“DE ENTRE LOS VIVOS”... fragmento Capítulo 11

Por Antonio J. Alonso Sampedro @AntonioJAlonso

11 Marion y Lila

...Me acerqué resuelto a interrogar a la Sra. Bates y al instante reparé, dada mi invisible transmutación, en su imposibilidad a pesar de lo cual pronunció un... “¡Scottie!” que paralizó mis pasos y nubló mi capacidad de reaccionar. Tras ello, se dio la vuelta y mi razón dejó de funcionar: la Sra. Bates era una momia disecada (al modo de los pájaros de Norman) que podía hablar pero no mirar, pues sus órbitas oculares presentaban un profundo vacío fantasmal. Por instinto alcé un brazo que, pese a mi estado inmaterial, vino a chocar con la lámpara provocando una oscilación de siniestras luces y sombras en aquella estancia que me sobresaltaron aún más. Lo que fuera el cuerpo inanimado de Norma, que así se llamaba la Sra. Bates, sabía quien era yo y lo que había ido a buscar porque habitaba mi misma realidad, la de los finados atados a la vida por deudas sin abonar. Me nombró a Madeleine Elster y su collar, aunque no me reveló si yo los podría hallar. Ella no podía escapar de la casa donde vivía su hijo, enfermo mental y demasiado vulnerable ante los demás, quien necesitaba su cuidado maternal. Un hijo al que, pese a haberla envenenado hace diez años junto a Joe Considine (su padrastro) por unos equivocados celos de amor filial, debía defender de toda mujer que de él se quisiera aprovechar. Marion fue la última y Arbogast, por entrometido, iba a ser el próximo daño colateral. Los dos sumergidos en las aguas del pantano para pagar su atrevimiento, como antes otros tantos más. Pero no serían los últimos, mientras la psicosis transformista de Norman le sindicase a una posesiva madre que le ordenaba matar. Para la Sra. Bates, Lila también representaba una amenaza real.

Perplejo y soliviantado abandoné el siniestro motel, dudando de la credibilidad de las apocalípticas palabras de Norma Bates, si bien convencido de que el collar “MacGuffin” se valía de cualquier posibilidad ofrecida por su destino para condenar a las damas trigueñas que lo habían disfrutado, sacerdotisas de una diosa llamada Carlotta que castigaba con crueldad a quienes lucían un color de pelo similar al de aquella que en el corazón de Valdés ocupó su lugar. El enemigo de las rubias actuaba una vez más...

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