Cuando Lilja (Oksana Akinsjina) es arrojada al fango por su madre, que cree más fácil comenzar una nueva vida en América si reniega del pasado y se acompaña de un hombre, no tarda en abandonar los estudios y sumergirse en un día a día de ingenuos flirteos, tranquilizantes, bolsas con pegamento que esnifar y la compañía del pequeño y fiel Volodja (Artiom Bogutjarskij). Con el cuerpo en plena explosión, aunque todavía niña, su amiga Natasha (Elina Benenson) le enseñará lo fácil que es ganar dinero: basta con ponerse unas extensiones de pelo, pintarse las rayas de los ojos, ir al centro y abrirse de piernas. Reacia al principio, ir a la discoteca se convertirá en una salida a la pobreza. Allí verá por vez primera a Andrej (Pavel Ponomarjov), a quien se entregará, haciendo caso omiso de los consejos de Volodja. Engañada, el prometido paraíso sueco se convertirá en un infierno del que sólo se puede escapar saltando al vacío.
Del mismo tronco que el cine social de Ken Loach (Sweet sixteen (Felices dieciséis, 2002) se estrenó pocos meses antes), el Zonca de La vie rêvée des anges (La vida soñada de los ángeles, 1998), el movimiento Dogma o los documentales comprometidos de las noches televisivas (el uso de la cámara en mano durante todo el metraje le confiere un nerviosismo y verosimilitud a la historia que la hace tan veraz -esta basada en un hecho real- como pavor causa en el espectador), Lilja 4-ever es un cuento moderno, elusivo en lo escabroso, con ángeles buenos y perversas corrupciones, violadores cancerberos, madrastra despiadada, con el diablo disfrazado ora de atractivo enamorado, ora de rudo proxeneta. Una Gretel con Pepito Grillo perdida a orillas del Báltico repudiado el padre comunista.
Desgarradora y conmovedora obra maestra creada desde la modestia, podría parecer que hacer que en algunos episodios Lilja y Vorodia correteen alados en las azoteas, o el destino final del cuadro religioso que acompaña a la muchacha en su recorrido, es un truco fácil y reiterativo en la bondad de los personajes, pero en realidad es necesario hacer hincapié en lo fácil que resulta manipular y corromper la inocencia, explotar sexualmente a los necesitados. Desde su estreno, la sombra de Lukas Moodysson siempre caminará acompañada de la de la joven de los sueños rotos. La de la bella Oksana Akisnjina de la de una Lilja que esperemos la deje crecer siendo la actriz que aquí prometía.
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de L. Moodysson.