A sabiendas del desvarío sobre la austeridad eterna que el neoliberalismo ha pregonado de manera detallada desde el golpe de Estado de la dictadura cívico militar argentina en adelante, con motosierra incluida esta vez, la evidencia histórica demuestra que detrás de un disfraz de palabras como eficiencia, corrupción, déficit o emisión monetaria, siempre están los negocios, principio y fin de su accionar político.
Por Lic. Alejandro Marcó del Pont"Afirmar que los comunistas son orcos, es tan estúpido como afirmar que los orcos son comunistas".
J.R.R. Tolkien
A lo largo de la historia de la
humanidad, a los oponentes o enemigos de los dueños del mundo se le ha
dado diferentes apodos, todos tratando de demonizarlos, ciertamente:
indios, negros, tiranos, autócratas, terroristas, eje del mal,
guerrilleros, aluvión zoológico -el pueblo peronista- en Argentina,
judíos, gay, raza inferior, entre otros, con el nazismo. Lo cierto es
que en resumen los contrarios son seres poco inteligentes, pobres,
miserables, anormales, violentos, asociados a cumplir órdenes, vagos y
haraganes, mantenidos por el Estado, en síntesis, un catálogo de
injurias, pero para el ex presidente argentino Mauricio Macri, hoy CEO a
la sombra del negocios entrante, hay un nuevo apelativo, los orcos.
Alguien podría creer realmente que
esta prédica de la idiotez política es nueva, pero no, la verdad es tan
arcaica como el viento. Tiene que ver con la gobernabilidad a lo que los
autores generalmente distinguen en tres dimensiones, la política, la
economía y lo social. La gobernabilidad política se la asocia
principalmente con la forma en la que se acomodan los intereses, tanto
de los partidos políticos, grupos económicos, representantes de
intereses específicos, monopolios, a quienes de alguna manera se intenta
equilibrar, para asegurar el apoyo de futuras iniciativas
gubernamentales o simplemente para mantener la estabilidad de los
gobiernos elegidos.
El presentador de nuestra serie, que
ni a Netflix se le hubiera ocurrido, se llama Hjalmar Schacht,
economista alemán bajo cuyo mandato los teutones lograron salir de la
hiperinflación de la década de 1920, y que con sus ideas sacó a su país
de la gran depresión de la década de 1930 y fue uno de los creadores
del Banco de Pagos Internacionales o Bank for International Settlements,
el banco central de bancos centrales. Puso fin al desempleo de
alrededor del 40% de la fuerza laboral, sin provocar presiones
inflacionarias y convirtió a Alemania en una superpotencia a finales de
la misma década, lo que llevó al presidente del país, Adolf Hitler, a
ser elegido por la revista norteamericana Time como “hombre del
año en 1938”. Ninguna de estas cartas de presentación lo vuelven bueno,
ni mucho menos, pero hay tantas similitudes históricas que aterran.
Las fuerzas aliadas que ganaron la
Primera Guerra Mundial se reunieron en la Conferencia de Paz de
Versalles (Francia). El resultado de la Conferencia quedó expuesto y
conocida por el Tratado de Versalles, firmado por los aliados y
representantes alemanes el 28 de junio de 1919. El tratado causó graves
daños económicos a Alemania y, se puede decir, sin temor a equivocarnos,
que su resultado, altamente desfavorable y humillante, abriría el
camino a la Segunda Guerra Mundial.
El afamado economista inglés John
Maynard Keynes, que formó parte de la delegación británica en la
Conferencia de Paz, descontento con la dirección de las negociaciones
impuesta por los aliados, abandonó la conferencia antes de que
terminara. Como repudio a sus resultados, a finales de 1919 publicó el
libro “Las consecuencias económicas de la paz”,
que fue un gran éxito de ventas. La opinión de Keynes no estaba
aislada. En noviembre de 1919, el Senado de los Estados Unidos rechazó
el Tratado de Versalles por considerarlo indecente,
dado los montos de las reparaciones de guerra, la misma idea que
debería haber seguido la deuda argentina con el FMI en el Congreso.
