Es el mismo "juego" que utilizo cuando estoy enfadada o molesta con algo, cuando sé que me voy a poner irracional, y que puedo soltar sapos y culebras por la boca, digo "oh la la". Lo que avisa a Danièle de mi estado de ánimo (que se pasa enseguida, claro, ella no tiene culpa de nada), y evita que escuche palabrotas. Pero ella lo extrapola también a otras situaciones, y si escucha al padre en algún renuncio, le dice que "esas palabras no se dicen, se dice oh la la".
Y es que muchas veces, las lecciones nos las dan nuestros propios hijos.