De Guatemala a Guatepeor ~ Wargos

Por Saerwen


La imagen es de Alejandro Avilés Pérez

De súbito oyeron un aullido, lejos, colina abajo, un aullido largo y estremecedor. Le contestó otro, lejos, a la derecha, y muchos más, más cerca de ellos; luego otro, no muy lejano, a la izquierda. ¡Eran lobos que aullaban a la luna, lobos que llamaban a la manada!
No había lobos que vivieran cerca del agujero del señor Bolsón, pero conocía el sonido. Se lo habían descrito a menudo en cuentos y relatos. Uno de sus primos mayores (por la rama Tuk), que había sido un gran viajero, los imitaba a menudo para aterrorizarlo. Oírlos ahora en el bosque bajo la luna era demasiado para Bilbo. Ni siquiera los anillos mágicos son muy útiles contra los lobos, en especial contra las manadas diabólicas que vivían a la sombra de las montañas infestadas de trasgos, más allá de los límites de las tierras salvajes, en las fronteras de lo desconocido.
¡Los lobos de esta clase tienen un olfato más fino que los trasgos! ¡Y no necesitan verte para atraparte!
-¡Qué haremos, qué haremos! -gritó-. ¡Salir de trasgos para caer en lobos! -dijo, y esto llegó a ser un proverbio, aunque ahora decimos «de la sartén al fuego» en las situaciones incómodas de este tipo.
-¡A los árboles, rápido! -gritó Gandalf; y corrieron hacia los árboles del borde del claro, buscando aquellos de ramas bajas o bastante delgados para escapar trepando por los troncos. Los encontraron con una rapidez insólita, como podéis imaginar; y subieron muy alto confiando como nunca en la firmeza de las ramas. Habríais reído (desde una distancia segura) si hubieseis visto a los enanos sentados arriba, en los árboles, las barbas colgando, como viejos caballeros chiflados que jugaban a ser niños. Fili y Kili habían subido a la copa de un alerce alto que parecía un enorme árbol de Navidad. Dori, Nori, Ori, Oin y Gloin estaban más cómodos en un pino elevado con ramas regulares que crecían a intervalos, como los rayos de una rueda. Bifur, Bofur, Bombur y Thorin estaban en otro pino próximo. Dwalin y Balin habían trepado con rapidez a un abeto delgado, escaso de ramas, y estaban intentando encontrar un lugar para sentarse entre el follaje de la copa. Gandalf, que era bastante más alto que el resto, había encontrado un árbol inaccesible para los otros, un pino grande que se levantaba en el mismísimo borde del claro. Estaba bastante oculto entre las ramas pero, cuando asomaba la luna, se le podía ver el brillo
de los ojos.
¿Y Bilbo? No pudo subir a ningún árbol, y corría de un tronco a otro, como un conejo que no encuentra su madriguera mientras un perro lo persigue mordiéndole los talones.
-¡Otra vez has dejado atrás al saqueador! -dijo Nori a Dori mirando abajo.
-No me puedo pasar la vida cargando saqueadores -dijo Dori-, ¡túneles abajo y árboles arriba! ¿Qué te crees que soy? ¿Un mozo de cuerda?
-Se lo comerán si no hacemos algo -dijo Thorin, pues ahora había aullidos todo alrededor, acercándose más y más-. ¡Dori! -llamó, pues Dori era el que estaba más abajo, en el árbol más fácil de escalar-. ¡Ve rápido, y dale una mano al señor Bolsón!
Dori era en realidad un buen muchacho a pesar de que protestara gruñendo. El pobre Bilbo no consiguió alcanzar la mano que le tendían aunque el enano descendió a la rama más baja y estiró el brazo todo lo que pudo. De modo que Dori bajó realmente del árbol y ayudó a que Bilbo se le trepase a la espalda.
En ese preciso momento los lobos irrumpieron aullando en el claro. De pronto hubo cientos de ojos observándolos desde las sombras. Pero Dori no soltó a Bilbo. Esperó a que trepara de los hombros a las ramas, y luego saltó. ¡Justo a tiempo! Un lobo le echó una dentellada a la capa cuando aún se columpiaba en la rama de abajo y casi lo alcanzó. Un minuto después una manada entera gruñía alrededor del árbol y saltaba hacia el tronco, los ojos encendidos y las lenguas fuera.
Pero ni siquiera los salvajes wargos (pues así se llamaban los lobos malvados de más allá del Yermo) pueden trepar a los árboles. Por el momento los expedicionarios estaban a salvo. Afortunadamente hacía calor y no había viento. Los árboles no son muy cómodos para estar sentados en ellos un largo rato, cualquiera que sea la circunstancia, pero al frío y al viento, con lobos que te esperan abajo y alrededor, pueden ser sitios harto desagradables.
Este claro en el anillo de árboles era evidentemente un lugar de reunión de los lobos. Más y más continuaban llegando. Unos pocos se quedaron al pie del árbol en que estaban Dori y Bilbo, y los otros fueron venteando alrededor hasta descubrir todos los árboles en los que había alguien. Vigilaron éstos también, mientras el resto (parecían cientos y cientos) fue a sentarse en un gran círculo en el claro; y en el centro del círculo había un enorme lobo gris. Les habló en la espantosa lengua de los wargos. Gandalf la entendía. Bilbo no, pero el sonido era terrible, y parecía que sólo hablara de cosas malvadas y crueles, como así era. De vez en cuando todos los wargos del círculo respondían en coro al jefe gris, y el espantoso clamor sacudía al hobbit, que casi se caía del pino.


El Hobbit. De la sartén al fuego.
  Wargos/huargos: raza malvada de lobos, aliados de los orcos de las montañas. En El Hobbit, se los describe como lobos enormes; es luego, Peter Jackson, el que les da la apariencia de hienas... Esto es lo que dijo Guillermo del Toro, cuando le preguntaron que posición adoptaría en relación a estas criaturas: “Mi posición en cuanto al tema de los wargos es que la clasica encarnación de demonios lobos en la mitología nórdica no son parecidos a hienas. Son lobos.”