De héroes y masones

Publicado el 21 marzo 2015 por Habitalia

¿Es posible hablar de una "heroicidad" masónica? ¿Existe alguna relación entre el proceso de iniciación del héroe y la iniciación masónica? Revisaremos algunos aspectos antropológicos que podrían arrojar luz sobre este aspecto.

Muchas veces, dentro de nuestras logias, durante los ágapes en pasos perdidos, o fuera de los templos, los masones escuchamos hablar de HH.·. del pasado que han quedado inscritos en la historia profana y en la historia de nuestra orden, con el apelativo de 'héroes'. Libertadores, pacifistas y pacificadores, gobernantes, pensadores, luchadores sociales, emancipadores mentales y, en fin, hombres de acción o de reflexión, adornan la larga lista de nombres que parecen merecer ese calificativo supremo en que el individuo común y corriente adquiere cualidades heroicas.

Sin embargo, más allá de lo meritorio que nos parezcan las acciones o elevadas las virtudes físicas, intelectuales, morales y espirituales de esos HH.·., reconociendo, claro está, el aporte que en sus respectivas áreas del saber o del deber cada uno pudo haber realizado, parece de enorme importancia analizar el fenómeno social y las razones por la que tantos hombres que pertenecieron y pertenecen a la M.·. Operativa han sido reconocidos como héroes en épocas y circunstancias disímiles y distantes, tanto por HH.·. como por profanos. ¿Es que se puede decir que los masones tienen "pasta" de héroes de forma apriorística y preconcebida? Afirmarlo sonaría más a hedonismo que a afán esclarecedor. Desde luego, asumir que porque se es masón se es dueño per se de un "aura" heroica, resultaría, además de vana hagiográfia, una idea demasiado reduccionista y no ayudaría a desentrañar el problema. Sería necesario elaborar un marco histórico, filosófico y antropológico, que permitiera aproximarnos al fenómeno social y simbólico que está detrás de la aparente "heroicidad masónica", si es que esta existe, y que desde luego no se podrá abarcar en este trazado, pero que quedará pendiente para el futuro, si así me lo permitís.

Deberemos, por tanto, enfocarnos solo un fragmento de este entramado, y para ello se deberá establecer una distinción tan básica como crucial: lo que transforma a un hombre en héroe en el mundo profano no es idéntico a lo que transforma a un masón en héroe en el mundo simbólico. O expresado de otra manera: lo que se considera virtuoso o modélico en un contexto histórico determinado, muy pocas veces coincide con lo que la M.·. considera virtuoso, ejemplar o digno de imitación, pues, mientras los valores y principios éticos y morales de una sociedad cambian con el tiempo, en la M.·. poseen universalidad e invariabilidad. No se entienda con esto que quien suscribe asume que en la orden todo esté dicho o que nada deba ser sometido a debate, sino que existen (al menos tres) pilares fundacionales - a saber: libertad, igualdad y fraternidad - a los cuales, si se renunciara, no estaríamos hablando de Masonería como la entendemos hoy. Dicho esto, aclaro que lo que aquí se pretende es descifrar las relaciones simbólicas y pragmáticas que se establecen entre la figura del héroe (como arquetipo humano) y la del masón (como individuo particular, único e irrepetible), y en ningún caso se busca elevar una apología de las bondades que puedan adornarnos, que teminaría siendo egocéntrica, burda, además de innecesaria.

Para lograr este objetivo, acudiremos a una obra ya clásica, titulada "El héroe de las mil máscaras" de Sir Joseph Campbell, que durante la segunda mitad del siglo pasado pretendió reconocer los patrones socio-antropológicos que en la historia y la literatura de Occidente hacían que un hombre fuese considerado un héroe. Campbell afirma que lo que distingue al héroe del superhéroe es que este adquiere cualidades sobrehumanas que lo diferencian y destacan del resto, transformándose en una figura inalcanzable e idealizada. El héroe, en tanto, debe por necesidad ser una persona corriente, pero de comportamiento virtuoso, que habita un lugar común, en el que pasa muchas veces desapercibido y cuyos mé ritos pueden servir de ejemplo a otros. El héroe debe luchar contra otros, pero siempre se observa la mayor lucha, la interna, la que enfrenta al sujeto con sus propios demonios. No nos sorprenderá entonces que en la M.·., amalgama de sílbolos y tradiciones humanas, se encuentren relaciones entre el proceso de configuación del héroe y el proceso de iniciación, aumentos de salario o grados simbólicos.

