Rodada con la asombrosa y desconcertante economía de medios, gestos y emociones a los que nos tiene acostumbrados el menor de los Kaurismäki, con el peso recayendo sobre la figura seca y desgarbada de Kati Ouitinen, que interpreta a una Iiris trastornada, que no era Gretel, Caperucita, el patito feo, la bestia, la bella yacente o la guapa del palacio, sino una bruja por las circunstancias, una psicótica malvada de carne trémula, pero carne humana, única superviviente del disfuncional teatro de su cotidianidad (con Elina Salo y Esko Nikkari interpretando a los adultos miserables y Viesa Verikko, en el papel del amante Aarne -el hermano con síndrome de Peter Pan es Silu Seppälä, bajista de los Leningrand Cowboys; su historia, por tanto, es otra, anterior y posteriormente contada por el mismo autor-), Tulitikkutehtaan tyttö, capítulo final de la trilogía del proletariado, de la decepción según palabras del propio director -sus dos episodios anteriores son: Varjoja paratiisissa (Sombras en el paraíso, 1986) y Ariel (1988), igual de duras y hermosas que la última, pero no tan cartilaginosa-, es un cuento sobre la venganza y el orgullo; una tragedia subversiva algo cómica, lo que le acerca a su admirado Chaplin; relato industrial, con un prólogo que rezuma su admiración por Buñuel, al igual que la liturgia y el templo que representan el alcohol y los bares que abren sus puertas las mañanas dominicales mientras las campanas de las iglesias repican; con un personaje, mujer que explota -¿por ser mujer?-, que oscila entre el perplejo Henry Spencer de la fantástica Eraserhead (Cabeza borradora, 1977), de Lynch, y el mayordomo de Desde el jardín, libro de Kosinski que admirada el maestro de Calanda y que fue filmado por Hal Ashby, (Being there (Bienvenido Mr. Chance, 1979) -inolvidable Peter Sellers-), y que, como no, tampoco renuncia al influjo de sus colegas Bresson, Jarmusch, Mike Leigh, Ozu, a las sombras de Murnau, ni a los cerosos personajes pintados por Edward Hopper.
Aki Kaurismäki, que rodó e improvisó en sentido cronológico uno de sus más certeros diálogos-revólver, esos en los que las frases funcionan como cargadores y las palabras impactan como balas, -13 minutos habrán trascurrido, de los menos de 70 que dura la cinta, cuando escuchemos la voz de la solitaria protagonista pidiendo una cerveza-, entregó un cuento, pues como tal hay que entenderlo, si atendemos a la cita que antecede la reproducción -“Probablemente muera de frío y de hambre en mitad del bosque”, La condesa Angelika, de S. Golon-, singular, aunque macabro y satírico -hace llorar a Iiris en el patio de butacas mientras asiste a una proyección, que no vemos pero si escuchamos, de los hermanos Marx (Room service (El hotel de los líos, 1938), de William A. Seiter), y se anticipa, como en casi todo su cine, al destino del obrero europeo, al fin de la especialización laboral, a los días grises por venir, haciendo arte del vilipendiado postmodernismo.
En Tulitikkutehtaan tyttö, la mujer que podía encender con facilidad un fósforo -es un decir: es torpe cuando decide encender un cigarrillo- y provocar un incendio que abrasase los gélidos corazones de quienes la rodeaban, opta por escapar del fuego rápido y arder sola en un infierno a buen seguro menos doloroso que su paseo terrenal. Y gracias al talento del concienciado y sobrio –es otro decir: sobrio como sinónimo de lacónico, pues se trata de un bebedor reconocido y empedernido- Aki Kaurismäki, se nos hace soportable la insoportable levedad del ser.
(La chica de la fábrica de cerillas, 1990)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detalla 1 título de A. Kaurismäki: Ariel (1988).