Es Joel Barish (Jim Carrey) un joven nada impulsivo, algo deprimido, que vive sin pareja en La Gran Manzana y que el día de San Valentín de 2004 decide no ir a trabajar y acercarse en tren a la cercana playa de Montauk. Allí conocerá a Clementine Kruczynski (Kate Winslet), mujer que aprovecha todas las oportunidades que le brinda la vida, de humor difícil y con el pelo teñido de “ruina azul”. Tras un arranque idílico advertimos que la relación ha sido imposible y que Joel, que ha descubierto que Clementine le ha sacado de su cabeza gracias a un innovador proceso científico de la empresa Lacuna Inc. desarrollado por el doctor Mierzwiak (Tom Wilkinson), decide hacer lo propio. Así, después de crear el mapa con las fotografías, regalos, cartas y demás recuerdos que la atan a ella, y le atormentan, se somete a la ultima fase del borrado, pero algo falla: él se resiste a olvidarlo todo y quizá refugiándose con ella en otro lugar de su memoria (la casa familiar, los años de la infancia, una humillación adolescente...) puedan comenzar de nuevo. Pero aunque las huellas desaparezcan por completo tal vez vuelvan a encontrarse de nuevo, estén condenados a entenderse eternamente.
Visualmente mágica, compleja e inquietante -caras que desaparecen; calles que se vacían de edificios y personas; cocinas de proporciones gigantescas para personajes diminutos; viajes en el tiempo, en nuestro, su, propio tiempo...), cronológicamente desordenada -signo de su época cinematográfica: de Tarantino a González Inárritu, de Gaspar Noé a Christopher Nolan, pasando por el Brian de Palma de la muy recomendable Femme fatale (2002), la historia no se cuenta lineal; vuelta de tuerca a Two for the road (Dos en la carretera, 1967), de Stanley Donen- pero fácilmente armable si observamos que las pistas sobre la estructura temporal las dan el tono de los cabellos de Clementine, colores como de cubo de Rubik, o las fechas que oímos de pasada, desconcertándonos por unos instantes, Eternal sunshine... entronca directamente con los eternos 28 minutos de La jetée (1962), de Chris Marker y el relato de los implantes de Philip K. Dick titulado Podemos recordarlo todo por usted, lo que le confiere un halo fantástico y descorazonador.
El paseo nocturno sobre el río helado en su primera cita, la infantil luna de miel, lo dejan bien claro: nos apoyamos sobre la fragilidad, la del suelo que pisamos, las de nuestros recuerdos y miedos, la de la vida, caminamos sobre un mundo de tragedias y debilidades y rechazamos cualquier desorden que no provenga de nosotros mismos, como les ocurre en la cinta de Michel Gondry a la pareja protagonista, a los secundarios: el doctor Mierzwiak, propietario de Lacuna Inc., la clínica del vaciado (el nombre proviene del término lacūna que podemos traducir del latín como laguna, carencia, defecto, olvido), de las pequeñas lesiones cerebrales (existe el término médico infarto lacunar para referirse a una de las más comunes necrosis cerebral isquémica) sometió al experimento -la sociedad no se escandaliza: recordemos que el futuro es alienante y ahora, ayer- a su secretaria, Mary (Kirsten Dunst) -lástima de historia no más desarrollada: ese aborto que cuentan los making off-, novia del técnico Stan (Mark Ruffalo), quien descuida el allanamiento de morada y mente de Joel y ocultará el secreto lujurioso de su ayudante Patrick (Elijah Wood), responsable directo de la creación del rechazo a la eliminación total de Clementine en la cabeza, y corazón, de Joel Barish, de enviar a la nada los días que pasó a su lado.
Sirva como advertencia final, que si un día recibes una nota diciéndote que has sido eliminado de los recuerdos de algún allegado, no te precipites e intentes pagarle con la misma moneda. Si no conoces Eternal sunshine of the spotless mind le echas un vistazo. Y si la conoces, la vuelves a ver, mejor en la compañía de quién te ha sacado de su vida, y espera. Sí, espera, sin saber que te deparará el futuro, si se llamará Godot, Clementine o Joel. Espera, nada más. Y nada menos.
(¡Olvídate de mí!, 2004)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de M. Gondry.