De diagnósticos (y referentes)

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Ahora que nadie me lo ha pedido, daré mis impresiones sobre lo que podríamos llamar el “clima social y político” de este país, lo cual conlleva aludir inevitablemente a la situación socio-económica derivada de la malhadada crisis que, en sus albores de hace 7 años, había quien consideraba mera “desaceleración transitoria”; y, cómo no, al advenimiento de un complejo panorama político fruto del espeso caldo de cultivo derivado de la caída de la economía, y, como es obvio, a un nuevo partido político, Podemos, con un rápido ascenso en las encuestas.

Sobre lo primero, únicamente me atrevo a aseverar que las ciencias económicas no son tales; esta expresión es un oxímoron o contrasentido en toda regla; ¿qué tipo de ciencia habría de concluir que una única receta ­–la austeridad­– era la precisa para salir de la antedicha situación sin tener en cuenta sus consecuencias sobre el empleo, sobre los menguantes derechos y servicios que ha traído consigo, sobre las personas? (seguro que no una en cuyo diagnóstico de la situación situara la integridad del ciudadano al centro de sus desvelos). Por eso a esto no le doy más vueltas: la economía no es ciencia, y la política occidental y sus caídos instrumentos de acción, con el neoliberalismo como referente, no han estado a la altura para atisbar la magnitud del austericidio perpetrado.

Consecuencia directa de lo anterior, ha devenido un evidente descontento, mayormente producido por las improcedentes cifras de desempleo que estamos padeciendo; contribuyendo no menos a ello el goteo de casos de presuntas o probadas corruptelas y abusos en todos los ámbitos que, por fortuna, han ido aflorando, dando luz a algunas de las vergüenzas más vergonzantes de nuestra sociedad anteayer opulenta. Lo cual me afirma en pensar que este sistema democrático, pese a sus lagunas y taras, funciona.

Es este contexto en el que se produce una notoria desfragmentación de las hasta ahora habituales correlaciones de fuerzas políticas y en el que cimenta su notable crecimiento, por ejemplo, el partido político Podemos, creado de arriba abajo en torno a un líder mediático que acapara su corta andadura. Debo de ser de los pocos que no ha asistido al despegue televisivo de Pablo Iglesias, pues por razones que no vienen al caso no he podido ver sus frecuentes apariciones. Sin embargo, sí procuro estar al tanto por otros medios.

De entrada diré que no coincido con varios de los ejes en que asienta su discurso: en la existencia de una casta política y en la existencia de un régimen de élites fraguado durante la Transición, los cuales hace falta erradicar; y, para lo cual, se postula como el adalid de un ‘proceso constituyente’ que proteja “el derecho a la educación, el derecho a la vivienda, el derecho a la salud”, según manifestó hace unos días en El País.

Que yo sepa, estos derechos ya están recogidos en la actual Constitución, que, si bien puede precisar de algunos retoques de mayor o menor calado, acaso basta con defenderla en sus principios fundamentales, y sobre todo hacerla cumplir con coraje, haciendo innecesario tal pomposo menester. En cuanto a lo otro, no yerro al afirmar que en España se promulgó una ley el 4 de enero de 1977 (no hace tanto de ello), de muy poquitos artículos, que en esencia dinamitaba la dictadura franquista y, al fin, convocaba elecciones democráticas; ni tampoco yerro si recuerdo que hubo parlamentarios en el primer Congreso democrático que llegaban directamente del exilio y de la represión del, estos sí, régimen y casta anteriores (cómo olvidar a la Pasionaria y Alberti, símbolos del tiempo nuevo y de la expresión de la soberanía popular de un país gracias a eso más digno).

Una foto para la historia: Dolores Ibárruri y el poeta Alberti, en el Congreso de los Diputados como parlamentarios electos por el partido comunista en las primeras elecciones democráticas (Foto El País)

Más aún, aquellas elecciones y las sucesivas hasta la fecha permitieron y han permitido que, por todo el país, gentes –iletradas o leídas, pudientes o humildes– que, si disentían, hasta entonces no podían más que callar o exiliarse, pudieran representar a sus pueblos, aldeas, ciudades, en diversas instancias políticas y gubernamentales, gracias el supremo ejercicio de cualquier democracia que se precie, el de votar; a todos los cuales, de entonces a hoy, llamarles casta resulta, como poco, infantil.

Reconozco, pese a ello, al partido Podemos los procedimientos de dinámica de participación interna hasta ahora mostrados, que a mi juicio deberían ser emulados sin dilación por los demás. Pero lamento no tener muy claro qué ideas llevaría Iglesias a la práctica si gobierna (al respecto, me he propuesto mantener entre paréntesis su público proselitismo no hace tanto en un acto en el que se exaltaba como ejemplo democrático a un gobierno, no diré a un país, el venezolano, que, al parecer y sirva de reflexión, entre 2004 y 2013 nunca perdió una sentencia ante su Tribunal Supremo, de entre 45.000 emitidas, lo cual no precisa de mayores añadiduras).

Por ello, me ciño a lo más reciente. Así, en la antedicha entrevista que dio a El País aludía a, acaso, algunas de las más populares propuestas que hasta la fecha ha esgrimido, las cuales abanderaban su discurso para las elecciones europeas de hace unos meses: la subida de las pensiones y la renta universal básica (aparte del impago de la deuda, que ya es no es tal, sino “reestructuración” de algunas de sus partes). Interrogado sobre por qué ahora matiza ambas propuestas, señala que hay una cosa que es verdad, no es lo mismo hacer un programa para unas elecciones europeas (…) que hacer un programa de Gobierno para gobernar (…) [sic]. Lo que nos han dicho los economistas con los que hemos trabajado es que no vamos a poder reducir la jubilación a 60 años en un año ni en dos, tiene que ser una tendencia para repartir el trabajo pero nos lo tenemos que plantear como tendencia”. ¿Y con la renta básica?, se le inquiere, y responde: “Nos han dicho también que aunque la renta básica es una magnífica idea y una tendencia muy interesante, no lo vamos a poder hacer en los dos primeros años”.

Algo es algo, tampoco es que las demás alternativas en liza sean precisamente un dechado de claridad, antes al contrario. En todo caso, que el partido Podemos sea posible no es otra cosa que un signo de salud democrática del sistema vigente. Sin embargo, lo recomendable sería que todas las siglas, en los próximos meses, lo que expongan en la plaza pública sean ideas y propuestas argumentadas y realizables, porque ciertamente hay muchas cosas que corregir y mejorar, demasiadas quizá. Para ello, es crucial que todos afinen su diagnóstico de partida (y revisen sus referentes si hubiere lugar), para saber con claridad a dónde proponen llevarnos. Creo que los ciudadanos merecemos que hagan el esfuerzo.