Dada las necesidades de divisas para
pagar las reparaciones de guerra, como en la Argentina, el pago de los
intereses de la deuda con el FMI, los precios en Alemania comenzaron a
mostrar una tendencia a adaptarse al tipo de cambio, en este caso al
dólar. Por lo tanto, las fluctuaciones en los niveles de inflación
estaban estrechamente relacionadas con las oscilaciones del tipo de
cambio, y los precios internos a menudo se ajustaban automáticamente al
tipo de cambio del dólar. A mayor necesidad de divisas para pagar, mayor
presión sobre el tipo de cambio, ergo, mayor inflación, hasta llegar al
1923 con 44.071%.
Sin embargo, la inflación durante este
período fue beneficiosa, antes de pasar a hiperinflación, tanto para
las empresas como para la clase trabajadora (sin considerar la pérdida
de su poder adquisitivo, eje central del juego). Presten especial
atención a la cita del artículo “Hjalmar Schacht y la economía alemana
(19201950)”, quizás los escucharon en sus países: “Debido a una dinámica un tanto extraña de la economía alemana, esta creció con la inflación, absorbiendo mano de obra y dando niveles casi sin de desempleo”
la inflación y la falta de indexación de los salarios obligaron a las
familias a gastar sus ingresos tan pronto como los recibieron. Las
empresas, a su vez, agrandaron sus beneficios con la inflación. El alto
consumo y la alta producción fueron responsables del bajo desempleo en
ese momento, con sueldos de hambre. A mediados de 1922, el desempleo
había desaparecido en Alemania, la misma dinámica que en la Argentina
actual.
La suspensión de los pagos de
reparaciones de guerra llevó a Francia y Bélgica a ocupar la rica región
del valle del río Ruhr en enero de 1923. Para impedir que las empresas y
los trabajadores produjeran carbón y acero para los invasores, el
gobierno alemán comenzó a pagar a las empresas para que no produjeran.
Esta “resistencia pasiva” descontroló las finanzas públicas y en un solo
mes, octubre de 1923, la inflación saltó a 29.607%. La hiperinflación
desorganizó la vida económica de Alemania: las ventas cayeron y la
producción cesó, provocando desempleo. Si en septiembre de 1923 había
alrededor de 250.000 desempleados, el 15 de noviembre eran 1.485.000.
La grave situación económica que
atravesaba esta nación en junio de 1923 llevó tanto al gobierno como a
la sociedad a discutir sobre la urgente necesidad de una reforma
monetaria, y después de acalorados debates en el parlamento se lanza una
nueva moneda, el rentenmark, garantizada por la hipoteca de bienes
inmuebles alemanes. Después de ser presidente de DanatBank, Schacht
renuncia y acepta el puesto de Secretario de Moneda del Reich. La
estabilización fue exitosa, congelando el tipo de cambio el 20 de
noviembre de 1923, día histórico de la estabilización monetaria alemana.
Ese día, 1 rentenmark equivaldría a 4,2 dólares.
A diferencia de los alemanes y los
psicóticos neoconservadores argentinos, los constitucionalistas de la
nación sudamericana creían que la moneda es un elemento “constitutivo”
del Estado que se expresa en dos cuestiones jurídicas principales. Por
un lado, la integración monetaria como parte del principio
constitucional de integración y, por otro, la valoración político-constitucional de la moneda como manifestación de soberanía
y que, por ende, la política monetaria es del Gobierno Federal (art. 75
de la Constitución), con expresa prohibición a las provincias (art.
126). Artículo 75.- Corresponde al Congreso: inci.6 Establecer y reglamentar un banco federal con facultad de emitir moneda, así como otros bancos nacionales y inci.11
Hacer sellar moneda, fijar su valor y el de las extranjeras; y adoptar
un sistema uniforme de pesos y medidas para toda la Nación. Sobre
estas dos coordenadas, la moneda como facultad soberana y la moneda como
instrumento de integración económica, la Constitución nacional ha
desarrollado su régimen monetario.
