De Bangkok a Chiang Mai parándome a ver los elefantes.

Por Zhra @AzaZtnB

Mi objetivo era llegar a Chiang Mai desde Bangkok. Varias personas me habían dicho que no me molestase con Bangkok y pasara más tiempo en Chiang Mai así que cogí un mapa y miré que había en medio. Lampang fue la respuesta. El centro de conservación de elefantes, el único en Tailandia con soporte de la familia real, lo que no sé si es bueno o no. Tren nocturno de Bangkok a Lampang y de paso me ahorro una noche de alojamiento. ¿Litera superior o inferior? Pues la más barata: Superior! Luego descubrí que es porque no tenía ventana.

El tren es un vagón sin compartimientos, abierto, tipo la tercera clase del transiberiano pero aquí las personas se colocan en la misma dirección que el tren, no perpendicular, van de dos en dos y una vez las camas están hechas tienes cortinitas para proteger tu privacidad. Mira que majos estos Tailandeses. A mi altura, separados sólo por el pasillo tengo uno de esos cientos de monjes que he visto paseando por la calle o en los sitios turísticos. Es muy majo y me ha dejado colocar la mochila a su lado, incluso me ha ayudado a encontrar la litera cuando me ha visto entrar al vagón. ¿El problema? No nos podemos tocar ni darnos cosas directamente. No es que en mi lista de cosas pendientes tenga apuntado darle una barra de chocolate a un monje… ahora que lo menciono sí lo tengo pero es otro tema, no a este monje en concreto. Sea como sea no nos podemos tocar ni por accidente mientras el tren traquetea y nos balancea de un lado a otro y el tren, como todos los trenes, es muy estrecho. ¿Puedo dejar la mochila a tu lado? Sí, claro. Se levanta y da un rodeo de medio vagón para que ponga la mochila cómodamente. Desde la distancia me pregunta si no sería mejor que la atase. Le digo que es buena idea, la ato con las cintas, al levantarme le hago un “Wai” y me vuelvo a sentar en mi sitio. Él vuelve desde la lejanía a sentarse. ¿Qué es un Wai? No, no es un “Que guay es ser Tai” Es un saludo que consiste en levantar la manos con las palmas juntas como si rezáramos y acercándolas al cuerpo a la altura del pecho, mientras inclinas un poco la cabeza. Cuanto más eleves las manos más respeto muestras, la familia real y los monjes son los únicos que no hacen el Wai. Si tienes las manos ocupadas no se puede hacer un Wai así que te limitas a inclinarte.

Desde mi asiento miro al monje, todas sus posesiones, paraguas, chanclas, ropas, bolsa etc. Son naranjas así que mi mochila verde, sí, verde, canta como un canario. Pasa una señora con un menú para cenar o pedir el desayuno y le digo que No, gracias. Insiste y mientras su voz repite ¿Estás segura? Su tono dice “Estas flipando si creees que vamos a llegar puntuales”. Una chica camboyana se sienta frente a mí, ha salido esta mañana de Siem Reap, se muere de sueño y me pide conversación. El monje se levanta y baila esquivando mujeres por el pasillo hasta el lavabo, cuando vuelve mi compañera le ofrece galletas. Pasan un par de revisores dejando mantas, sábanas y fundas para los cojines. Un chico con una mochila el doble de grande que la mía nos informa a los más perdidos que en breve pasaran para convertir los dos asientos en una cama y mi amiga suspira aliviada, por fin podrá dormir. Miro por la ventana y aunque ya está oscuro pienso que me encanta ir en tren, es la velocidad justa. De vez en cuando un bache nos hace saltar a todos, algunos ríen y otros ni se inmutan. El señor frente al monje tiene poco pelo y para disimular ha decidido pintarse el cuero cabelludo de negro, lo miro mientras lee un cómic. El monje se conecta a facebook con su móvil, yo escribo y la camboyana no puede estarse quieta en su asiento. Cambia de postura constantemente cruzando y descruzando las piernas, primero hacía el pasillo, luego hacia la ventana, mueve la bolsa, se pone la capucha, se quita la capucha, cierra los ojos, los abre de golpe, nos sonreímos. Me fijo en sus bambas son nuevas de color rosa con una N negra gigante parecen de niño por el tamaño pero estoy segura que hace tiempo que entró en la veintena. Pasan los inspectores otra vez a comprobar el ticket y el nombre de los pasajeros, cogen mi billete y dicen algo que podría ser mi nombre o el parte meteorológico de ayer. El mayor tacha algo de la lista, mientras el más joven agujerea el billete antes de devolvérmelo. ¿No os preguntáis como sabe mi nombre? Teóricamente en Tailandia se ha de enseñar el pasaporte cada vez que compras un billete de tren. En la realidad no se molestan para las distancias cortas y para las largas la persona que me vendió el billete se limitó a girar su teclado y pedirme que lo escribiera. Me porté bien y lo escribí correctamente. No han pasado ni 30 minutos y la camboyana a decidido dormirse donde sea, coge un cojín y se coloca apoyando la cabeza en el reposa brazos y el culo hacia la ventana, aun así le faltan 4 o 5 cm para llegar a la ventana. Debe de ser maravilloso ser pequeño y entrar en cualquier sitio. Unos señores se acercan preparando las camas y las cortinillas. Menudo juego de manos, que velocidad! ¿Cuántas camas habrá preparado este señor con su traje que parece sacado de una peli de marineros? La camboyana se despierta de su sueño y sigue durmiendo de pie mientras preparan su cama. El monje se arrima a su ventana para que nos montemos en nuestras literas y me doy cuenta que la litera superior no tiene ventana, por eso era más barata. Desde mi litera con la mochila recolocada en las reposa maletas de mis pies escucho al monje toser una y otra vez. Empiezo a pensar que debería atar la mochila con la cadena pequeña, me emparanoio y me levanto para atarla a la vez que el monje con gorro de lana en la cabeza y sin más ropa por encima de la cintura sale de detrás de su cortinilla y baja hacia el baño. Le miro la espalda llena de tatuajes. Me muero de sueño, me duermo sin querer y me despierto, no apagan las luces en toda la noche pero voy preparada, hace tanto frío que desearía haber puesto encima de la mochila el saco de dormir que no he usado todavía en lugar de la chaqueta que ya llevo puesta. Quince minutos después de la hora en que supuestamente llegábamos a Lampang el revisor me da los buenos días, el monje también se despierta pero se espera a que me vaya para salir. Son las 7 y 30 y estoy en Lampang. Uso el baño de la estación para lavarme los dientes y a ver que hay.

