Convencido de que no saber de cine no podía llevarle a rodar películas peores que las de los demás, muestra del egocentrismo que siempre le acompañaría, Stanley Kubrick sitúa al antihéroe frente al mundo y logra, a los 27 años, la primera de sus obras maestras. Adaptando una mediocre novela negra de Lionel White. cuya fuerza residía en los saltos narrativos en el tiempo, y con la inestimable ayuda en los diálogos del mordaz Jim Thompson, el director norteamericano juega con el tiempo y el pensamiento ordenado y desentraña la historia de un meticuloso robo en un hipódromo por un grupo de ruines comandado por Johnny Clay (Sterling Hayden). Oprimiendo a los personajes en cada encuadre o creando inolvidables planos de apertura justa para que sintamos, sientan los personajes, la imposibilidad de escapar -de la lente, de la pantalla, del Destino-, demostrando que el montaje y la voz en off pueden marcar la diferencia -la estrella masculina del film le hizo llegar a través de su agente que no estaba de acuerdo con el troceado discurrir de la trama: Kubrick, que ya había tenido que ceñirse a la moral de la justicia final de la historia, maleta vieja de cerradura inútil y perro inquieto incluidos, hizo caso omiso- dejando para la historia algunos momentos de poderosa atracción (la secuencia final con los dos polis atravesando sendas puertas del aeropuerto; Nikki (Timothy Leary), el francotirador racista y de invalidez fingida, tratando de huir; las dianas de silueta humana que acaban de ser agujereadas; los diálogos de hielo y punzón entre George (Elisah Cook) -He visto algo maravilloso cuando venía en el tren esta noche, algo bueno que me pareció dulce.- y Sherry (Marie Windsor) -¿Un bizcocho?-; la máscara de payaso en un hombre de camisa descuidada, traje y sombrero; las repeticiones de los planos y sonidos de la megafonía, de los caballos...), dio muestras de una inusual fuerza y pureza estética, del autor que se asomaba.
De estructura/desestructura mil veces reverenciada por los más reputados cineastas posteriores (¿hay que volver a nombrar al primer Quentin Tarantino?), The killing es un título esencial en el cine, un film noir que se hace escaso de metraje -se le puede achacar cierto aceleramiento en la recta final-, un prodigioso puzzle de notable éxito de crítica, aunque moderado en la taquilla, que supera las décadas y revisiones con matrícula y que reafirmó a su director en el camino emprendido. A partir de ese punto, cada vez que su nombre apareciera en la pantalla sería garantía de obra mayor, placer visual, qualité. Quizá Johnny Clay no llegase a Boston, pero Kubrick, con The Killing, escaló el primer peldaño que lleva a la gloria. En su caso, una gloria sin mácula en el patio de butacas.
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detallan 9 títulos de S. Kubrick: Paths of glory (Senderos de gloria, 1957); Spartacus (Espartaco, 1960); Lolita (1962); Dr. Strangelove or: How I learned to stop worrying and love the bomb (¿Telefóno rojo? Volamos hacia Moscú, 1964); 2001: A space odyssey (2001: Una odisea del espacio, 1968); A clockwork orange (La naranja mecánica, 1971); Barry Lyndon (1975); The shining (El resplandor, 1980) y Full metal jacket (La chaqueta metálica, 1987).