En la Convención de la Provincia de
Buenos Aires de 1860, destinada a proponer las reformas a introducir en
la Constitución Nacional como consecuencia del Pacto de San José de
Flores del 11 de noviembre de 1859, se registra un interesante debate
sobre la facultad de Buenos Aires de seguir emitiendo su “papel moneda”,
de curso forzoso, conforme expresamente lo reservara, y de cancelar los
derechos aduaneros en esa moneda provincial frente a la exigencia
generalizada de cancelarlo en moneda metálica de oro o plata.
Según el abogado liberal, Carlos Maslatón, “Si
el Presidente Milei desmonetiza (elimina o desvaloriza) el peso
argentino, el Gobernador Kicillof tiene la mayor oportunidad
constitucional y política de su vida. Puede crear la moneda bonaerense, moneda no bono, asumiendo las atribuciones reservadas por el Pacto de San José de Flores de 1859”
que, como vimos, tiene sustento, pero nosotros creemos que la idea de
Hjalmar Schacht quizás sean un buen complemento al doctor Maslatón.
Aquí no sólo está en juego la
capacidad de emitir dinero o de tomar deuda por otras vías, sino lo que
está en entredicho es que cualquiera de estos mecanismos de
financiamiento sirva, ya sea para el desarrollo provincial en sectores
específicos o para gastos operativos, como sugieren otros. Lo que es
cierto es que la imaginación tendrá que primar, porque el nuevo viejo
gobierno (la mayoría de los ministerios del gobierno entrante están
ocupados por macristas) afinaron la capacidad de ocultar sus negocios.
No es coincidencia que la jueza de
Nueva York, Loretta Preska, accediera al pedido argentino de evitar
depositar la totalidad del fallo YPF de U$S 16.100 millones, pero ordena
al país a aportar otros activos mencionados por los demandantes
(acciones YPF, entre otros) como garantía para evitar embargos. Ni que
esta flexibilización salga dos días después de las elecciones y ofrezca
tiempo hasta el 5 de diciembre, cuando el candidato viaja a EE.UU. Esta
idea es más sutil que privatizar la empresa u ocupar región del valle
del río Ruhr, como lo hicieron Francia y Bélgica en enero de 1923.
La crisis económica que comenzó en
1929 en Estados Unidos empezó a extenderse por el mundo. El 31 de junio,
Schacht propuso al banco central declarar una moratoria para impedir la
retirada de las reservas de divisas del país. Su consejo no fue
aceptado y en cuestión de días las reservas del Reichsbank se agotaron.
La misma lógica desde 2020 con las reservas argentinas y el pago de
deuda. En julio de 1931 varios bancos quebraron y los préstamos
extranjeros no fueron reembolsados. La crisis económica no sólo quebró a
los bancos, sino también a muchas empresas alemanas. “El desempleo,
que ya era elevado, aumentó aún más, caída del PBI del 33%, aumento de
la deuda interna, una deuda externa que imposibilita el pago a su
vencimiento, una moneda que ya no sirve para la circulación regular de
bienes, sino sólo para ocultar la falta de liquidez de nuestras
instituciones financieras y del sector público”. Esta era la situación alemana según Schacht.
A mediados de junio de 1932, el
desempleo alcanzó a 6 millones de trabajadores, alrededor del 40% de la
fuerza laboral alemana. Las elecciones de julio llevaron al Partido
Nacionalsocialista Alemán a convertirse en el partido más grande en el
parlamento teutón. Su líder fue el austriaco Adolf Hitler. El canciller
invitó a Schacht a retomar la presidencia del Reichsbank: el 17 de marzo
de 1933, Schacht fue reinstalado en el cargo.
