Combinando el rodaje clásico, de planos generales muy notables como los de la escapada a la playa o los entrenamientos a esa hora temprana en que luna y sol todavía se confunden en el horizonte, con el modernismo de la british new wave, entre irónico y acelerado, Richardson ofrece al espectador de su época, al muchacho que prefería refugiarse con su pandilla de amigos en el cine a quedarse en casa frente a la BBC, a la chica que soñaba con ser feliz en un hogar propio, su título mas emblemático, y una forma de decir basta. No es por tanto arriesgado decir que en este cine de espaldas doblegadas y miradas oblicuas y grises se encuentra en el origen del pop, e incluso del punk (los hermanos pequeños de los protagonistas de The loneliness...), del grito de una generación que lo único que sabia es que la sociedad debía cambiar. Que el existencialismo continental no contagiase a la juventud británica era una tarea imposible que el cine se encargó de dinamitar, nouvelle vague de por medio.
Hay dos formas de aceptar la vida: sometiéndote a sus dictados o enfrentándote a ellos. Los adultos de The loneliness... optan por el reajuste emocional, la canalización en la dirección correcta de la agresividad, olvidando que un galgo corre por instinto, no por imposiciones o reglas. Que correr siempre ha sido muy importante... para escapar de la policía. Que por mucho que te alejes de la salida, del pasado, la meta, el futuro, siempre estará un metro, una yarda, más allá. Que lo más que puedes alcanzar es a que te roce la sombra de los días por venir.
(La soledad del corredor de fondo, 1962)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de T. Richardson.