Para volver a ser compasivo hay que ser antes despiadado.
La mujer de sombra, Luisgé Martín
- Buenos días don Régulo.
- Buenos los tengamos doña Mamerta.
- ¿Puedo hacerle una pregunta?
- Y dos también. ¡Faltaría más!
- ¿Usted cree que las cosas ocurren por algo, o son fruto de la casualidad?
- ¡Caramba doña Mamerta! Sí que empieza usted fuerte el día. Espere que me pegue el lingotazo de cazalla y me lo piense.
- Deme un chupito a mí, que con la andorga caliente se afina mejor el oído.
- Pues mire usted. Yo creo que las cosas ocurren, sobretodo las malas, porque somos unos hijos de puta a jornada completa y con cero por ciento de paro.
- No le digo yo que no, pero entonces ¿las buenas?
- Las buenas ocurren porque todos cometemos errores y queriendo hacer una faena, nos sale una bondad. Pero no hay cuidado, que enseguida nos aprestamos a corregir el error. De ahí el refrán español: no hay mal que por bien no venga, que todo el mundo interpreta al revés.
- No confía usted mucho en el ser humano, a lo que se ve.
- ¿De dónde saca tamaño disparate? En el ser humano confío a pie juntillas. Es un ente abstracto y poco daño puede hacer. En quien no confío ni “mijita” es en fulanito o en menganito, con nombres y apellidos.
- Muchos palos se ha debido usted llevar.
- No se crea, los justos para no morir de aburrimiento. Me llevé los míos allá por el medioevo y ahora ya sé saltar o agacharme cuando los veo venir. Aun así, cuando vienen a media altura me pillan siempre.
- Pruebe a saltar para atrás, a lo mejor funciona.
- ¡Buena idea! ¿Otra cazalla para celebrarlo?
- Pues sí señor, que una sola se aburre.