Revista Cultura y Ocio

De hijos, emociones encontradas y distancias que no lo son.

Por Alejandra Naughton Alejandra Naughton @alenaughton
De hijos, emociones encontradas y distancias que no lo son.
Este último tiempo, con singular simultaneidad, vengo observando a mis hijos ya hombres inspirados, descifrando pasiones y temores, sopesando el pasado y el futuro. Crecen, se alejan, se acercan, van y vienen, elucubran hasta el infinito, siguen sus instintos. Y.... orgullosa me siento. Aunque también estrujada de tanto latir al ritmo de la alegría y la tristeza. También de la ilusión y el tantísimo miedo. 
Dice Mori Ponsowy en su hermoso libro Okãsan (mas que adecuado para mí por estos días): “¿Quién dijo que somos libres cuando escribimos o creamos? Escribimos y creamos desde el misterio. No desde un lugar al que decidimos ir, sino desde uno que nos llama y nos atrae sin que tengamos la menor idea de lo que encontraremos allí”. Y tal cual lo describe Mori, tal vez por las emociones de estos días con tantos nuevo caminos que estamos emprendiendo, con tantas transformaciones, hoy tengo ganas de escribir un relato cortito que dice así...
Habíamos terminado de cenar muy cerquita de la Sagrada Familia. Una tabla de ibéricos con una ensalada con queso de cabra, una copa (bah, dos) de un vino tinto de la Ribera del Duero y una Coca (bah, en realidad dos). Fue un sábado soleado, largo, intenso. Habíamos decidido salir de Barcelona en tren. La caminata fue por la costa de Sitges, el almuerzo en una taberna del puerto y el café y un carajillo desde una terraza que balconeaba al Mediterráneo observando la puesta del sol.
Cuando ya el cansancio daba señales claras de que el día se nos escapaba y era tiempo de volver, Facu me dijo: “antes, pasemos por el paqui”. Cruzamos la calle y entramos al pequeño local que según él, por estar siempre abierto hasta tarde, lo salvaba. Nos detuvimos en la góndola de los vinos y luego nos separamos. Yo me zambullí entre los frascos de olivas y latas de mariscos de procedencia diversa (tanto del Pacífico chileno como de mares europeos). En un momento me dí cuenta que no había nadie a mi alrededor, entonces retrocedí, y busqué en el otro pasillo. En su extremo Facu observaba cómo el encargado de la tienda, a su pedido, buscaba afanosamente en el freezer de los helados. Häagen-Dazs de dulce de leche era la consigna. Yo los alcancé justo cuando divisé un pote de sabor chocolate belga. Dije “yo quiero ese”. Llevamos los dos.
Mientras pagamos, Facu inesperadamente me abrazó y le dijo a quien nos atendía: “Ella es mi mamá”. Él discreto con su tez aceituna y sus ojos grandes y profundos levantó la vista y con una leve sonrisa cómplice dijo: “Su mamá? Ah...Su mamá...”. “Sí, soy su mamá” balbuceé recostando mi cabeza en su hombro. Fue un instante fugaz en el que nos reímos y reconocimos juntos. Nos siguió con la mirada mientras salíamos del local abrazados y lagrimeando. Supimos los tres que pese a estar tan lejos de nuestra tierra natal no estábamos solos, aunque de noche en noche uno esté sentado en la caja del local vacío con la mirada perdida, al otro se le antoje un helado para hechizar su melancolía rockera y yo, desde el Atlantico Sur, a esa mismísima hora, todavía esté atardeciendo.

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