En Germania anno zero, Rossellini seguía su propósito de mostrar con toda la crudeza el mundo que aunque ajeno le importaba, sin consuelo ni engaños. Trasladando el equipo al Berlin de escombros, tranvías, cigarrillos sueltos y cartillas de racionamiento que dejó la WWII (los interiores los rodó en Roma), seguiría durante unas pocas horas, las últimas, las andanzas de Edmund Koeler (Edmund Meschke), muchacho tímido de pantalón corto y calcetines altos, de muy manoseada belleza aria (el personaje del pervertido maestro (Erich Gühne) es despreciable como pocos en la historia del cine), engañado por los adultos y despreciado por los de su edad, pivote de una familia, de una comunidad, hambrienta y despiadada, que nada entre la pobreza, la podredumbre que parece que se instalará eterna, la miseria que trajeron las bombas ajenas y lejanas, que bracea con ropas dignas pero escasas y a quien la responsabilidad le acaba por vencer. Los últimos pasos de un Edmund desubicado que es en realidad un país, un pueblo orgulloso y humillado, bajo la lupa rosselliniana, ¿una inocente y pudorosa mirada'.
Rodada con blanco polvoriento y negro mañana, el autor remueve la conciencia colectiva al darle un aire documental a la historia, librarla de virtuosismos técnicos en el paseo, nuestra perplejidad, por los barrios más ruinosos de una capital a punto de convertirse en una apetecible tarta para el poder económico-militar de las potencias vencedoras de la contienda mundial, y hablarnos de la recuperación de la rutina tras los años de los refugios subterráneos, tarea siempre difícil para un adulto, pero, y aquí es donde Rosselllini al intentar acercar el dolor universal al suyo propio tras la marcha percipitada de su primogénito Romano consigue trascender de veras, que resulta imposible de digerir para un muchacho en su irreversible camino hacia la juventud. No en vano repetía a quien le entrevistara que el verdadero oficio que se debe aprender es el de ser hombre. Crecer, ser persona, es lo díficil.
Esperar que, poco a poco, todo vuelva a la normalidad, que el calendario comience desde la nada, que el padre enfermo fallezca, que aparezca un novio honrado, una oportunidad de trabajo para quien confío en Hitler, que el espanto y hastío se desprendan de los recuerdos, es la única esperanza de los anónimos protagonistas de Germania anno zero, fotografía realista, ayer nueva, hoy necesaria, de Rossellini. “No se trata de una acusación contra el pueblo germano, ni tampoco de una defensa, más bien es una constatación de los hechos”. En realidad, habla de la condena de vivir. Se sea cristiano o no.
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detallan 4 títulos de R. Rossellini: Roma, città aperta (Roma, ciudad abierta, 1945); Paisá (Camarada, 1946)*; Europa '51 (1952) y Viaggio en Italia (Te querré siempre, 1953).
* En el libro no aparece el título en castellano.