En el año 1999, la Unidad de Exclusión Social del Reino Unido acuñó en uno de sus informes el término NEET, acrónimo en inglés de la expresión not employment, education or training, para referirse a los/as jóvenes de entre 16-18 años que, por aquel entonces, estaban en situación de alto riesgo de exclusión social debido, precisamente, a su falta de oportunidades laborales y formativas, su condición de desempleados, no inscritos en la escuela ni en la Universidad, que no buscaban trabajo ni recibían la formación necesaria para lograr un empleo. Al poco tiempo, en España, a esta generación de jóvenes, y por similitud al término anglosajón, se le conoció como la generación NiNi (para referirse a aquellos/as que ni estudian ni trabajan). En nuestro país, los/as NiNi han ido siendo más y más numerosos/as año tras año, hasta el punto de que según los últimos datos de Eurostat cifran este colectivo en unos/as 800.000 jóvenes (un 23,1%), mientras la media europea está 10 puntos básicos por debajo. Aunque las causas que dieron (y siguen dando) lugar a que esta legión de jóvenes se sitúen en las listas de la marginación son variopintas, en mi opinión, son dos las "fuerzas perversas" que han alimentado esta lacra de nuestra sociedad. Por un lado, un sistema educativo anacrónico, desconectado de la sociedad y de sus demandas reales, que ha dado la espalda al estudiante (persona) y lo ha desprovisto de toda motivación por aprender centrándose en áridos contenidos y antediluvianas pedagogías, sin importarle si los conocimientos que se imparten son útiles para la vida de las futuras generaciones y mucho menos si les servirán para labrarse un proyecto de vida a 20-25 años vista. Por otro lado, el cataclismo de la pirámide socio-generacional de nuestro país en la que muchos adolescentes se convierten en padres, los padres en jóvenes abuelos/as que se han visto masivamente desempleados durante la crísis y los/as abuelos/as en sustento de unos y de otros con sus exiguas pensiones. Ambas fuerzas han conducido a miles de adolescentes al abandono escolar, a la reclusión -en el mejor de los casos- a las tareas domésticas, a la desidia, al ocio como condena y al desasosiego, y a medio-largo plazo a la desesperación, el resentimiento e incluso al odio hacia una sociedad que les ha dado la espalda. La generación NiNi de 1999, hoy día está formada por decenas de miles de adultos/as de 30-35 años y por otros/as muchos/as jóvenes de generaciones posteriores que siguen engrosando la lista, que hoy se han empeñado en configurar lo que ellos llaman "una sociedad nueva" pero que para mi gusto tiene poco de nueva y mucho de anárquica. En los últimos 15-20 años nuestra sociedad ha ido alimentado un monstruo clientelar que sólo sabe sobrevivir mediante ayudas externas, indulgente y vago a más no poder, que se moviliza por el resentimiento y por la promesa de rentas básicas universales que le permita mantener su paupérrimo estatus quo sin dar un golpe, y que, por supuesto, no busca el bien común sino el común de los bienes (sobre todo si son ajenos). Una sociedad en la que recibir lo que no se merece o por lo que no se ha luchado sea lo apropiado, una sociedad en la que parasitar esté bien visto, una sociedad en la que ser pasota, descamisado y haber pasado horas en fumatas -en lugar de bajo un flexo- sea lo que da puntos en el currículum. Una sociedad en la que "el pobre no quiera prosperar y ser rico, sino que el rico se convierta también en pobre" (y cuando hablo de ricos y pobres no me refiero a dinero, sino a prestigio honradamente labrado, titulaciones, porvenir, esperanzas, proyectos, etc.). Esta es la España de unos/as NiNis creciditos/as que ahora quieren comer de la olla grande pero no con cucharitas de postre, sino con grandes cucharones de madera sostenidos por los hilos del poder. Como bien dice el sabio refranero español: aquellos barros traen estos lodos, y por desgracia, tienen muy mala pinta y huelen aún peor.