David Icke, los reptiles y el Nuevo Orden Mundial

Publicado el 01 octubre 2014 por Rafael García Del Valle @erraticario

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David Icke es una celebridad de las teorías de la conspiración. De hecho, podría decirse que es “la Celebridad”. Hasta 1991, se le conocía por haber sido comentarista de deportes en la BBC y portavoz del Partido Verde de Reino Unido. Pero, el 29 de abril de 1991, apareció en el programa de Terry Wogan, un espectáculo de la BBC en horario de máxima audiencia: soportando con entereza las burlas del presentador y las risas del público, afirmó ser el hijo de Dios.

Dos décadas después de aquello, su página de Facebook tiene, a 29 de septiembre de 2014, más de 527.000 seguidores, pero nuevos miembros se suscriben por decenas de minuto en minuto. Una entrada para alguna de sus conferencias cuesta entre 45 y 70 euros, aunque sus incondicionales están seguros de amortizar el gasto: cada aparición de Icke se prolonga la friolera de diez horas, donde el mensaje se combina con actuaciones musicales y espectáculos visuales para subir los ánimos.

El 25 de octubre va a estar en el Wembley Arena, y no es la primera vez: ya estuvo en 2012. Para quienes no pueden asistir, todo se graba en DVD. El mensaje se resume brevemente: los humanos estamos sometidos a una raza extraterrestre que nos gobierna a través de los “illuminati”, un oscuro entramado piramidal en el que participan políticos, aristócratas y banqueros títeres organizados en sociedades secretas.

Pero Icke ha ido aprendiendo todo esto poco a poco. Su misión, según explica, es transmitir la información que “le llega”, ya sea de aquí o de otras dimensiones espacio-temporales.

En 1994, su libro The Robot´s Rebellion resumía la teoría de los antiguos astronautas popularizada en los 70: unos extraterrestres crearon al homo sapiens e iniciaron un sistema de control que ha llegado a nuestros días y que se articula en una organización denominada “Hermandad”.

La fuente de donde extrae este discurso –además de las canalizaciones, claro— es un libro titulado Los dioses del Edén, de William Bramley, donde se cuenta la historia de dioses-reyes alienígenas que han estado al frente de todas las civilizaciones terrestres; su símbolo es la serpiente, y los textos sagrados de cualquier cultura no son sino la historia velada de esta Hermandad.

Sin embargo, lo que era símbolo se transforma en cosa cuando aparece su libro de 1999 y gran éxito internacional, El mayor secreto. Aquí, Icke adopta otro tipo de narrativa más belicosa después de haber descubierto, como el título indica, el mayor secreto, que no es otra cosa que la mismísima identidad, oculta durante cientos de miles de años, de la “Hermandad”: los extraterrestres proceden de la constelación de Draco.

No hay que ser muy lince para imaginarse qué criatura puede venir de un lugar que se llama Draco. Aunque es mejor llamarlos reptiles, que suena más turbador por lo vulgar del término.

Este grupo controlador vino aquí desde la constelación de Draco y otros lugares, y este es el origen de términos como draconiano, una palabra que resume sus actitudes y Programa. Adoran consumir sangre humana y son los demonios chupa-sangre de la leyenda. Las historias de vampiros son simbólicas de esto y ¿cuál es el nombre del vampiro más famoso?. ¡Conde Drácula!. El “Conde” simboliza los aristocráticos linajes entrecruzados reptil – humano que los reptiles poseen desde la cuarta dimensión inferior y Drácula es una referencia obvia otra vez a Draco. Los informes recientes del Chupacabra chupasangre en Puerto Rico, México, Florida y Pacífico Noroeste concuerdan con la descripción reptil. Han sido vistos chupando la sangre de ganado doméstico como cabras y su nombre significa chupa-cabra. Los reptiles operan un movimiento de pinzas sobre la raza humana. Su expresión física vive bajo el suelo e interactúa en las bases subterráneas con científicos y jefes militares humanos y cruzados humano – reptil. También emergen para participar en algunas abducciones de humanos. Pero el control principal viene por la posesión completa. El Programa de entrecruzado (vía relaciones sexuales y probeta) es descrito en las Tablillas Sumerias y el Antiguo Testamento (los hijos de Dios que se cruzaron con las hijas de hombres). Estas líneas híbridas de cruzados humano – reptil llevan el código genético reptil y por lo tanto pueden ser por lejos más fácilmente poseídos por los reptiles desde la cuarta dimensión inferior. Como veremos, estos linajes se volvieron la aristocracia británica y europea, y las familias reales y, gracias al “Gran” Imperio Británico, fueron exportados alrededor del mundo para gobernar América, África, Asia, Australia, Nueva Zelanda, etcétera. Estas líneas genéticas son manipuladas hasta los puestos de poder político, militar, de los medios, la banca y los negocios y por lo tanto, estos puestos son retenidos por reptiles de la cuarta dimensión inferior escondiéndose detrás de una forma humana o por marionetas mentalmente controladas por éstas mismas criaturas. Operan a través de todas las razas, pero predominantemente la blanca.

