De cómo China ganó la Copa del Mundo

Publicado el 21 julio 2015 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit

Stephen Chow tiene una obsesión con el kung fu, vio mucho Capitán Tsubasa (AKA Supercampeones) y al parecer, cuando filma, no se toma nada en serio. Sin embargo, ninguno de esos motivos parece un argumento sólido para que una cinta como Shaolin Soccer se estratifique en la memoria de todo el que la haya visto. Una gran parte del público la recuerda como la porquería donde sin la más mínima lógica, un grupo de chinos volaba por los aires y de vez en cuando le pegaban un patadón al balón y en el siguiente cuadro (remember, 24 X segundo) aparecía en el fondo de las redes. Otros, sobre todo aquellos que la vieron muy jóvenes (y si ese es tu caso, olvídate de un nuevo visionaje), mantienen un grato recuerdo gracias a ese mundo fantasioso donde los superpoderes eran posibles.

La cinta tiene pocas escenas de fútbol, más bien se adentra en la vida de seis maestros de kung fu que no encuentran su camino en la vida. Ingenua y sencilla, Shaolin Soccer es una página más en la filmografía de Stephen Chow, un cineasta que ha intentado esparcir el conocimiento sobre las artes marciales a través del séptimo arte con un toque de humor. Su personaje, el protagónico “pierna de acero” Sing, está obsesionado con buscar una aplicación para el kung fu en la vida: parquear carros, podar árboles, algo. Y como Chow, según sus propias palabras (una entrevista que muchos referencian en y no encuentro), siempre soñó mezclar el universo de Yoichi Takahashi con el kung fu, puso en el camino de “pierna de acero” a “pierna dorada” Fung, un ser humano hundido en lo más profundo del fracaso.

Detrás de toda la fantasía y jugadas absurdas, Chow deja caer una buena cantidad de temas interesantes sobre la mesa. Fung, otrora estrella del país, aceptó un soborno en un partido clave y como consecuencia fue golpeado por los fans hasta convertirle en un tullido. ¿Sobornos en el fútbol? Mmmh. ¿Intolerancia hacia las estrellas que fallan en momentos claves? Mmmh. El soborno se lo ofreció Hung, actual director de la asociación futbolera del país y director técnico del “equipo maligno”, quien además de dopar a sus jugadores, compra a los árbitros. ¿Corrupción en el fútbol? Mmmh. Quizás su intención ni siquiera sea denunciar la podredumbre del deporte más hermoso del mundo, pero es tan romántica la lucha del equipo Shaolin frente al imperio de Hung, que termina por sacarnos una de esas sonrisas ajenas por completo a la felicidad, más cercanas a la autocompasión y deseos de una vida así de fácil, donde haces lo correcto y al final recoges la recompensa.

Otro detalle maravilloso es la visión del terreno de fútbol como campo de batalla, uno de los tantos clichés utilizados que funcionan a las mil maravillas.

El amor al kung fu se hace latente en muchas ocasiones del metraje; en el partido final, el cuarto hermano, guardameta del equipo (motivo por el cual viste como Bruce Lee en Game of Death) abandona el terreno de juego lesionado y Sing (Chow) le dice “solo nos dejas físicamente pero tu espíritu seguirá en nuestras mentes”. Mientras se lo llevan en camilla, todos le dedican un saludo militar, y luego un plano al cielo. Eso de ser cineasta se lleva por dentro, incluso sin ser original. Claro, esto funciona porque el parecido físico entre Danny Chan Kwok Kwan y Bruce Lee es increíble.

Otro de los méritos del film es el intento de revertir los códigos habituales del cine de artes marciales; nada de señor Miyagi ni de aprendizajes donde el primer nivel es limpiar el suelo del sensei. Estos seis maestros ya se “graduaron”, pero no saben qué hacer con sus poderes; con la premisa de “no harás daño con tus habilidades”, cada uno ha decidido tomar un camino diferente, o al menos intentarlo, pero ninguno ha logrado destacar en nada. Esa es otra lección del film: no juzgues a los demás por lo que no saben hacer.

Dentro de toda la vorágine de patadas voladoras y fracasados, Chow desliza una historia de amor demasiado realista: chica fea. Por no ser complaciente se le escapa un pelín de las manos y termina con una relación por momentos forzada y poco verosímil, pero… ¡qué carajos! son asiáticos y el amor no tiene nada de verosímil.

¿Vale la pena verla de nuevo o por primera vez? En el primer párrafo me opuse, pero ya en el último puedo cambiar de opinión. ¿Aguantas a unos chinos voladores? ¿Disfrutas de la inexistencia de reglas futbolísticas y físicas? ¿Está el cine por encima de todo esto? Sí, son preguntas retóricas, y te servirán de guía para dos cuestiones muy importantes: disfrutar del cine de Stephen Chow y confiar en la opinión de este blog.