+ DE 1001 FILMS: 1060 - Aelita

Publicado el 01 agosto 2010 por Alfonso

Heredera directa de Le voyage dans la Lune (Viaje a la Luna, 1902) de Méliès tanto como del constructivismo soviético, la Bauhaus, los fotomontajes de Rodchenko, las sombras del doctor Caligari, y precursora de los seriales de Flash Gordon protagonizados por Buster Crabbe, de la metrópolis fritzlangiana, de la pacifista High Treason (1929) de Maurice Elvey, Aelita (1924) es, además del primer largometraje de corte futurista que se conserva, quizá el primero rodado, un prodigio visual y un disparatado cuento marxista-interplanetario de Yákov Protazánov que contó con el apoyo incondicional de la productora Mezhrabpom-Rus y la NEP (Nueva Política Económica), y que tuvo el honor de recoger los primeros aplausos -redundancias iniciales para los pioneros- de la filmografía soviética fuera de sus fronteras, al atracar en las salas de cine meses antes que el acorazado de Eisentein.
Adaptación de un texto de Aleksey Tolstoy, Aelita se presenta como una fantasía cientifico-socialista que nos situa a finales de 1921, cuando las estaciones de radio captaron unas palabras extrañas (Anti...Odeli... Uta...) provenientes del espacio exterior. El ingeniero Los (N. Tseterelli) querrá descifrarlas y pronto fantaseará con su procedencia del planeta Marte y la vida en él. Mientras su vida marital se derrumba, el fantasma de los celos merodeando en cada acto que realiza su mujer Natasha (V. Kuindzhi), y la paz trae de regreso a valerosos soldados como Gusev (N. Batalov) e impone un nuevo orden en las calles y sus habitantes, algunos reacios al reparto equitativo del comunismo, como Ehrlich (P. Pol), Los soñará con el rey Tuskub (K. Eggert) y su hija Aelita (Y. Solntseva), quien a su vez le observa con no poco riesgo y avanzado telescopio. Abandonando a la infiel Natasha, Los se entrega a la reconstrucción del país. A su regreso al hogar, la tragedia se cernerá sobre su vida. Perseguido por el tenaz Kravtsov (I. Ilyinsky), la única posibilidad de escape será construir, con los planos que le confió su colega Spiridonov (el mismo N. Tseterelli), el cohete que le lleve a Marte y comprobar si el sueño, si la monarquía de estética cercana a las faraónicas, es invención o premonición. Con Gusev e invitado sorpresa, (tres humanos surcando las estrellas, como en la aventura selenita de Jules Verne, como en los primeros viajes espaciales de la NASA), tomará suelo en territorio de esclavizante gobierno y obreros recluidos en cuevas. Entre derrocar la tiranía, ser amado por la princesa soñada, proclamar una nueva revolución bolchevique que haga de Marte otra república socialista, la realidad se impone. Son tiempos difíciles: ¡basta de fantasías!
Maravillosa entrega de Protazanov, con vestuario imposible -¿Aelita tienes tres pechos?-, delirantes objetos de plexiglás, arquitectura cubista y decorados de formas puras, trama politizada (el herrero dando martillazos a la hoz; el avance imparable de las máquinas excavadoras, del ferrocarril; la evocación de los maravillosos tiempos pasados, plenos de educación, buenas formas... y corrupción), imaginativa y naif a la par que machista (la mujer haciendo la colada, siguiendo al amado en la miseria), aunque ligeramente feminista (la mujer insobornable y con un lugar en la cadena de trabajo), que defraudará a quien quiera contemplar nada más que una película de sci-fi, engaño al que llevan la mayoría de las fotografías y carteles publicitarios que ceden el protagonismo a la sirvienta Ikhoshka (A. Peregonets) antes que a la pérfida Aelita, y deleitará a quien observe, con el debido alejamiento, las consignas propagandísticas.
Concienciación de las masas en mitad de una revuelta de terrícolas y marcianos, utopía avant-garde de la era del silente, que hacen de Aelita un festín de la imaginación.
Aelita (1924)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan titulos de Y. Protazanov.