Los reptilianos son criaturas transdimensionales que se alimentan de la energía de los humanos, y esta energía es más nutritiva si el terrícola vive en un entorno de miedo. Así, los illuminati a su servicio, que en realidad son híbridos humano-reptilianos, aunque el rostro de reptil sólo se les ve si ellos quieren –es lo que tiene la transdimensionalidad—, deben garantizar que la Tierra esté siempre en continuo estado de terror; es por eso que se organizan las guerras, se explota la naturaleza, se propagan epidemias, se adulteran las vacunas, etc.

Para demostrar que todo lo que dice es verdad, Icke remite a sus lectores a la sabiduría de culturas ancestrales:

Una leyenda india Hopi dice que un complejo de túneles muy antiguo existe bajo Los Ángeles y este, dicen, fue habitado por una raza de “lagartos” hace aproximadamente 5.000 años. En 1933 G. Warren Shufelt, un ingeniero de minas de LA, afirmó haberlo encontrado. Hoy, se dice, algunos rituales Masónicos malévolos son celebrados en este complejo de túneles. Ha habido un masivo encubrimiento por las autoridades de la existencia de estas razas subterráneas y donde viven.

Se refiere Icke a un reportaje publicado por Los Angeles Times el 29 de enero de 1934, en el que se cuentan las andanzas de un ingeniero, Warren Shufelt, en busca de una ciudad subterránea construida por los hopi, en concreto por el clan de los lagartos, “the Lizard People”. Como es costumbre entre las culturas enraizadas en lo totémico, también había un clan de osos, otro de arañas y uno de serpientes de cascabel, pero el asunto del control de la Tierra se habría desmadrado un poco si se atiende a todos por igual.

Según parece, el lío lo debió montar en su día John Rhodes, otro que descubrió el mayor secreto allá por los años 90. En cualquier caso, la conversión del clan de los lagartos a la raza de los lagartos viene de lejos, pues ya aparecía insinuado en la revista Amazing Stories, en 1947:

CALIFORNIA, LOS ANGELES – A legendary underground city, now flooded, is said to lie below the Los Angeles Public Library and surrounding areas. Patterned after the shape of a lizard, the city is said to be connected to Mt. Shasta, and was built by an ancient race that revered reptiles. Although filled with gold, parts of the ancient city has become flooded. source: QUEST FOR THE LOST CITY, article by Sanford M. Cleveland in AMAZING STORIES magazine, July 1947; see also THE LIZARD PEOPLE UNDER LOS ANGELES

(Fuente)

Nada de lo expuesto en el libro es nuevo. El lector, en realidad, se está sumergiendo en el fascinante mundo bizarro de la subcultura estadounidense, porque las investigaciones y/o canalizaciones contenidas en El mayor secreto eran vox populi desde muchísimo tiempo atrás entre los aficionados al fanzine.

