David González, unos poemas

Publicado el 19 diciembre 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Recuerdo que la primera vez que leí un poema de David González (San Andrés de los Tacones, Gijón, 1964) fue en la Casa del Libro de Gran Vía en Madrid; en las postrimerías de los años 90. Tomé de la sección de poesía Ley de Vida, libro publicado por la ya extinta editorial DVD, y pasé un rato leyendo sus poemas (y algún relato, ya que ese libro los mezclaba). Desde el principio me llamaron la atención los versos humildes y poderosos de David González, versos escritos desde la intemperie y que actúan, con rabia y ternura, removiendo la conciencia social del lector. De este poeta he leído los poemarios Anda, hombre, levántate de ti, Sembrado hogueras, Algo que declarar y el citado Ley de vida. Dos de estos libros los tengo dedicados porque una vez fui a un bar a escuchar a David González recitar sus poemas.



Dejo aquí algunos de los poemas de David González:
PARED de la casa de san andrés de los tacones 

solo sigue en pie una pared de piedra.
detrás de esa pared nació mi madre,
y la madre de mi madre,
y la madre de la madre de mi madre. y yo. y mi abuelo, luis,
murió detrás de esa pared. en los alrededores de la casa
había una pomarada, un hórreo y un río
al que iban mi madre y sus hermanas
a lavar la ropa y a lavarse ellas. luego, construyeron el embalse,
y las aguas
anegaron el río,
derribaron el hórreo
y empodrecieron las manzanas. y ayer
fui a renovar el carnet de identidad. ¿lugar de nacimiento?, me preguntaron. san andrés de los tacones, respondí. pero no pudieron encontrar
mi aldea en su ordenador. busca san andrés, dijo un policía. tampoco. mira a ver por andrés. no.
prueba con tacones, dijo otro policía. ni rastro. así que cuando salí de la comisaría
había vuelto a nacer,
solo que esta vez en la ciudad de gijón. con todo, la pared de piedra
de la casa de san andrés de los tacones
aún sigue en pie. como un poema.     o mejor: como una semilla.
el rey de las lágrimas en la cama,
con las manos cruzadas por detrás de la cabeza,
con la ventana abierta, sé que mis amigos me vendieron
como carne en la carnicería, que mis amigas tenían muy buena cara
pero muchas puñaladas; y sé que ese coche
que está aparcando
no lo conduzco yo, que ese perro
que ladra
no es mi perro, que ese niño
que grita
no es mi hijo, que esa mujer
que se ríe
no es la mía, que esa puerta
que se abre
no es la de mi portal, que esa persiana
que se baja
no es la de mi habitación; y sé también que pronto oscurecerá
y que yo, una vez más, un día más, no tendré
ni fuerzas
ni ánimos para levantarme
            y encender la luz.
lágrimas mi mujer no me pone las maletas en la puerta,
me ayuda a meterlas en el maletero del coche.
a los 8 años de habernos casado,
mi mujer y yo decidimos separarnos legal
mente.
 yo me voy
a vivir
a la aldea,
a una panera del siglo XVII. los primeros días, por las noches sobre todo,
la soledad descuelga el teléfono
y marca el número de mi ex.
al oír su voz no puedo contener las lágrimas.
al oír mis lágrimas tampoco ella puede contener las suyas.
así que nos pasamos la mayor parte del tiempo
llorando. luego, poco a poco, muy lentamente, voy acostumbrándome
a convivir
conmigo mismo. mi ex y yo seguimos hablando por teléfono regular
mente. nos hacemos amigos. ninguno de los dos
vuelve
a llorar.
pájaros       los mirlos silban sobre las tiernas hojas.          KENNETH REXROTH en la acera
de enfrente: un árbol
y
una farola
del alumbrado, abrazados, como
una pareja
de novios. pero
solo
el
árbol
tiene
pájaros.
sin objetivo una fotografía
en blanco y negro. una mujer
de principios
de siglo
desnuda
en un estudio
de parís. no debo olvidarla nunca. con el tiempo,
yo también puedo
llegar a ser eso: una fotografía
en blanco y negro. y tendré suerte,
muchísima suerte, si alguien, algún día, en alguna parte,
me
mira.