Cuando llego a casa, a las siete y algo, suelo encontrarme el cuarto de jugar desordenado. Es lo de menos. Porque hay otros días, que me encuentro, en esas tres horas que falto por la tarde, no sólo el cuarto desordenado, sino también la habitación con los libros y peluches por el suelo; el baño, con el papel higiénico desenrollado y los juguetes del plato de ducha en cualquier lugar; la cocina con las pinturas de l'aînée y las migas de las galletas en el suelo... La típica casa con niños, y al cuidado del padre.
Pero es asombroso como te reciben. Abro la puerta, dejo el bolso y las llaves, y antes de que pueda girarme, tengo a la petite agarrada a mi pierna, dándome un beso en donde puede. Y la mayor, que no quiere ser menos, llega corriendo, a lanzarse a mis brazos. Cosa rara, porque como ya he comentado, sí, Dani, lo siento, pero es así, parece que quiera más a su papá que a mí.Hoy hemos probado a cambiar algunos muebles de lugar. He querido cambiar un baúl de mi habitación al cuarto de jugar, pero la cocinita tenía que ir a su cuarto, y no cabía entre la cama y la pared. Así que hemos tenido que cambiar de planes, y dar marcha atrás a mi intención de tener todo un poco más recogido. Me ha gustado la actitud de Danièle, porque se ha apuntado a ese cambio, y ha dado ideas, y me ha ayudado. Y digo que me ha gustado compartir esos momentos con ella, porque adoro cambiar los muebles, cada poco tiempo, de lugar. Aunque sea de orientación, cambia el aspecto de una habitación, la hace más grande, o más accesible...Y ya después, porque Yvette comenzaba a quejarse, hemos procedido a la ducha diaria, pijamas, cenas. Y ha llegado el temido momento hasta hace unos días; o ya semanas, la hora de irse a dormir.
Hasta hace poco, no me era posible acompañarla a su cama, en su habitación, porque tenía que darle de mamar a su hermana. Ella venía a mi cuarto conmigo. O se iba con el padre al salón. En ambos casos, se liaba con los dibujos, o con algún juego. Y ya llegaba una hora que era imposible. No me daba tiempo a contarle un cuento. No tenía paciencia para contarle que podríamos hacer al día siguiente, o para que me contara que había hecho esa mañana en la guardería.
Y me he sentido como una madre malísima. Yo que siempre he pensado que tendría tiempo para mis hijas, que tendría paciencia para dar y regalar, que me consideraba la mejor madre del mundo. Y durante días, o momentos, he sido malísima. Aunque fuera un sólo segundo, ella(s) me necesita(n). Así, que estos días, estoy remendando mis males. Y aprovecho las noches de sueño con los cuentos que tiene en su cuarto o con la inventiva que saco, no sé muy bien de donde.
Y esta noche, tras inventarme un cuento de piratas, otro distinto al de Crato, y mezclar con castillos, princesas y dragones, le he dejado dos libros de pocoyó, para que ella fuera viendo las ilustraciones, mientras le daba de mamar a la petite. Y ha durado dos minutos. Contados. Ha comenzado diciendo lo que veía en las ilustraciones, libro del verano y libro de la primavera. Y dos minutos más tarde, ha caído. De la siguiente manera.