Así, Revelations Awareness, un revista “casera” surgida en la década de los 70, publicaba desde 1990 todo lo que había que saber sobre reptilianos, reptoides y/o draconianos. En su archivo online, la etiqueta “reptilian” ofrece información capaz de saciar al más inquieto, desde las relaciones con los gobiernos terrícolas y el “Nuevo Orden Mundial” hasta sus inclinaciones más “íntimas”; hay monográficos sobre sus hábitos, su estilo de vida preferido y también hay chismes en relación a las más vulgares costumbres consuetudinarias como, por ejemplo, si preferían comerse a los humanos “sangrantes” o “muy hechos”.

Por las mismas fechas, un tal Val Valerian, famoso en el mundillo por una larguísima compilación de textos que, bajo el título Matrix, ofrecían información sobre lo humano y lo divino, incluía alusiones al poder reptiliano del mundo en el volumen II de su obra.

Unos pocos años antes del boom reptil de los 90, hacia 1987, ciertos círculos ufológicos estadounidenses daban a conocer los llamados “documentos de Dulce“. De acuerdo a una historia surgida a comienzos de los 80, la base militar de Dulce es una instalación secreta subterránea, en los límites que separan Colorado y Nuevo México, donde extraterrestres y humanos trabajaban conjuntamente.

Según Michael Barkun, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Siracusa y autor del libro A culture of Conspiracy, el primero en hablar de Dulce fue Paul Bennewitz, un hombre de negocios de Albuquerque que, allá por 1979, afirmó haber interceptado la señal de comunicaciones de las naves alienígenas que entraban en la base.

Durante los años siguientes, y ante la gravedad de lo expuesto por Bennewitz, la comunidad ufológica estadounidense tomó cartas en el asunto. A finales de 1987, se “confirmaron” los rumores sobre experimentos horribles con seres humanos.

Poco después, testigos presenciales afirmaron haber asistido a un asalto de la Delta Force, o sea, del Primer Destacamento Operacional de Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos, para acabar con las malas prácticas de los alienígenas, que al parecer se saltaron algunos acuerdos éticos adquiridos con el Gobierno para que se les dejara hacer experimentos genéticos, o algo así, de modo que debían estar liándola parda allí abajo. Pero, en fin, eso no viene a cuento ahora. A lo que viene esta historia es a que los malos de Dulce eran, ni más ni menos, que reptiloides.

Si nos vamos un poco más atrás, a 1983, nos encontramos con la agenda reptiliana en formato televisivo: V. Sólo nombrar la serie daba miedo…

Extraterrestres sirianos, con todas las garantías de pertenecer a la especie humana, se presentan en la Tierra con una flota de 50 naves que se reparten por las ciudades más importantes del mundo. Su simpatía engatusa tanto que los líderes mundiales les dejan influir y manejar las más altas esferas del poder. Entonces se descubre el pastel: son reptiles que quieren robar toda el agua de la Tierra y, de paso, pastorear a la humanidad para garantizarse esclavos y alimentos.

La estética neonazi de los reptiles de V no era casualidad. Según la Wikipedia:

En el DVD de la miniserie, Johnson revela que Invasión Extraterrestre originalmente fue concebida como un programa acerca de situaciones de la política, relacionado con el ascenso al poder de un movimiento estilo Nazi en los Estados Unidos. NBC no estuvo interesada pero sí buscaba hacer una miniserie de ciencia ficción para aprovechar la explosión publicitaria de la reciente trilogía de la Guerra de las Galaxias, por lo que se le pidió a Johnson que arreglara su guion para incluir extraterrestres.

La pista de los humanoides con forma de reptil y actitudes poco benignas empeñados en someter al homo sapiens es rastreable a través de los oscuros pasadizos de las series B hasta la década de 1940, como se ha visto con el asunto de los hopi. Pero, ya en 1933, nos topamos con La guerra de las salamandras, del checo Karel Capek, una sátira de ciencia ficción que relata el descubrimiento en el océano Pacífico de una colonia de salamandras inteligentes. Al principio, son esclavizadas, pero pronto los bichos superan el conocimiento humano, se rebelan y organizan una revuelta que termina en una guerra global por el control del mundo.