Lampang es la capital de la provincia y tiene su propio aeropuerto, aun así es una ciudad pequeña de 58mil habitantes. Para ir por la ciudad no hay tuktuks sino coches de caballos aunque cruzar la ciudad caminando no es ningún problema ni con una mochila a la espalda.

Con un día tienes de sobras para ver la ciudad y pasando varias veces por el mismo sitios. A 20km de ahí está el Centro Tailandés para la Conservación de Elefantes. Puedes coger tours de medio día o simplemente pasar por la terminal de autobuses y comprar un billete por 70B. La línea de autobuses va de Lampang a Chian Mai y sólo tienes que decirle al conductor que te deje en medio de la autopista entre el kilómetro 28 y 29 o lo que es lo mismo: “Elephants?” Mi conductor no se pensó que le estuviera llamando elefante ni que yo fuera un elefante pero no puedo garantizar que pensarán el resto. Una vez cruzada la carretera llegas a un recinto con tiendas y desde donde una lanzadera te llevará al Centro donde están los elefantes. Es el único centro de elefantes que cuenta con el soporte de la familia real tailandesa lo que no quiere decir que no se aprovechen un poco de los elefantes, una vez ahí y por un módico precio puedes montar en elefante, ver el espectáculo que hacen 3 veces al día, ver como se bañan los elefantes, pasar por el hospital o visitar a los más pequeños. Los horarios están en su página web: http://www.thailandelephant.org/en/ Al lado del Thai Elephant Conservation Center hay un hospital de elefantes que no perteneces al Conservation Center, también se puede visitar.

Al salir vuelvo al punto de información donde había dejado la mochila y pregunto: ¿Cómo llego a Chiang Mai? La respuesta es: Siéntate en el otro lado de la autopista y espera que pase algún bus. Tendrás que pagar 130Bahts al conductor y te llevará. ¡Perfecto! Llego a la autopista, la cruzo y veo una señora sentada en el bordillo. Nos miramos sonreímos y digo: ¿Chiang Mai? Me hace que sí con la cabeza. ¡Acabas de adquirir una garrapata! No te pienso soltar hasta Chiang Mai – Sigo sonriendo – Menos de 15 minutos después se pone de pie y para un autobús medio destartalado sin puertas en el que entramos a presión, ella se sienta sobre unos sacos gigantes y yo me conformo con ir de pie en las escaleras, van a ser unos 70 kilómetros muuuy largos. Veo los cuellos de los tailandeses estirarse para mirarme, algunos me sonríen otros sólo me señalan. Un señor nos pide 45Bahts y como mi anfitriona involuntaria se los paga hago lo mismo. Cuando el señor se baja a los 5 minutos y desaparece yo tengo mis dudas sobre si nos han timado, pero como por arte de magia vuelve a aparecer 20 minutos después. Tenía el Kindle en la mano e intento seguir leyendo de pie con el traqueteo del bus, miradas por encima del hombro y debajo de mis brazos, dudo que ninguno entendiera el castellano. Cuando creía que ya no podía entrar más gente nos volvemos a parar a recoger a un grupo de 5 personas más que se apretujan como pueden entre los sacos gigantes, las bolsas, maletas, personas y hasta un cachorro. En una curva una chica y yo casi nos caemos sobre algunas personas sentadas en el suelo, alguien por detrás nos aguanta de pie, imposible girarme a dar las gracias. Me he resignado a intentar controlar la mochila, con la cantidad de gente que hay es imposible que me la roben. Por suerte una hora después, al llegar a Lamphun se baja casi todo el mundo y paso la última hora dormitando en un asiento junto a la ventana. ¡Ya estoy en Chiang Mai! ^^

Azhara,
Cada vez me sorprendes mas ,eres una “jabata” .El burrito sensacional
buen medio de transporte
Hasta pronto
Feliz 2015¡¡¡¡¡¡

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