De cómo se vive un embarazo adolescente

Por Zulema @MamaEsBloguera

Ya todos o casi todos conocen la historia del nacimiento por cesárea de A. Pero sólo me limité al momento del nacimiento obviando los nueve meses anteriores. Hoy quiero hablar de ellos.

En casa nunca se hablaba del tema sexual, era como un tabú. Sí recuerdo que alguna vez mi madre me llegó a preguntar si mantenía relaciones, a lo que yo por pura vergüenza siempre respondía que no, y ella supongo que también por el mismo motivo lo dejaba pasar a pesar de que sabía que mentía. Apenas tenía dieciséis años.

Era una chica bastante alocada, tanto que no tenía ni en cuenta los días que me tenía que venir la regla, y por ese motivo no noté su ausencia en el primer mes. Fue ya casi llegando al segundo mes cuando mi madre me preguntó si me había venido, y una vez más por miedo mentí y dije que sí. Ahí fue cuando tomé consciencia de que algo no iba bien y que realmente tenía bastante retraso, ahí supe que estaba embarazada.

La gracia de todo esto es que justo el mes anterior se rompió mi relación. En ese día supe que sería madre y ni siquiera estaba con el padre. Y a pesar de lo que ya sabía, por miedo, por desconocimiento, por ignorancia.. como lo quieran llamar, tardé casi un mes más en hacerme la prueba. Como si por no hacérmela no fuese a estar embarazada.

Como decía casi un mes después, yo solita salí dispuesta hacia una farmacia para hacerme un test. No quería que nadie se enterase así que la intención era pedir poder hacer la prueba en el mismo baño de la farmacia. Efectivamente el resultado no podía ser más de lo que yo ya sabía, un positivo en cinco segundos. El mundo se me vino encima. Lo primero que me venía a la cabeza era cómo iba a contar yo esto en casa, cuando me habían preguntado tantas veces y yo lo había negado. Así que opté por llevarme el test con la intención de dejarlo en la mesa (se suponía que mi madre no estaría) y desaparecer unas horas. Siempre pensé que la reacción sería muy mala y lo temía muchísimo, a pesar de que fui una niña criada con mucho amor y comprensión.

Pero me llevé la sorpresa de que mi madre sí estaba en casa. No supe cómo reaccionar y lo primero que conseguí hacer fue abrir la nevera e inflarme a comer jamón con la cabeza dentro de la nevera. Y para no romper ese dicho de que una madre lo sabe e intuye todo, ahí apareció mi madre con la pregunta Zu, ¿tú no estarás embrazada?, a lo que sólo me quedó asentir y ver su cara a cuadros. Nada de lo que imaginé se dio. Sólo encontré apoyo y comprensión, aceptación tomase la decisión que tomase. Y yo decidí que mi hija debía nacer, a la vez que tenía claro que no quería seguir la relación ya rota con su padre.

El embarazo no fue nada fácil. Vómitos que no se fueron en los nueve meses, cambio en el sueño, mi anatomía de niña que pasaba directamente a la madre. Y los comentarios, muchos comentarios. Si bien en casa siempre encontré comprensión, ayuda y apoyo no en todos los lugares ni con todas las personas fue así. Depende del sitio en el que me encontrase si llegaba a quejarme por algo podía toparme con respuestas como “pues ya lo podías haber pensado antes”, y todas esas frases que son lo último que deberías escuchar.

Es cierto que no es nada responsable ser madre adolescente, eso lo sé hoy. Es cierto que perdemos muchísimas cosas en nuestra vida, que la cambia por completo, que el mundo se nos vuelve un caos total y nos encontramos totalmente desorientadas y perdidas (como cualquier primeriza), pero en ese momento ya no somos niñas, somos madres gestantes y el trato debería ser como tal. No se puede hacer sentir mal a una persona por el hecho de que vaya a ser madre, tenga la edad que tenga. Son momentos en los que más comprensión y guía podemos necesitar. El apoyo es algo muy importante en este momento porque ya nosotras mismas nos comemos bastante la cabeza con esas frases que no queremos oir. Ya somos conscientes de que nos hemos metido “en un lío”, de que nuestra vida cambiará, de que hemos perdido nuestra “juventud”.

Pero hoy en día como madre también digo que VALE LA PENA. Que no cambiaría ninguna de mis anteriores decisiones porque mis hijos para mí lo son todo. Son mi vida, mi día a día y mi motivación para levantarme a luchar cada mañana. Cada segundo que paso con ellos vale más que cualquier noche de juerga. Y a pesar de que era una niña aprendí como aprende cualquier madre a cuidar de sus hijos, a superarse e intentar darles siempre lo mejor que somos capaces de dar.