Sin embargo, hay otros niveles a tener en cuenta más allá de la cultura del fanzine. Aunque nada de lo que aparece en Icke es estrictamente nuevo, su éxito está en haber sabido unir tendencias dispares, y a sus respectivos públicos, en una misma línea argumental:

  • Ufología: una raza superior “transdimensional” (los reptilianos son capaces de acceder a una cuarta densidad ajena a los terrícolas) que se alimenta de las energías negativas del ser humano. Por eso necesita que los humanos estén en un estado de terror permanente.
  • Conspiración: Para lograr el terror, los draconianos cuentan con los “illuminati”, híbridos humano-reptoides que actúan por medio de sociedades secretas y garantizan la existencia continua de guerras y males diversos que se han venido dando en la Tierra desde hace milenios.
  • Espiritualidad: Para combatir al imperio reptil, el amor es la única respuesta, pues es la fuerza unificadora del Cosmos. Es necesario adoptar un estado de ánimo positivo, meditar, buscar la trascendencia del estado actual y fomentar el espíritu del cambio de conciencia que impulse a la humanidad hacia la nueva era de Acuario, libre por fin de una esclavitud milenaria.

Se trata de un discurso en el que cada cual encuentra lo que quiere o necesita escuchar. Barkun explica, en su libro antes citado, que la clave de su éxito es haber vinculado la ficción bizarra, la pulp-fiction de alienígenas-insectos-reptiles, con la teoría política de una conspiración que persigue un Nuevo Orden Mundial, teoría popularizada en los 80 por ciertos líderes religiosos de Estados Unidos y grupos de extrema derecha. Y todo ello dulcificado con la referencia milenarista de corte New Age a una inminente sociedad espiritual.

La trayectoria de Icke presenta, según Barkun, un patrón de decepción similar al de muchos miembros de la contracultura de los años 60 y 70, que se reconvirtieron a la conspiranoia para huir de la frustración por el fracaso de la revolución flower power, la cual terminó asumiendo el mismo sistema al que combatía y dio paso a una pseudo-espiritualidad hedonista y consumista que triunfó en Estados Unidos, primero, y que se ha propagado al resto del mundo, después. Un fenómeno que ha hecho crecer el número de quienes culpan a los poderes en la sombra de impedir un cambio natural de conciencia humana que coincidiría con la astrológica era de Acuario.

Richard Kahn, de la Universidad de Los Ángeles, explica que la identificación del mal con ciertas formas antropomorfas de animales, especialmente insectos y reptiles, responde a la necesidad de exteriorizar los miedos atávicos de la especie humana en Otro sobre el que tomar distancia, un chivo expiatorio que representa todo lo maligno de la existencia y deja claro que forma parte de una naturaleza ajena, como si quisiéramos evitar cualquier parecido que nos pudiera hacer pensar que también nosotros podríamos llegar a representar ese mal absoluto.

En ese sentido, la literatura de terror ha sabido identificar ese miedo atávico con aquellos animales que alguna vez supusieron un peligro mortal para el homo sapiens y que hoy siguen causando fobia en multitud de personas.

Los reptilianos representan a una raza con una conciencia espiritual poco evolucionada, y no faltan en la obra de Icke las alusiones al funcionamiento primitivo del cerebro reptil humano para dejar clara cuál es la situación de esas criaturas en el proceso de evolución.

De esta forma, su comportamiento es fácilmente asociado por la audiencia con políticas tiránicas y el pensamiento tecnocrático ajeno a sensibilidades ecológicas. Las primeras son el objetivo de los teóricos de una conspiración que somete a la humanidad; las segundas, el aspecto a superar para cumplir los requisitos del cambio anunciado por la Nueva Era.

Y aunque parezca contradictorio, el marco de referencia ideológico también atrae a la ultraderecha, algo que le ha valido a Icke ser acusado de antisemita, al considerarse que usa el término “reptil” en alusión exclusiva a los judíos, y por tanto los responsabiliza del mal en el mundo. Aunque Icke afirma no participar de tal ideología, la existencia de una conspiración sionista para establecer un Nuevo Orden Mundial es una idea muy arraigada en la extrema derecha estadounidense, por lo que difícilmente se puede librar de tales asociaciones, ya sean conscientes o inconscientes. Nicholas Goodrick-Clarke, en su libro Black Sun: Aryan Cults, Esoteric Nazism and the Politics of Identity sugiere que ciertos cabecillas neonazis británicos y estadounidenses habrían aprovechado la ingenuidad de Icke para esparcir, al tiempo que modelar y dulcificar, su ideología de odio al Otro a través de revistas amigas del ocultismo ario.

