La igualdad de géneros es un largo camino en una sociedad machista como la nuestra. Tan machista que ni siquiera ha prosperado la aprobación de una ley para el matrimonio de personas del mismo sexo, a pesar de que la principal defensora de dicho proyecto es hija de nuestro General-Presidente.
Escuchaba este fin de semana en televisión a un panel de expertas disertar sobre el lenguaje sexuado; se criticaba el machismo imperante en el lenguaje y hasta en las leyes, y se exhortaba a erradicar esa minusvalía entre otras cosas sustituyendo con los artículos femenino y masculino la generalización masculina tan al uso.
Yo debo ser medio retrógrada a pesar de creerme lo de la igualdad porque eso me parece de una superficialidad absoluta; es dar un carácter semántico a un problema de profundo arraigo mental y social.
No me parece importante si se habla de “los niños y las niñas”, me parece importante que se erradique el juego donde los roles están predeterminados por el sexo; tampoco encuentro importante que se alargue una oración para decir “las jóvenes y los jóvenes”, en cambio es muy preocupante esa mirada machista que me devuelven los textos del reguetón o los videoclips. Me molesta la impostación cuando se mencionan “las mujeres y los hombres”, pero siento gran impotencia ante el abuso físico y verbal que se manifiesta de manera cotidiana en la sociedad; más todavía cuando es soterrado y ejercido desde una posición de poder.
A esas y esos puristas de la igualdad les pregunto si creen que remendando la forma van a resolver el problema de contenido; tan dispuestas y dispuestos están esas valedoras y esos valedores en su cruzada, que en cualquier momento veo a las niñas y los niños cantando en su acto patriótico: Al combate corred bayameses y bayamesas…