¿Recuerdan ustedes qué pasaba hace unos años? Les pido que hagan memoria. Cuando aún estaba la peseta se podía trabajar por un sueldo digno y sin ser machistas por recordarlo, que lo hiciera uno solo de los cónyuges (casi siempre la mujer) y aún así poder mantener a una familia completa. Tras varias décadas, nuestro nivel de vida ha adquirido quizá un elevado status pero poco acorde a la realidad que disfrutábamos hace décadas.
En estos tiempos tan convulsos en los que tanto se habla de apoyo, unión, solidaridad y una frase que empieza a ser bastante desagradable “arrimar el hombro”, lo que está pasando es que la riqueza y la pobreza están tomando caminos cada vez más opuestos. Los pobres se separan día a día y a pasos agigantados de los que son ricos. Y quizá esa sea la intención de aquellos que más tienen; dejar a los que no son tan afortunados con menos recursos y a ser posible sin nada.
Y leyendo la que debería ser nuestra hoja de ruta y a buen seguro aquellos que se la deberían saber “de P a Pa”, probablemente ni se la hayan leído entera, en su Título I, De los Derechos y Deberes Fundamentales; Capítulo II, Derechos y Libertades; Sección II, De los Derechos y Deberes de los ciudadanos dice expresamente que:
1. Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo.
¡Exacto! Hablo de la Constitución Española de 1978 y no del último informe de la Agencia de Calificación Moody’s o de las peticiones de la Unión Europea. Y creo que dice claramente que no solo tenemos el deber y el derecho a tener un trabajo sino que además éste tenga una remuneración suficiente para satisfacer las necesidades del trabajador y de su familia. O sea que la propia Constitución Española, el escrito máximo que ha de respetarse y seguirse, parece que ha quedado solo en un libro sobre el que jurar un cargo.
Y siento enormemente que la realidad sea otra, que los que cobremos un triste salario encima tengamos que darnos con un canto en el pecho porque otros no tienen esa suerte. Pero de verdad siento que lo que en su día fue un derecho hoy día se haya convertido en un paupérrimo privilegio.
Esta es la crónica habitual, de un día como otro cualquiera…
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