"¡Estoy segura de que lo dejé aquí y ahora ya no está!".
"Seguro que suspendo".
"Siempre haces lo mismo".
"Mañana lo harás genial, ya verás, lo sé".
Para bien o para mal, estar seguro de algo es muy difícil, aunque tiene sus ventajas que nos llevan a convencernos.
Es mejor estar seguro que no estarlo, ¿verdad? ¿Por qué es mejor estar seguro? ¿Quién nos tomaría en cuenta si no estuviéramos seguros de lo que estamos diciendo? ¿Por qué es importante que nos tengan en cuenta?
Qué preguntas tan estúpidas, pues porque sí. Seguros de que es importantísimo.
Supongo que esta reflexión acabaría aquí si eres de los que piensan eso. Si no, o si por simple curiosidad sigues leyendo, ahora viene la parte chunga, la parte que quizá te desmonte ese castillo de naipes de seguridad infundada.
LA AUTOESTIMA
Ay autoestima... Ese cucurucho de helado en verano, ese niñó vestido de blanco en un parque después de llover. Ella es la culpable de que seamos capaces de mentir para no reconocernos a nosotros mismos de que en la vida no hay nada más seguro que el presente. Que el pasado depende de la memoria y que esta es caprichosa en sus expresiones. Que el futuro es apenas un borrón que se va dilucidando cuando se acerca en el tiempo a nuestros sentidos.
Temerario el que asegura y promete.
Valiente el que se equivoca y lo reconoce.
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