Como se espera demostrar, existen muchas similitudes entre la construcción del héroe y el caracter iniciático de la masonería. En primer lugar, según Campbell, ese hombre común que aspira a héroe, se enfrentará primero que nada a un reto que lo supera, y para el que no se encuentra preparado ni física ni psicológica o espiritualmente. Su primer obstáculo consiste en aceptar o rechazar el desafío que se le presenta. Si lo hace, deberá abandonar su espacio de comfort y traspasar el denominado "umbral" para enfrentarse a lo desconocido. Es la primera prueba del valor del aspirante, que a partir de ahora comenzará lo que se conoce como el "viaje de iniciación del héroe". Sin duda, esto nos remite al rito de iniciación masónica, que los profanos deben superar si desean ingresar a la orden. No son menos familiares para un masón los términos "umbral" (representado por las dos columnas que flanquean la entrada al Templo de Salomón) o "viaje" (los cuales debe realizar el profano para comenzar su proceso iniciático o el hermano que recibe el aumento de salario), que en la orden constituyen símbolos permanentes y primordiales desde las primeras etapas de aprendizaje hasta los más altos grados de la masonería simbólica.

Campbell continúa describiendo este proceso, indicando que luego de superado el "umbral", el ahora iniciado se deberá someter permanentemente a pruebas cada vez mayores, todas las cuales debe superar haciendo uso de sus virtudes (inteligencia, razón, fuerza o destreza, según el caso). Superadas estas pruebas, el iniciado ingresará al llamado "espacio feérico", lugar en el que todo lo que sucede es sobrenatural, y donde la magia colma cada rincón. Es aquí donde por primera vez el iniciado pone en riesgo su vida, pues se enfrenta a fuerzas mucho más grandes que él mismo, pero que deberá enfrentar y vencer para alcanzar la meta: la heroicidad. En este lugar misterioso, el iniciado adquirirá las herramientas y armas necesarias para enfrentarse a los retos siguientes, que serán cada vez más riesgosos, pero que, a su ves, le entregarán a cambio premios cada vez más valiosos. Siempre a punto de desfallecer, el iniciado logrará salir de este espacio fantástico, y al hacerlo, se enfrentará a la mayor de las pruebas que hasta ahora ha experimentado, pues se enfrentará al peor de sus enemigos: él mismo. Esta es la prueba definitiva, que al ser superada, transformará al iniciado en héroe. Vemos en esta secuencia, una similitudes no solo con el rito de iniciación, sino también con las características del segundo y tercer grado de la masonería. El espejo, el laberinto, las espadas, y los riesgos durante el viaje que representa simbólicamente el masón, no son sino emulaciones de las etapas que el héroe debe enfrentar para vencerse a sí mismo.

Sin embargo, el viaje del héroe no concluye aquí. Se ha vencido a sí mismo, pero a su vez, se encuentra solo. ¿De qué sirve el héroe si no hay nadie que lo reconozca como tal, valorando sus acciones y destacando sus virtudes? El héroe debe comenzar lo que Campbell llama el "viaje de retorno del héroe". En este viaje, el héroe volverá a enfrentarse a obstáculos y desafíos, pruebas físicas y psicológicas, pero para todas ellas ya está preparado. Su objetivo último es regresar al lugar de origen, desde donde comenzó la travesía, para que su nueva condición sea por fin reconocida y sus actos adquieran sentido dentro de una comunidad. Aquí es donde se puede establecer la correlación, quizás, más importante respecto a la masonería. Se refiere al aspecto simbólico y al pragmático que se anunciaba al comienzo. En primer lugar, el masón no adquiere ningún estatus por adquirir grados o por haberse vencido a sí mismo en la construcción del templo interior, sino que, ante todo, serán siempre sus HH.·. los que lo reconozcan como tal. Las luces del templo son las que guían al masón en la senda de la fraternidad, que lo obliga a acudir, proteger y beneficiar siempre a sus HH.·.

