Como he dicho era domingo, las Genovevas llevaban un rato en sus camas, y nos sorprendieron los sollozos de l'aînée. Le picaba el culete. Así que el padre la cogió, la miró, y sentenció. Tiene lombrices.
Jamás una frase me ha dado tanto pavor como esa. Y yo no sé vosotras/os, pero si a la hora de dormir, viene alguien y te suelta esa frase, y acto seguido un "como has estado tan ocupada estas tardes en el colegio, no has podido cuidarlas" y "la vi mojándose el dedo y pasándolo por las juntas de las baldosas", te desvelas. Pensamientos de culpabilidad, de #MalaMadre pasaban por mi cabeza a toda velocidad como los coches de formula 1. Sin choques.
Ahora sé todos los tipos que hay de esos bichitos tan pequeños y tan molestos, sé cuando aparecen, y cómo hacerlos desaparecer. Tengo un máster en lombricitis. Y no, para quién tuviera la duda, no las cogió en la semana en la que estuve encerrada en el colegio aprendiendo sobre Aprendizaje Cooperativo, sino unos dos meses antes. Periodo de tiempo que coincide con su "mordidas de uñas".
El lunes puse todas las sábanas, pijamas y toallas a lavar. En agua muy caliente. Los cuatro nos tomamos una pastilla o un jarabe contra las lombrices. Y l'aînée pasó a lavarse las manos cada vez que tocaba algo o se limpiaba el culete. Por las noches, tras la ducha, (y cambio de esponjas) bragas y un pijama cerrado.
Y a los 15 días, repetición de la dosis y nuevo cambio de sábanas.
El susto me lo llevé, pensé que sería una lucha duradera y tediosa, pero he conseguido que las amigas blancas desaparezcan, que ya no se muerda las uñas (que lo he intentado por mil vías), y que sea más cuidadosa al tocar las cosas que no debe. Ella no se ha asustado, sino que ha aceptado bien las "críticas" y consejos, lo que me ha hecho estar orgullosa de su madurez.