Que el cine ha de ser creíble antes que veraz lo certifican autores como David Fincher, especialista en intentar arrojar luz sobre la psique de la sociedad contemporánea, a través de unas historias sorprendentes y aterradoras hechas realidad por el trazo firme y sobrio, clásico y algo soberbio, con que nos están contadas.
Después de un muy aplaudido debut con Se7en (Seven, 1995), un par de cintas vistosas en el estreno y poco más, como The game (1997) y Panic room (La habitación del pánico, 2002), la sobrevalorada Fight Club (El club de la lucha, 1999), y justo antes de merecer, ¡por fin!, el reconocimiento de sus compañeros de la Academia de Hollywood por The curious case of Benjamin Button (El increíble caso de Benjamin Button, 2008) y The social network (La red social, 2010), con sendas nominaciones a la mejor dirección en las ceremonias celebradas en 2009 y 2011, respectivamente, Fincher rodó su gran obra maestra -hasta la fecha-: Zodiac (2007). Con escasa repercusión en la taquilla -la recaudación total ascendió, aproximadamente a una novena parte de la de Se7en-, entregó un film que cumplió las expectativas del aficionado al thriller, al estimular el miedo cerval que le despierta los recuerdos ancestrales más dolorosos, el pavor que le incita a seguir fiel a su género preferido. Y lo lográ meritoriamente, sin que para ello se haya de llenar la pantalla de efectos especiales, tiroteos atronadores, hemoglobina, sustos de libro..., consiguiendo una tensión y densidad en la trama investigadora sobre la que gira el guión similar a la de All the president's men (Todos los hombres del presidente, 1976), de Alan J. Pakula, o Munich (2005) de Steven Spielberg, indiscutibles títulos mayores del séptimo arte.
Basado en Zodiac y Zodiac unmasked, los bestsellers de Robert Graysmith que giraban en torno al serial killer que aterrorizó desde finales de la década de 1960 a los habitantes del norte de California, al asesino que enviaba mensajes cifrados a la prensa firmados como Zodiac y un círculo con una cruz que se prolongaba más allá de los límites de la circunferencia (¿nombre y distintivo de una marca de relojes?; ¿el dibujo de un punto de mira?; ¿la marca de la cuenta atrás del primer rollo de una película como The most dangerous crime (El malvado Zaroff, 1932) el clásico de Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack para la RKO?), hechos que ya habían servido de inspiración directa a mediocres trabajos fílmicos -sólo en 2005 ya se estrenaron tres cintas sobre el caso, piezas que, de cualquier modo, bien pueden servir para intentar completar un puzzle sin imagen de referencia- y de manera más segada y popular a Bullitt (1968), de Peter Yates, con un inolvidable Steve McQueen de arma enfundada en el costado izquierdo, y Dirty Harry (Harry, el sucio, 1971), de Don Siegel para el Clint Eastwood que interpretaba al inspector que perseguía a Scorpio, es esta de Fincher el más fiel y meritorio acercamiento a los mismos, caso nunca resuelto y que más de cuatro décadas después todavía sigue abierto en varios estados norteamericanos.
Utilizando el bleach bypass (técnica de revelado que omite el paso de la película por el blanqueador, dando como resultado una imagen en blanco y negro sobre una imagen en color, un negativo de mayor contraste y profundidad), cruzando las pesquisas policiales llevadas principalmente por el inspector David Toschi (Mark Ruffalo) con los análisis y desviaciones periodísticas, y etílicas, de Paul Avery (Robert Downey, Jr.) y la obsesión del caricaturista, compañero del anterior en el San Francisco Chronicle, Robert Graysmith (Jake Gyllenhaal), la obsesión literaria que le llevará a publicar las inspiradoras, Fincher pega literalmente en la butaca al espectador desde el primer minuto: un joven y su amiga casada e infiel se encuentran durante la celebración nocturna del Cuatro de Julio y conducen hasta las afueras de la ciudad en busca de un poco de intimidad. La resolución de la violenta escena que tendrá lugar no basta para aliviar la tensión acumulada y las posteriores ejecuciones o intentos frustrados (la pareja de enamorados junto al lago; la madre que viaja con su bebé; el taxista), las llamadas telefónicas a los domicilios particulares o a un plató de televisión, la aumentan, al insinuar la perversión y el mal antes que mostrarlo, creando una atmósfera de metano y azufre, un aire irrespirable y animal. Maestro en jugar con el espectador, Fincher, que parece olvidarse del personaje principal, Graysmith, el dibujante, para devolvérnoslo en una locura de crímenes y criptogramas, llevándolo a una casa con un sótano lleno de magia y peligro, hasta enfrentarlo cara a cara con el principal sospechoso -escena ligeramente modificada: en la realidad ocurrió en las inmediaciones de la ferretería, no frente al mostrador-, ha vuelto a un escenario que no le es ajeno: el de la persecución de un escurridizo asesino, el mismo de Se7en. Y es esta comodidad la que hace que las más de dos y media de metraje pasen sin darnos cuenta.
Investigación chapucera -falta de interés por buscar e interrogar a los supervivientes, de comparar las huellas dactilares, el ADN-, todavía hoy siguen apareciendo testimonios que dicen saber quién se escondía detrás de Zodiac. Si fueron uno, o varios, si hubo falsificación de posibles pruebas por algún miembro del SFPD (Departamento de Policía de San Francisco), lo cierto es que apenas importa: nunca se descubrió su identidad. Y probablemente nunca se conozca. Aunque es ese misterio, el mismo que envuelve a Jack, el Destripador, o el caso de la Dalia Negra, el que lo hace eterno. (Sobre este segunda comparación hay que decir que el de Denver estaba destinado a dirigir The Black Dahlia (La dalia negra, 2006), proyecto que abandonó al involucrarse en Zodiac, siendo el Brian de Palma de las de arena el responsable final de aquella.)
Zodiac es puro entretenimiento y reflexión -el mal por el mal siempre resulta atrayente y repulsivo a un mismo tiempo-, y da miedo, mucho miedo. No tanto como el que debieron sufrir los padres con niños en edad escolar que vieron publicada la amenaza de Zodiac a los autobuses que los trasportaban a los colegios, por supuesto, pero casi. Y ese terror lo sentimos gracias, o por culpa, de un casting magnífico -¿es Jake Gyllenhaal el actor más destacado de su generación?-, la detallada planificación del guión de James Vanderbilt, que vio tan clara la jugada que no dudo en convertirse en uno de los productores de la misma, y la modernidad bien entendida de David Fincher, un director de los que sorprende con cada entrega y de quien no es aventurado decir que quedará, con el permiso de Christopher Nolan, como el más reputado de los directores norteamericanos que comenzaron su andadura en el ocaso del siglo XX.
Zodiac (2007)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detallan 2 títulos de D. Fincher: Se7en (Seven, 1995)* y Fight Club (El club de la lucha, 1999).
* En el libro aparece con el título original de Seven.