De aulas y política

Publicado el 18 octubre 2017 por Abel Ros

En días como hoy, los políticos están muy nerviosos por la politización de los discursos académicos. Tanto es así que Ciudadanos ha registrado - según reza el titular de un digital conocido - una ley para crear una agencia contra el adoctrinamiento en las aulas. Adoctrinar significa - en palabras del filósofo - inculcar a los alumnos ideologías afines con las élites gobernantes. Esta práctica se consigue, como saben, mediante el trato parcial de los discursos históricos, la prelación de ciertos valores éticos y religiosos sobre otros y, los comentarios del maestro en su libre ejercicio de cátedra. Don Tierno Galván decía que la sociedad se podía cambiar desde las aulas. Una sociedad - la suya - enmarcada, como saben, en el régimen de Franco. El profesor actual - y sobre todo de enseñanzas medias - acompaña a los adolescentes en un momento de crucial sus vidas. Una etapa distinguida por la búsqueda de la indepedencia. Una independencia de juicio, que debería conseguirse mediante una formación objetiva y libre de valores.

El tabú de la política en las aulas trae consigo que los docentes caminen de puntillas sobre temas comprometidos como: la objeción de conciencia, el aborto, el uso de armas y la eutanasia; por ejemplo. Los alumnos de enseñanzas medias obtienen sus títulos sin saber, con precisión, la lógica del Estado social, Democrático y de Derecho. Algo tan esencial, como estas tres vocales juntas, son obviadas por la mayoría de normas que regulan el sistema educativo. Lo son, queridísimos lectores, porque las tres son necesarias para que los alumnos entiendan la lógica de la política. Una lógica, a su vez, imprescindible para el desarrollo del sentido crítico. El Estado de Derecho es el resultado del Estado Democrático y éste, a su vez, determina el Estado Social. Los tres son los lados de un triángulo; un triángulo, la mayoría de las veces, más isósceles que escaleno. Este déficit educativo arroja ventajas a los políticos y los medios de comunicación. Gracias a él, los medios - afines a los partidos - construyen una opinión pública alienada. Una opinión sin el sentido crítico necesario para juzgar, desde la lejanía, el trasfondo de las noticias.

Los medios de comunicación tienen el deber - otra cosa es que lo cumplan - de informar, formar y entretener a la gente. De estos tres cometidos, el entretenimiento atesora la mayoría de los espacios televisivos. Programas de cotilleo - de separaciones, infidelidades, de dimes y diretes - abundan en detrimento de espacios informativos - en forma de debates, entrevistas y análisis de datos -. A esta asimetría entre "lo serio" y "lo frívolo" habría que sumarle la escasez de programas formativos. Programas que expliquen a la gente los conceptos olvidados por el sistema educativo. Esta laguna de formación política trae como consecuencia un analfabetismo político que sacude a grandes esferas de la población. Los partidos, queridísimos lectores, utilizan este sesgo del conocimiento en beneficio propio. Este déficit - característico de España - explica por qué, las "legislaciones paralelas" y otros disparates políticos son bien acogidos por una masa alienada.

El otro día, sin ir más lejos, leí que en España había "presos políticos". Me llamó la atención como algunos partidos y medios arrojaban este dardo envenedado a la opinión pública. Lo arrojaban para que a fuerza de repetirse - y compartirse por las redes - se convirtiera en postverdad. En España, que sepamos, nadie está entre rejas sin cometer delito alguno. Y, no lo está, queridísimos lectores porque sino estaríamos hablando de otra cosa diferente. Estaríamos hablando de un régimen autoritario, donde los derechos - ya sean naturales o positivos - son jarrones chinos en las vitrinas del Derecho. Resulta paradójico que los vecinos catalanes defiendan el "Estado Democrático" y, sin embargo, no acepten sus efectos (el Estado de Derecho). Toda esta incultura política abre la puerta para que los elegidos se conviertan en seres maquiavélicos. Es necesario, por tanto, que los ciudadanos aprendan, aunque sea de forma autodidacta, la lógica del sistema. Es necesario - y valga la redundancia - porque si no lo hacen, su ignorancia se convertirá en dinamita de calidad, para que las élites acaben con la democracia.