Mirado desde fuera, las malas experiencias no parecen una barrera para avanzar, y no faltan ánimos para superarlas, evitando valorar las secuelas que queda en la persona. Este escenario se recrudece cuando esa experiencia deriva de haberlo perdido todo, en el aspecto económico, una realidad bien conocida por muchos pequeños emprendedores.
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Lo económico procede de deudas adquiridas para salvar el negocio, que luego se traslada a la vida personal del emprendedor. Si hay un contexto común a los pequeños empresarios, es la imposibilidad de separar lo corporativo de lo personal, por una razón bien sencilla: la cercanía de su actividad con sus clientes, el cara a cara diario con su masa social.
Lo psicológico es la consecuencia de los compromisos. De camino a poner en marcha un negocio, mucha gente ha aportado algo; no siempre económico, sino en forma de tiempo, respaldo moral, apoyo psicológico, colaboraciones sin remuneración, etc. Por lo tanto, el hecho de ver cómo la barca se hunde, favorece la culpabilidad del emprendedor. ¿Cómo se convence ahora a estas personas para que vuelvan a confiar? ¿Cómo se les explica que si antes no se prosperó ahora sí es posible hacerlo? Es una tarea difícil y ardua que el emprendedor debe tener en cuenta, basándose en un precepto imprescindible: no porque algo fracase es el fin del mundo ni el fin de las nuevas iniciativas.
Lo personal depende de la estructura psicológica de cada individuo. En estos casos me viene a la memoria lo siguiente: es que tú mismo no te valora y así es imposible conseguir nada. Es un comentario recurrente de quienes ni siquiera han vivido la misma situación o la misma presión que el empresario. ¿Cómo es posible entender algo tan particular si no se ha vivido en primera persona? Al fin y al cabo, aunque esto sólo sea una rémora personal, quien lo ha vivido segundo a segundo conoce el peso de esa realidad.
La salida se fundamenta en la capacidad personal y en la experiencia. Aunque sea difícil volver al rumbo de la confianza o del optimismo tras un fracaso, un emprendedor no debe olvidar de dónde viene, seguir la ruta de sus logros, para ver cómo eso le ha aupado hasta donde se encuentra ahora. Si bien a veces parece que el éxito se debe más a las ayudas externas, ninguna reputación se debe a nadie sino a uno mismo. Por lo tanto, como hemos comentado alguna vez, si los problemas son intransferibles, es sólo de uno mismo, el éxito también.
La experiencia es el rastro de infinidad de pequeños éxitos, de pequeñas conquistas, que suman un volumen visible y debe, por lo tanto, formar parte de la fortaleza de la persona; debe constituir su seña de identidad. Es decir, no existe ninguna experiencia ajena a los pequeños logros, porque de lo contrario se habría eliminado del proceso de aprendizaje, se habría reemplazado por otras acciones. Así pues, hay que saber sacarle rendimiento, complementarlos con la nueva iniciativa y creer en ellos.
Por último, un emprendedor nunca debe olvidar de dónde viene. Me atrevería a asegurar que su ADN creativo se fundamenta en la puesta en marcha de iniciativas. Si sufre cientos de fracasos, éstos no deben constituir una barrera, sino un estímulo para pensar en el siguiente paso hacia el éxito.
fuente de imagen: @morguefile
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