Desde la perspectiva pragmática, sobre todo en el , el viaje de retorno del héroe representa un valor crucial: el masón debe volcar sus conocimientos y experiencias en la sociedad que lo cobija y de la que surgió. El sentido final de este viaje, simbólico en un principio, adquiere cualidades reales y tangibles, en la medida que el masón deberá ser capaz de trabajar no para sí mismo, sino para el mejoramiento y el progreso permanente de las sociedades. El V.·.H.·. Osweald Wirth afirma en el Libro del Maestro: "Guardémonos, pues, de dormirnos sobre los laureles de nuestros padres que tomaron la Bastilla; no seremos nunca libres si no sabemos sacrificar continuamente nuestras mezquinas ambiciones al bien general". Desde la perspectiva de Campbell, el héroe que no regresa a su origen no es héroe en tanto no puede ejercer sus mé ritos o bondades, y por ende, no cumple función alguna. Mutatis mutandis, el masón no sería masón si no es capaz de ofrecer su piedra, de permitir que con ella se edifiquen templos a las virtudes y a las libertades que ha prometido defender, aún no siendo él el primer beneficiado. ¿Parece demasiado sacrificio? Baste decir que no por nada se ha establecido similitud entre las virtudes del héroe y las del santo. Comparten, de alguna manera, el deseo de entrega.

Si bien Campbell no está pensando en M.·., no cabe duda de que la masonería sí piensa en la heroicidad. No lo hace por vanagloria individual ni regocijo institucional, sino porque entiende que casa masón que aspire a la perfectibilidad del ser, debe asumir un compromiso con lo modélico, lo ejemplar y virtuoso. Darse por vencido es la mayor tentación del héroe, así como para el masón lo es alejarse de lo sabio, de lo justo y de lo bello. Las virtudes (virtus) de las que debe ser poseedor el masón, pueden variar de filosofía en filosofía, de rito en rito y según el esoterismo/ exoterismo que se proponga. Estas virtudes, teologales, cardinales o morales no son un todo indisoluble e inmutable, porque la realidad en que cada H.·. las practica tampoco lo es. Cada sociedad reclama para sí, ciertas virtudes específicas de sus héroes, tomen estos forma de divinidades, semidioses, sacerdotes, reyes o dirigentes políticos. El masón, si en algo se aproxima al ideal heroico, es en que se educa para dirigir, para liderar, para guiar. El Arte Real no es otra cosa que el Arte del buen gobernar, un Relox de Príncipes. Así visto, el héroe y el masón se deben a la sociedad que los reclama para guiarlos, para iluminarlos, pero para ello debe primero aprender a gobernarse a sí mismo. Ese es el viaje de iniciación que emprende el neófito hasta la maestría: el dominio de sí mismo para, en su retorno, poder acompaña a la sociedad en su progreso, que en todo tiempo y toda geografía clama siempre por las mismas y más primarias de las virtudes: la justicia y la equidad que promuevan la libertad.

Para finalizar una nota al pie. No podemos olvidar que el héroe no es siempre un héroe triunfante. Puede ser también un héroe trágico, cuyo reconocimiento del destino funesto que lo persigue (la anagnórisis clásica) le impide vencerse a sí mismo, deviniendo su inexorable muerte, sin reconocimiento alguno ( Orestes, Antígona, Edipo, etc.). De este destino trágico, que para los griegos era la manifestación de la virtud convertida en vicio, tampoco están libres los que perseguimos la Verdadera Luz. Temamos pues, a los vicios, que están en las sombras, en nuestra propia sombra.

Por M.·.M.·. Túpac (simb.·.)