Tan poco se la tiene en cuenta, que ni las durísimas imágenes recientes llegadas desde su más sorprendente localización, la ciudad siria de Palmira, dudo que la hayan traído a la memoria de nadie. Sorprendente destino el suyo porque no hay probablemente mejor película de Hathaway, otra más inagotable (ni siquiera la que alcanza una altura similar: "From hell to Texas"), no encuentro otra más absorbente (aunque nos remontemos a los días de "Spawn of the north" o "Souls at sea"), ninguna que haga un mejor uso del difícil - difícil no hacer un empleo anodino, funcional y perezosamente lógico, quiero decir - plano-contraplano (superando a las más precisas que hizo: "Rawhide", "Diplomatic courier", "Shoot out") ni otra más lírica (habiendo filmado "Home in Indiana", "Wing and a prayer", o "Ten gentlemen from West Point") o compleja (pese a esfuerzos tan obvios por dotar de intensidad y profundidad psicológica a sus historias como el de "Down to the sea in ships"). Llamativo resulta también que habiendo rodado todas ellas y otras cuantas más valiosas o muy interesantes, se recuerde siempre - para expulsarle de panteones varios - lo que no fue o adonde no llegó y se haya hecho ley la costumbre de pensar en Hathaway como cineasta poco implicado, sin mirada ni oído, más aficionado de la cuenta a un recurso pasado de moda como las transparencias y sin afinidades éticas, espirituales ni políticas que permitan hilar un relato entre sus películas.
Si lo fundamental del cine que quiere llevar en volandas al espectador a otro tiempo, a su infancia por ejemplo, es sobre todo restituir el sentimiento perdido de volver a querer ser mayor - imaginando que el mundo pudiese pertenecer a los de su edad y se pudiera ir solo a donde se quiera, volar, doblegar cualquier dificultad...¿quién quiere ser pequeño, no ser fuerte, tener prohibiciones? -, el cine que más genuinamente lo trata de trasladar a otro espacio, el de aventuras, suele caer en la trampa de la acumulación, de forzar el movimiento para que pasen demasiadas cosas, a menudo resueltas en cadena, sin lugar no ya para colmar o defraudar unas expectativas, sino tan siquiera para que surjan, saboteando justamente el mayor de los placeres que puede contagiar: mirar a un espacio físico y pensar mientras acompañamos a unos personajes, conocerlos y anticipar soluciones a sus problemas o merecimientos a sus fechorías.
De muy atrás viene la peripecia de "Legend of the Lost" y muy adentro permite adentrarse en sus pensamientos, como corresponde a un epílogo para tres vidas desperdiciadas; unas vidas que cuentan todavía con la posibilidad de reemprender la marcha de otra manera absolutamente diversa. Más que un western crepuscular en África, una ilustración de cómo una mirada sobre un territorio es capaz de conquistar otro y, especialmente, una de las grandes representaciones del "buen salvaje" que Wayne encarnó como nadie, antes y después, apegado a la tierra y capaz de pensar de los hombres como de ella: tomar lo bueno y no ser tan presuntuoso como para juzgarlos, como no lo haría con el viento o la lluvia.