Publicado en ValenciaOberta
Cuando uno contempla los hechos desde una perspectiva ajena al característico juego político de izquierdas contra derechas o gobierno frente a oposición se encuentra a menudo fuera la discusión. Todo tiene que polarizarse. Todo acaba en maniqueísmo de una forma nada sutil, por cierto. Así, los mismos hechos, son juzgados de distinta manera según el actor pertenezca al color del tertuliano o columnista o por el contrario milite en el bando contrario.
He asistido, no sin cierta sorpresa y con bastante regocijo y risas flojas, al aplauso generalizado del hecho de que el Partido Popular de Madrid nombre un embajador en Londres por parte de los mismos que han crucificado verbalmente al gobierno catalán, y con menos vehemencia también al valenciano, por abrir embajadas allende nuestras fronteras. Las embajadas, propiamente dichas, cumplen funciones de representación política y comercial. Las oficinas autonómicas, nuevas o existentes, pretenden cumplir similares funciones, o al menos una de ellas.
No entraré en este párrafo en el fin que pretenden tales dispendios. Luego me polarizo. Puede tratarse de ayudar a los extranjeros a venir a España, caso de Madrid, a los valencianos a ir al extranjero, caso del IVEX, o publicitar el buen nombre y el seny de nuestros vecinos del norte, – hoy por hoy algo discutible, si me permiten el hachazo. El hecho desnudo es que los gobiernos autonómicos gastan nuestro dinero en abrir oficinas por doquier. Este es el hecho, el medio que utilizan algunas Comunidades Autónomas para ciertos fines. Y si defendemos que según el fin podemos utilizar o no el medio, podremos justificar cuantas barbaridades se nos pasen por la cabeza. El socialismo, por ejemplo. El hecho sustancial, el hecho enjuiciable, es si las comunidades autónomas tienen o no legitimidad para pagar el sueldo a unos señores, fuera de nuestras fronteras, y que representen solo al territorio autonómico.
El fondo del debate debería tenerse entre posturas centrífugas y centrípetas. El debate primario es el nivel de autonomía, de federalismo, de competencias o como quieran llamarlo que deben tener los gobiernos regionales. La polarización debiera crearse entre los que decimos sin complejos que para minimizar el poder del Estado también vale el “divide y vencerás” y los que prefieren la centralización. Entre los que preferimos que haya competencia fiscal, y sus 17 o 50 Agencias Tributarias, y los que quieren una sola – porque es más fácil escapar del expolio fiscal yendo de Cuenca a Castellón que de Murcia a la City. Y quien dice Agencia Tributaria dice todo lo demás.
La realidad del debate, por el contrario, la de la tele y los periódicos, se ha llevado a otros términos. A la utilidad. A la capacidad en este caso del embajador madrileño. Como tantas otras veces se pretende justificar el medio mediante el fin. El cual, dicho sea de paso, es del todo pueril. Aquí me ya me polarizo. Para convertir Madrid en la City solo hay que tener un sistema fiscal que lo permita, con muy bajos impuestos y muy poca burocracia. Si además hay que vencer la barrera del idioma, yo diría que Madrid tendría que ofrecer alguna que otra ventaja fiscal mayor que Dublín. Y la cosa no depende tan solo de Madrid, por cierto. Con una Agencia Tributaria madrileña, igual sí dependía. Qué cosas.
Por lo tanto, si queremos apoyar el hecho, deberemos apoyar honestamente, los hechos similares. Si cabe un tipo de embajada, caben todas y para todos. Y viceversa. Y con posterioridad podemos juzgar el desempeño o la oportunidad. Pero llenarse la boca – o los bytes – con que unas sí y las otras no, no es más que aseverar que el fin justifica los medios. Y eso justifica, como ya he dicho, todas las atrocidades cometidas por el hombre.
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