De como le robaron el voto a mi abuelo

Por La Cloaca @nohaycloacas

Esta mañana ha muerto mi abuelo a los 92 años. La relevancia de este hecho debería ser puramente familiar, pero su muerte me da vía libre para destapar un asunto sobre el que me hubiera gustado escribir antes. Mi abuelo ha estado internado durante los últimos años de su vida en el asilo Hermanitas de los ancianos desamparados, comúnmente conocido en Teruel como Hogar San José. El centro está dirigido por monjas, cuya madre superiora, según cuentan, es más difícil de ver que el mismísimo dios. También hay trabajadores y voluntarios a los que solo resta darles las gracias. Nuestras sospechas comenzaron allá por mayo del pasado año, unas semanas antes de las elecciones autonómicas y municipales. Mi abuelo ha estado bastante sordo desde que lo conozco, así que fue raro cuando nos dijo que había venido un médico diciendo que si no firmaban un papel, se acabarían las medicinas. Además le habían pedido el DNI. Mi abuelo, con una leucemia controlada a base de pastillas, no necesitó muchas explicaciones para firmar. A fin de cuentas, ¿quién podría engañar a un anciano en un país como España? Las continuas largas que dieron las hermanitas nos pusieron en alerta: quizá algún partido, astutamente compinchado con las monjas, podía haber robado el voto del abuelo. ¡Qué mal pensados! No solo habían robado su voto, sino el de todos los que estaban demasiado ensimismados con su precaria salud como para preocuparse de la política. Lo que viene a ser casi la residencia al completo, quizá 100 o 200 personas. Mi padre fue a la mesa el día de las elecciones para confirmar lo que ya sabíamos. Allí estaba su voto por correo. Del sobre nada se puede decir porque estaba perfectamente sellado. Pero si te lo ponías cerca de la oreja, se oían graznidos carroñeros de aves volando bajo, ¡como las gaviotas! Pero si lo ponías al trasluz, no quedaba duda, no eran gaviotas, eran claramente charranes, ‘aves marinas que vuelan alto’. La cosa quedó en agua de borraja, como se dije por aquí, porque miembros de la familia no querían causarle ningún perjuicio al abuelo, que hubiera tenido que acabar testificando. Simplemente reclamamos el DNI, pensando que así no habría manera de volver a votar en su nombre…

Para cuando las elecciones del 20D se acercaban, el estado de salud del abuelo había empeorado. Su leucemia era tan grave que necesitaba transfusiones de sangre periódicas. Apenas podía moverse y ya no logró reconocerme cuando volví después de unos cuantos meses en el extranjero. De nuevo, ¿quién sería capaz de engañar a un abuelo en un estado de salud tan deplorable? Desde luego, no un ciudadano de un estado próspero y europeo como España. O igual sí, pues acertó a contarnos que alguien le había hecho firmar por las transfusiones —al menos esta vez se interesaron personalmente por su caso—. En esta ocasión fui yo junto con mi primo quienes nos presentamos en la mesa electoral para comprobar si el voto volvía a desprender ese sutil aroma marino impregnado de azul celeste. ¡Qué mal pensados! El sobre parecía cagar charranes como el que caga diarrea. Esta vez se pensó seriamente en denunciar, pero de nuevo hubo familiares que no quisieron seguir adelante, pues el abuelo estaba en las últimas.

Es obvio que no pudimos abrir la papeleta para ver el nombre del culpable, pero a estas alturas del asunto, y con todas las marianadas que hemos visto en los últimos cuatro años, creo que está bastante claro quién es el artífice de tan sucio método. Esto no es más que otro ínfimo pellizco del mojón de democracia que tenemos. Los llamados hoy demócratas, fueron hace unas décadas franquistas que firmaban sentencias de muerte después de haber atropellado un gobierno elegido democráticamente, masacrando a todos los que no eran de su condición durante la dictadura —joder, «todo el día con la guerra del abuelo y las fosas de no sé quién…» Pablo Casado dixit (vicesecretario de comunicación del Partido Popular)—. Los llamados hoy demócratas, blanden cara al sol una constitución inflexible, pero la estrujan hasta romperla en las sombras cuando así les conviene. Los llamados hoy demócratas, nos avisan de que España se rompe por los independentismos, una España que a ojos de un observador calmado aparece rota en mil pedazos, precisamente por su democracia.

En fin, que no tendré opción de ir al entierro. Resulta que me ha pillado en el extranjero, intentando ganar los cuatro duros que no tuve opción de ganar en España. Cosas de su democracia. Al menos, si este texto llega a Manuel Blasco, hasta hace unos días alcalde del PP reelegido en Teruel, el que entiendo tiene que asumir la responsabilidad política de esta metodología, y ahora creo que elegido diputado para el Congreso de ‘todos los españoles muy españoles y mucho españoles’, solo puedo decirle: «Manolo, sé fuerte, hacemos lo que podemos».