Más que flaca, enjuta. Desgarbada, encorvada. Con el pecho hundido y la cabeza gacha. Largas canas amarradas en una cola de caballo que no logra disimular la opacidad y resequedad de sus cabellos deslucidos. Manos temblorosas con manchas y venas marcadas. Un hilo de voz quedo y agudo, que vibra temeroso. La mirada, opaca y errática bajo unos viejos lentes culo de botella de pasta, sólo parece obtener un poco de brillo cuando contempla un animal y su voz triste se torna alegre, tierna y cantarina cuando habla con los gatos, los perros o los pájaros.
A veces pasa frente a la tienda de mascotas. Se asoma a la vitrina y con las manos a los lados de los ojos trata de enfocar hacia el sitio donde se ubican los alimentos. Mira a los lados. Revisa su bolso. No tiene dinero. Mira al cielo y sigue su camino.
En otras…
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