Las nueve am de la mañana. En el ring, no hay toallas ni cubos, sólo piezas de puzzle y alguna que otra pelusa. A la izquierda, con doce kilos de peso, intentando montar un puzzle de animales, la petite. Enfrente, con catorce kilos de peso, y un par de años más, l'aînée haciendo un puzzle de un oso meloso.
Suena la campana, en treinta minutos, hay que acudir a un sitio para un intercambio de entradas.
Cambiamos de deporte, y pasamos a la maratón. Pantalón y camiseta. Jersey. Calcetines y tenis. ¡A la calle! ¡No! Faltan los abrigos.
Ya equipadas, con dos pasajeros más, tomamos rumbo al punto de encuentro. Ya estamos practicando la fórmula uno. En un tiempo récord, con la radio a todo volumen nos plantamos en el lugar de encuentro y tras unos minutos en el pit lane, nos encaminamos al lugar importante. Al que hemos estado esperando todo el fin de semana: el parque.
Disfrutamos de un agradable paseo, hasta que, ¡horror! la fábrica de mocos de la petite ha comenzado a dejar escapar producto. Cuatro intermitentes, parada en un lugar permitido, cambio de narices, y retornamos.
Llegamos al parque, tirolina, carreras, vuelo en columpio, y paseo en tren estático.
Tras un largo rato, volvemos a casa. Parte de guerra: la petite con una herida en el labio, fruto de un empujón de la hermana. Y l'aînée con una herida en el ojo, debido al ímpetu de la puerta del coche al abrirse.
La próxima semana, más.
Si todavía quieres leer más, te propongo un par de lecturas en mi colaboración semanal en Diario de Mujer