Du hast den Farbfilm vergessen, mein Michael,
nun glaubt uns kein Mensch wie schön´s hier war…Te olvidaste del carrete a color, mi Michael,
ahora nadie va a creernos lo hermoso que fue…
El carrete a color era la RFA y el blanco y negro la RDA, pero nadie pareció darse cuenta de aquello cuando Nina Hagen, la nueva sensación alemana, por entonces aún líder del grupo Automobil, lo cantó por primera vez a mediados de los 70. Eran tiempos de razonable rebeldía, pero, como siempre, las tortillas acaban dándose la vuelta y veinte años después, derrotado ya el bloque del este, surgió la Ostalgie que aún hoy, como puede comprobar quien visite Berlín, sigue pegando duro.
La Ostalgie, la nostalgia por la desaparecida RDA, no sólo se limita a las tiendas de souvenirs con Trabants de juguete y botellitas de vodka teñido en verde o rojo a la usanza del Ampelmännchen, sino que también ha generado todo un boom de películas muy interesantes en las que, humor mediante, se recuerda con voz crítica pero también nostálgica -y con moraleja final, no siempre cómoda de escuchar para los occidentales- aquella Alemania desaparecida en la que todos soñaban con la libertad… hasta que se la encontraron de golpe. La más conocida del género es, sin lugar a dudas, Good bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2003), pero Sonnenallee (Leander Hoßmann, 1999) fue la primera. Tristemente desconocida por estos lares -dudo que se haya llegado siquiera a doblar al español-, es, sencillamente, fabulosa. Y, sin desmerecer a la maravillosa obra de Becker, también parece hecha más en primera persona, más desde el corazón. No en vano, Leander Hoßmann, a diferencia de los otros directores fetiche de la Ostalgie, sí se crió en la RDA: creció en ella, la vivió de primera mano y, como su protagonista, probablemente también se enamoró.
Érase una vez en el este…
Con humor y sinceridad, Sonnenallee es todo un ejercicio de nostalgia, sí, pero nostalgia educativa y crítica. Una película imprescindible para comprender, también, ese otro lado del muro que desde occidente no llegamos a conocer más que cuando estaba exhausto y moribundo, y por el que perdimos el interés mucho antes de que conociera la desilusión de la libertad recobrada.