-De momento no parece que mañana tenga que ir por el hospi, no me han llamado y no tengo pacientes ingresados -le explico.
- ¿Y cómo vamos a hacer para darte la tarta de manzana que cuñadísimo te ha traído de Valladolid?
Me relamo. ¡Una tarta de Maro Vallés! Hace años que no la pruebo, pero eso no significa que la haya olvidado.
- Si de ahora a mañana no me llaman, me paso por tu casa a recogerla y te echo un vistazo.
La noche es igual de tranquila que la tarde del viernes, tras el cambio de turno llamo a la urgencia y no hay nada pendiente para mí. House llega de guardia, su cara me basta para saber que prefiere estar solo y tranquilo. No tardo en desaparecer.
Aparezco en casa de hermanísima, con las prisas no la he llamado. La exploro. Sobrinísima y ciclón también se apuntan, que una revisión médica nunca sobra, sobre todo en plena epidemia de gripe (de la que solo se ha librado el ciclón). Estamos en plena consulta cuando suena el busca.
- ¿Estás en el hospi?
- No, pero cuéntame.
- Tengo un paciente con una epistaxis que ya vino ayer. Le he retaponado pero sigue sangrando.
- No te preocupes que voy.
Le digo a hermanísima que, si quiere que la vea en el hospital, se componga en un minuto. Salimos juntas. En el coche termina de arreglarse, ya está acostumbrada, un trayecto Madrid-Linares previo a una boda da para toda una sesión de belleza, con mascarillas, maquillaje y peluquería (y hasta algo de siesta).
Al llegar me esperan no uno sino dos pacientes. La segunda es una mujer mayor, anticoagulada, con las dos fosas taponadas. Me llevo a ambos a la consulta. Hermanísima se ofrece a ejercer de auxiliar. Me vendrá muy bien.
El hospital esta vacío y aprovecho para trabajar a dos consultas. Siento a cada paciente en una y corro de una sala a otra. Hermanísima les tranquiliza.
-No se preocupen, es la mejor.
-Es que es mi hermana- les explico.
Remojo los taponamientos con anestesia antes de quitarlos. Mientras les hace efecto, aprovecho para hacerle una fibroscopia a mi incondicional ayudante.
Empiezo. Retiro los tapones y pongo unas mechas de algodón con más anestesia. La nariz duele mucho y los pacientes agradecen todo lo que se les haga para aliviar el trance. Con el primero no tardo en descubrir al vaso responsable, el caño de sangre que sale de él no da lugar a dudas.
- Se le ha roto un vasito (el diminutivo es un eufemismo), voy a quemárselo.
Agarro dos barras de Argenpal (con una le haría cosquillas a semejante manguera) y las aprieto contra el tabique, sobre el chorro de sangre. Espero unos segundos antes de retirarlas. Parece que he acertado, la cosa ha mejorado. Hago un poco de presión con una bolita de algodón y repaso la zona. Por si las moscas, pongo un pequeño tapón reabsorbible que tendrá que remojar para que se deshaga. No hace falta más, puede irse a casa.
Hermanísima le ha dado conversación a mi otra paciente y a su acompañante. Se han desahogado y contado su vida, obra y milagros: que si su hijo está fuera, se había ido el día anterior, que la otra es su vecina y no tiene hijos, y se ha venido con ella para que no estuviese sola. Me comentan que le salía sangre hasta por los ojos. No tiene claro por qué lado empezó, parece que fueron ambos (a veces pasa en los anticoagulados). En una fosa no tardo en encontrar un vaso y quemarlo. En la otra no veo nada sospechoso, por si acaso dejo un poco de material hemostásico y reabsorbible, así se protege la mucosa y evitamos sustos. No puede marcharse, tiene que quedarse un rato para que le controlen la anticoagulación.
Después de un poco de vida social en la urgencia, volvemos a casa. Hermanísima piensa presentar una moción en el hospital para que la contraten de relaciones públicas. La verdad es que tener un ayudante en la guardia, que anime a los enfermos, no va nada mal.