso que una vez fue.
David Golder es una obra inteligente, poderosa, asombrosamente madura por una autora novel de 26 años. En ella se explora con extraordinaria maestría los recovecos de una consciencia abatida y extraviada, los pensamientos más íntimos de un hombre que, ante su próximo derrumbamiento, se ve urgido a examinar a fondo el sentido su vida, para darse cuenta, finalmente, que a pesar de haber logrado todo cuanto se había propuesto, nunca llegó a alcanzar la felicidad. Con toda la rudeza del negociante, Golder, bajo la diestra pluma de Némirovsky, no es más que un espíritu desamparado y patético, que sabe bien que no tiene un hogar al que regresar tras sus viajes: «..miró al mar con una especie de odio. Qué harto estaba de aquel universo que no paraba de moverse, de agitarse a su alrededor… La tierra, corriendo tras las ventanillas de los coches y los trenes, aquellas olas con sus rugidos de animales inquietos, las humaredas en el tormentoso cielo de otoño… Contemplar, hasta la muerte, un horizonte inalterable…».
No es difícil de imaginar, a la luz de la biografía de la autora, que el desasosiego del viejo judío Golder era en verdad el de la joven y también judía Némirovsky. Los desafortunados sucesos que la oblligaron al exilio, así como su decepcionante relación con una familia frívola y poco acogedora, hicieron que Irène se sintiera, desde su infancia, sola y desgraciada. Posiblemente sea este hecho, junto con un natural temperamento artístico, los que permitan explicar la precocidad de su talento. Y, para ser justos, es preciso añadir que, a pesar de todo, en algunos pasajes, aunque sea por breves momentos, Némirovsky demuestra que también puede ser una escritora llena de luminosidad y brillo, incluso en esta obra primeriza que es David Golder. Es una auténtica tragedia para todos que las lúgubres tinieblas del nazismo no dejaran aflorar estos destellos de luz.