Un tipo apuesto y con maletín regresa al lago Deer, Maine, después de dos años en la cárcel. Ella le espera, le dice su abogado. Cuando el parte en la canoa camino de su casa, se nos cuenta la historia de esa vida, de esa desgracia. Es en un tren camino de Jacinto, New Mexico, donde una mujer seductora y atractiva, Ellen Berent (Gene Tierney), que emana tal belleza que sólo podemos suponerla tan caprichosa como posesiva, descubre en el rostro del escritor Richard Harlan (Cornel Wilde), los rasgos del padre recién muerto y cuyas cenizas, en compañía de su madre, la señora Berent (Mary Philips) y su hermanastra, la prima Ruth (Jeanne Craine), van a esparcir por el altiplano. La casualidad quiere que se dirigan a la misma casa, donde Ellen, enamorada pero manipuladora, o tal vez por ello, no duda en romper su compromiso con el prometedor Russell (Vicent Price) y precipitar su boda con Richard. Todo es perfecto hasta que deciden compartir su vida con el jovencito Danny Harlan (Darryll Hickman), inválido pero esforzado deportista, que encuentra la muerte en el agua. La pasión ha ido dejando sitio a los celos, infundados o no, y Ellen evitará, rechazará, cualquier acto que desequilibre su balanza de dos, anteponiendo su relación a la familia, si llegare el caso.
John M. Stahl hizó de Leave her to heaven, melodrama con tintes de film noir (el tierno rostro de la Tierney cubierto con gafas de sol es pura maldad), su único rodaje en color, ¡y qué color!, por obra del premiado Leon Shimroy. Inolvidables cada una de las apariciones de la estrella: espléndida en bañador, vestido largo, camisón, ropa de montar a caballo, blusa y pantalón, vestido largo, jersey de manga corta; cada uno de los decorados: los techos opresivos y las atmósferas cargadas de electricidad, las noches luminosas y los verdes oxigenantes, las casas de madera o en medio del desierto en las que cada visita repentina es un fastidio; cada una de las escenas: el paseo a caballo de Ellen cuando cumple la última voluntad paterna, el sandwich mordisqueado a la luz de una lámpara, el despertar del amado; cada uno de sus fotogramas. Leave her to heaven es ideal para degustar, copa de brandy en mano, en una sesión de insomnio entre las adaptaciones más clásicas de la Rebeca de Daphne du Maurier y las Cumbres borrascosas de Emily Brönte, obras a cuyo lado no desmerece, lo que dice mucho de su talla.
La verdad es perversa, escuchamos aquí. Gene Tierney era, aquí y siempre, verdad, sí, peligro, pero, ¿quién no ha soñado con pasar un verano en El otro lado de la luna con su única compañía?
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de J. M. Stahl.