Sea como sea, lo cierto es que, tras varios años de ataque feroz al sistema y de destape de las fuerzas demoniacas que lo controlan, Icke ha regresado a su punto de partida espiritual, centrándose nuevamente en la divulgación del “amor multidimensional”. Pero, eso sí, este amor es una “habilidad” exclusiva del ser humano, ajeno a la conciencia reptiliana: el mensaje ha de ser lo más sencillo posible para dejar claro quiénes son los buenos y quiénes los malos.

A día de hoy, Icke se ha forjado una “superconspiración” sobre la que sustentar sus discursos, de manera que es completamente autorreferente, pues las fuentes originales se han ido desvaneciendo con el tiempo y apenas cita a otros en su narrativa, en lo que muchos recién llegados acabarán considerando, irremediablemente, un universo propio surgido de cierta voz interior que, según afirma el británico, fue la que le inició y le guió.

Esta superconspiración constituye, en palabras de Kahn, un mapa cognitivo que sirve de guía a la cultura pop contemporánea siempre y cuando no se tome literalmente. Bajo esta idea, Icke ha extendido el rostro arquetípico del mal y proporcionado a un público popular ciertas herramientas de la narrativa mítica para explicar los procesos sociales, políticos y económicos de la globalización, volcando “viejas leyendas de Sumeria” sobre la sociedad capitalista postmoderna.

En este sentido, Kahn sugiere que la hipótesis reptiliana tiene muchos ingredientes de la tradición satírica al estilo de Jonathan Swift, al representar el escenario político y económico mundial como una reunión de lagartos que organizan rituales donde se practica la pedofilia y se realizan sacrificios sangrientos de humanos.

Desde la perspectiva cognitiva, si tales rasgos se toman únicamente como imágenes y no de forma literal, lo cual nos situaría en un marco de paranoia clínica, resultan en una “paranoia benigna” que ejerce de filtro crítico sobre la situación del mundo, y provocan en el individuo un ejercicio reflexivo ante la realidad que le puede alejar de la apatía creativa propia de estos tiempos.

Sin embargo, las intenciones simbólicas y procesos psicoanáliticos no parecen estar entre las prioridades del espectáculo masivo de las conferencias de Icke. Deshumanizar a los líderes globales y situar el mal en criaturas ajenas es un recurso útil en los mitos y leyendas iniciáticas, pero al presentarse como una realidad rotunda y completamente externa pierde su contenido transformativo, deja poco lugar, o ninguno, para la autocrítica.

Todo lo cual nos lleva a acabar citando a Carl Sagan quien, en Los dragones del Edén, libro por el que ganó el Pulitzer en 1978, se preguntaba:

¿Es una mera coincidencia que los sonidos onomatopéyicos que el hombre emite para reclamar silencio o llamar la atención tengan extraño parecido con el silbido de los reptiles? ¿Puede pensarse que los dragones llegasen a constituir un gravísimo peligro para nuestros antecesores protohumanos de hace unos cuantos millones de años, y que el terror que suscitaban, junto con las muertes que causaban, impulsaran la evolución del intelecto humano? ¿O debemos considerar, quizá, que la alegoría de la serpiente constituye una referencia a la utilización del componente reptílico agresivo y ritualista de nuestro cerebro en la posterior evolución del neocórtex? Salvo una excepción, el relato del Génesis acerca de la serpiente que tienta al hombre en el jardín del Paraíso es el único caso expuesto en la Biblia en que el ser humano acierta a comprender el lenguaje de los animales. ¿No es posible que el temor a los dragones fuera en realidad temor a una parte de nosotros mismos?

Parte de nosotros mismos… o realidad exterior…

O ambas.

A estas alturas, quién sabe.

(TheCult.es)