La necesidad de desarrollar Alemania
aumentando el gasto, pero fuera del radar de los ganadores de guerra, es
decir, fuera del presupuesto, sin deuda ni emisión monetaria,
necesitaba una arquitectura de desarrollo del gasto, especialmente,
destinada a obras públicas, como la construcción de autopistas,
industria bélica, generación de empleo, etc. El entonces ministro de
Economía Hjalmar Schacht desarrollará los “bonos Mefo”.
Muchos pueden creer que esta salida económica que llevó a Hitler a ser
el hombre del año en 1938 fue económica, y eso es un error, fue un
acuerdo político.
Según el libro El orden del día
de Érici Vuillard, el 20 de febrero de 1933 en el edificio del
parlamento alemán y fuera de agenda, Hitler recibió a los 24 mayores
empresarios alemanes para cerrar el compromiso de grandes hombres de
negocios y de la industria alemana con el nazismo. En esta época
turbulenta, con la amenaza comunista y el poder de los sindicatos,
relata Vuillard, «si el partido nazi alcanza la mayoría, añade
Göring, estas elecciones serán las últimas durante los próximos diez
años; e incluso —añade con una sonrisa— durante los próximos cien años». Imposible una mayor estabilidad para mayor gloria del capitalismo alemán.
La noche del 27 al 28 de ese mismo mes
el edificio del Reichstag se convertiría en una antorcha, dando el
pretexto ideal para que Hitler, nombrado tan solo un mes antes canciller
del Reich, atacara a sus enemigos políticos echándoles la culpa del
incendio a los comunistas, terminar con los derechos civiles y decretar
la pena de muerte para los delitos de alta traición.
Los reunidos en esa ocasión eran
hombres que algunos nos suenan por sus apellidos ligados a algunas
empresas: Gustav Krupp, Carl von Siemens, Wilhelm Opel… pero las
empresas involucradas dan escalofríos cuando se enumeran: Bayer, BMW,
Daimler, IG Farben, Agfa, Shell, Schneider, Telefunken, Siemens,
Opel, BASF, Allianz. De muchas de ellas se dice incluso de qué campos de
exterminio sacaron la mano de obra esclava durante la guerra. Los nazis
perdieron la guerra, pero como los que los habían financiado nunca
pierden, ahí están hoy sus productos en nuestros garajes, en nuestras
cocinas, en nuestros botiquines.
Schacht fraguó la creación de
Metallurgische Forschungsgesellschaft, una sociedad anónima formada por
las cuatro grandes empresas alemanas (Siemens, Gutehoffnungshütte, Krupp
y Rheinmetall), con un capital inicial de 1 millón marcos. Esta empresa
privada emitiría bonos Mefo, garantizados por el gobierno, y que
podrían ser descontados en la red bancaria alemana después de un cierto
período. Los bancos, a su vez, podían cambiar los retiros de Mefo por
marcos directamente en la caja del Reichsbank, respetando también
determinados plazos.
Los bonos pagarían un interés del 4%
anual. El gobierno alemán, en posesión de estos bonos, comenzó a pagar
sus gastos con empresas proveedoras a través de Mefo, sin emitir papel
moneda. Parte del acuerdo era que las empresas no descontaran los bonos,
ya que generaban un interés anual significativo para una economía
estabilizada. En tan solo unos meses, se emitieron 4 millones de marcos
en Mefo, ¡todo un éxito! Los recursos se aplicaron inmediatamente a
obras públicas y, posteriormente, al rearme. En cuatro años (1934 a
1938), el volumen alcanzó los 12 millones de marcos. Schacht supo
entender lo que luego se conoció como el multiplicador keynesiano.
Como se ve, los negocios son negocios y
los países quedan en segundo plano. La provincia de Buenos Aires podría
actuar a la defensiva o a la ofensiva, pero como cuenta esta historia,
tiene una gran oportunidad de diferenciarse de los antiguos nuevos
negocios de privatizar el país. Que los dueños del país se queden con
más activos del Estado y que los pobres pongan el hombro y el bolsillo
para ordenar los negocios del establishment en nombre de BlackRock,
parece un hecho votado por los argentinos.
Lic. Alejandro Marcó del Pont