Partiendo de la pregunta de si un asesino nace o se hace, si el mal es genético y por tanto hereditario, vemos como una pequeña princesa de buenos modales (Patty McCormack) no dudá en mentir, en ocultar la verdad y el crimen, con el fin de conseguir lo que se propone, para desespero de su madre (Nancy Kelly), atormentada y llena de dudas por el origen de las tragedias, y desconocimiento de quienes la miman y quieren. Y aunque alguno sepa interpretar sus miradas y contestaciones, de poco servirán ante criatura tan lista y repelente. Al final, cuando los actores nos sean presentados y saluden a cámara, herencia teatral, la pequeña Rhoda recibirá su merecido.
Con bajo presupuesto y una nítida fotografía en blanco y negro de Harold Rosson, la cuarta de las candidaturas de la cinta a los premios de la Academia estadounidense, LeRoy rodó un clásico menor del cine de terror, un escalofriante retrato de la perversión, con tal acierto que hace que veas a los personajes como si fuesen reales, existiesen cerca de cada uno de nosotros. Cientos son los títulos que después han ahondado en la maldad infantil, algo que escapa a todo razonamiento y por tanto se convierte en un horror aún mayor, pero The bad seed, psicológica y llena de sombras que poco a poco iremos descubriendo, sigue siendo especial, sembrado de ponzoña, y dudas, el ambiente cada vez que se proyecta.
También el diablo juega con los niños.
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detallan 3 títulos de M. LeRoy:TLittle Caesar (Hampa dorada, 1930); I am a fugitive from a chain gang (Soy un fugitivo, 1932) y Gold diggers of 1933 (Vampiresas de 1933, 1933).