Esta es una de esas ocasiones en que me gano el adjetivo de tiquismiquis como mejor solución para no ofender mientras alguna voz puede levantarse expresando solidaridad y algún inesperado lector tiene la sensación que ando buscando la greña a cualquier precio o, lo que es peor, situarme en un nivel de esnobismo que detesto francamente.Esos galos lo han conseguido de nuevo: me temo, alma lectora, que como ocurrió con el último producto oscarizado, nos hallamos ante una muy bien construída maniobra de mercadotecnia, ciencia en la que nuestros vecinos del norte son especialmente maestros.He visto la película Intouchables dirigida mano a mano por Olivier Nakache y Eric Toledano que son, también, los guionistas, en un nuevo alarde de juanpalomismo, tomando la idea prestada, al parecer, de un documental que vieron en la tele.La trama pretende explicarnos la relación entre un inválido -Philippe- (François Cluzet) y su cuidador -Driss- (Omar Sy) y desde el inicio nos dice que está inspirada en una historia real.Verídica. Como la vida misma.De entrada, el título nos trae un dilema pues a nadie escapa la referencia cultural aparejada al término intocables como casta específica señalada socialmente entre el peor desamparo, y uno no sabe a qué atenerse, siendo dos los personajes que ocupan la pantalla y la traducción del título al castellano tampoco ayuda en nada pues se han limitado a traducirlo pero ¡ay! singularizándolo al quitarle la letra ese, no se sabe si de nuevo en muestra de originalidad o de idiotez supina y burricie acumulada de tantas traiciones.Uno sabía que la trama conducía los acontecimientos en un tono de comedia pero no suponía que iban a ser los derroteros de ese camino cinematográfico tan almibarados y faltos de una mirada crítica, añorando la ironía que en otras manos hubiese tenido semejante historia, casi tanto como entender errónea la decisión de desdramatizar una relación que seguramente, en la vida real, no fue así, como nos la han contado.El conjunto deja la sensación de una burla cruel, del uso mercantilista de unas vidas que, seguro, no han sido jamás como vemos en pantalla. Hay en el guión y en el tratamiento cinematográfico una trivialización insultante respecto a la realidad de los prototipos porque en ningún momento se detiene la cámara en señalar el dolor y la angustia que forzosamente, en algún instante, debe sentir una persona que se ve imposibilitada de mover por sí misma nada más allá de su cabeza; el hecho que Philippe sea inmensamente rico no le permite mover el dedo meñique por sí mismo y ante esa situación la fuerza de voluntad para seguir adelante puede expresarse de muchas formas y ninguna de ellas aparece en la película que lo dulcifica todo hasta lo increíble quitando fuerza dramática a la trama.No ayuda tampoco la presentación tergiversada de la figura de ese asistente con nula experiencia que ve oscurecida su piel al trasladar su origen del Argel afrancesado de sus ascendientes al más novedoso Senegal, evitando la aparición del moro prefiriendo al negro, ambos propios de la banlieu pese a que apenas hay referencia a ello, presentando a ese Driss tan guapetón y sonriente como un alma sensible con espíritu protector y un puntillo canalla que se va reformando por sí solo, como imbuído por una gracia espiritual que debe residir en la enorme mansión de Philippe y que no aparece por ningún lado, porque ni siquiera se nos ofrece la posibilidad de presenciar alguna conversación interesante en la que el espíritu culto de Philippe pueda resultar munífico y aleccionador para el menos afortunado Driss que no ha recibido formación alguna.Lo que nos ofrecen esos dos galos que firman y filman a cuatro manos es una colección de gags más o menos afortunados buscando la sonrisa cómplice de un espectador que en definitiva va al cine a pasar el rato y no quiere salir de la sala impresionado por la dureza de una vida de dos personas relacionadas por necesidades elementales en primer término y me estoy refiriendo a cuestiones físicas que no hace falta señalar so pena de resultar escatológico y poco chistoso; entiendo que no es preciso abusar pero caer en lo contrario tampoco me parece buena idea: el olvido de la realidad nunca es interesante y disfrazarla con una conducta en exceso amable buscando una solidaridad cómplice en el espectador hurtándole aspectos importantes me hace cuestionar la idoneidad de la propuesta que se mantiene al filo de la hipocresía social en una ostentación de clases aberrante fundamentada en tópicos propios de una barra de bar, gracias de un segundo, baratijas argumentales que se olvidan tan pronto se acaban de presentar, como el infumable chiste de señalar que Driss, cuando aparece bien vestido, por ser negro, se parece a Obama. Como si por ser negro y lucir bien vestido deba de parecerse a otro. Eso sí resulta increíble: tanto como insultante.El guión de esos dos vendedores de humo me ha resultado infumable y cuando más lo pienso menos me gusta: les recomendaría un vistazo a la realidad de esas relaciones que existen entre necesitados y asistentes para comprender que, en todo caso, la alegría que existe se basa en la que proporciona el servicio y tiene más de espiritual que de cachondeo materialista. La formulación de las tramas es una lacra que los amantes del cine padecemos como podemos, y en ocasiones por lo menos la escritura con que se nos presentan las inanes tramas nos entretiene y emociona: en este caso, el estilo cinematográfico de esos dos nada tiene de especial: una comedia sin ironía y sin puntuación; un ritmo funcional sin novedades ni experimentos, un montaje correcto y una iluminación plana en la mayoría de las ocasiones: todo confiere una apariencia de correcto telefilme rodado con medios apropiados a su traslado a la gran pantalla, pero poca cosa más.La banda sonora y la historia que lleva es absolutamente lamentable y no lo digo por las piezas no originales, pero ciertamente su uso es panfletario: como pinchadiscos, tampoco tienen futuro, esos dos.Y por lo que hace a las interpretaciones tampoco me han impresionado como cabía esperar vistos los premios y nominaciones que les están cayendo, en mi opinión fruto de una campaña mercadotécnica muy bien orquestada: el día que pongan el mismo empeño en hacer buen cine, me voy a caer de la silla de la impresión.En definitiva: una ocasión perdida para tratar con eficacia y delicadeza una temática que seguro puede ofrecer mucho más interés que este conjunto de escenas que pretenden ser de buen rollo.Tráiler