Se quedó con la imagen. Y en cuanto su padre llegó al parque, se lo contó. Y ahí hubiera quedado la historia, como una simple anécdota, salvo que por la noche, les conté la historia de dos hermanas que iban solas al parque, cogidas de la mano, y que se paraban en el paso de peatones, a la espera de que el semáforo cambiara de color. Y cuando no había, hacían señas a los coches, para que pararan. La tenía encaminada al mundo de los sueños, cuando me recordó que esa mañana, habíamos hecho trampa al cruzar. Y que después, con papá, habían cruzado también en rojo. Y que le había dicho a papá que eso no se podía hacer.
Lección aprendida, hija. No volveré a cruzar nunca más en rojo. (Al menos, estando contigo y tu hermana)