De Isabel y Fernando,el espíritu NO impera…
(A Jose Ignacio Frontaura Basterra, excelente conversador.)
El día 16 de noviembre de 1.932, Ortega y Gasset pronunciaba en las Cortes de la II República un interesantísimo y controvertido discurso sobre la autonomía catalana. Ortega define a la parte más extensa de su disertación como “doctrinal” y, cuando pronuncia la frase: “Con ello desemboco en la tercera y última parte de mi discurso”, la transcripción deja la siguiente constancia: (el auditorio respira animoso cuando oye que el orador anuncia que en su discurso comienza la vertiente de descenso)
José Ortega y Gasset
Personalmente no me siento en total acuerdo con D. José pero, como lo cortés no debe quitar lo valiente, admito que me regocijo con la calidad del verbo del orador aunque, en su conjunto, lo que me inspire es que aquí somos todos diferentes y que, cualquier intento de vestir a estos pueblos ibéricos con una uniformidad nacional, está condenado al fracaso aunque quién lo defienda sea, nada más y nada menos, que D. José Ortega y Gasset quién, por supuesto, no obliga, sino que razona en el citado discurso.No hace mucho que un amigo me comentaba que España fue antes imperio que nación y, a tal criterio, sólo tengo que oponerle que ni siquiera fue imperio. Carlos I llegó a dominar territorios, pero no tuvo una Administración común o ni siquiera tuvo una Administración; ya fuera por el gran inconveniente (para la época) de las enormes distancias territoriales, ya fuera por la falta de financiación (demasiado tenía Castilla con alimentar sus campañas militares y sobre todo la egocéntrica disputa con su primo José I de Francia, por ser coronado Emperador del Sacro Imperio) ya fuera por su enorme deuda con los llamados banquero de Carlos V por algún historiador o por su propia incapacidad política, el emperador nunca tuvo un imperio porque ni siquiera tenía una nación que fuera metrópolis ordenada de ese imperio. Lo único que tuvo fue una colección de territorios conquistados e inconexos.Escudo de Isabel y Fernando de 1.941.
Todavía falta GRANADA
En esta tesitura, la resultante es que los territorios ibéricos (con las disculpas a Portugal) se planteen sus particularidades, pero no ya como diferencia cultural o de otro tipo, sino como liberación de un secular avasallamiento durante el que nunca faltó la floración de efectos independentistas y, mientras más se alargue la solución del problema, no ya de Cataluña, de Euskadi, de Galicia o de Andalucía, sino del conjunto de todos los pueblos, con mayor fuerza se manifestará la animadversión hacia el significado de España, porque la conciencia individual se fortalece en la medida en que aumenta la cultura, posibilitándose la toma de identidad. Obviamente la solución no puede pasar, a mayor o menor plazo, por otro camino que por el de la necesidad de devolver a cada cual, ni más ni menos, que aquello de lo que quiso apoderarse España.
Hace unos días, el Sr. Aznar, se posicionaba como abanderado de la unidad española frente a las intenciones secesionistas de algunos territorios peninsulares e incluso de la siempre olvidada Canarias. Tal reacción se producía sin posible respuesta, sin dar lugar a la deliberación que debe ser fuente de toda luz; presentaba a España como una unidad tal y como está y porque sí, de forma que lo que pedía para el pretendido conjunto nacional era, ni más ni menos, lo que negaba para el resto de los territorios que reclaman su nacionalidad. Tal planteamiento, además de irracional, es tan egoísta que difícilmente resiste el envite de una discusión que pueda pretender ser democrática, luego nos situamos de nuevo ante una imposición que socava cualquier cimiento consistente y que, a la postre, no es viable sino por el camino de la fuerza, que jamás perdura ni se impone al de la razón.
¿Tendremos que sentir, con D. Antonio Machado, la existencia de las dos españas con la espada de Damocles de que una de las dos venga a helarnos el corazón? Parece que sí. Existe una España oficial que afecta a una clase privilegiada, gubernamental y añorante de pasados no precisamente gloriosos, como nos quisieron hacer creer y una España real distante, una España de a pie, pobre, sufridora de desmanes históricos y presentes y, por lo tanto, ajena al sentimiento de patriotismo que a la fuerza se pretende. Esta España se identifica con sus particulares hechos diferenciales que afectan a sus territorios, ya sean de carácter lingüísticos, histórico, geográficos o de simple marginación ancestral.
Henry Kamen
El historiador Henry Kamen, en un reciente artículo publicado en el diario “El Mundo”, me hace volver, irónicamente, al discurso de Ortega al plantearse la posibilidad de una Cataluña británica en razón al asedio franco-español de 1.714 y al abandono de los británicos en aquellas contiendas. Según Ortega la inestabilidad de una parte de Cataluña en cuanto a la pertenencia a un estado, es una característica poco menos que endémica, por lo que el problema catalán era algo que no tenía solución y se estaba condenado a vivir con él. La cuestión, aparte ironías más o menos ingeniosas, es que el problema catalán ya no es sólo de Catalunya, sino de muchos pueblos del Estado Español que no se reconocen bajo la batuta del director de orquesta de Madrid.La solución, en mi criterio, no está en ironías ni en considerar menudencias las inquietudes nacionalistas, sino en reconocerlas, dando por hecho que el asentamiento de la llamada nacionalidad española, tal y como se plantea en estos momentos, carece de sentimiento genuino para mantenerlo. Cabe la posibilidad de que una declaración de independencia contraria a la Constitución de 1.978, al estilo de Artur Mas, provoque la intervención del estamento militar que ha jurado defender a esa Constitución, defender a España de sus enemigos exteriores e interiores y prometido al rey que, según el mismo texto legal, no podemos olvidar que es el Jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Nada más arcaico y terrible podría suceder. La declaración unilateral no es recomendable porque sería una justificación para acabar con el Estado de las Autonomías, retrocediendo aún más en las libertades.
El espíritu de toda ley, considerada como herramienta para la regulación de las relaciones humanas, radica en su adaptación a la costumbre, en el ser consuetudinario, si la ley va por detrás de los avances en el modus vivendi, se convierte en un obstáculo para el desarrollo y para la democracia. Esta es la causa por la que la Constitución de 1.978 no puede permanecer intocable (salvo en lo que ya lo ha sido por intereses parciales y puede que espurios) porque ya no expresa la voluntad de una gran parte de los ciudadanos y ciudadanas. La situación pide la consulta popular acerca de la forma de Estado y se hace innegable el serio planteamiento de la III República que el pueblo pide en las calles siendo un clamor al que, hacerle oídos sordos, resultaría a la larga suicida. La posibilidad de reducir al recuerdo a la institución monárquica, recuperando la soberanía del pueblo en contra del vasallaje siempre debido a un rey por más constitucional que se diga que sea y que, escandalosamente, nos ha llevado a la desconfianza hasta del Poder Judicial, por las controvertidas actuaciones judiciales respecto a miembros de su real casa, siendo, para mayor agravante, en nombre de S.M. el Rey en el que los jueces y tribunales imparten la justicia, sería, en estos momentos, de puro absurdo ignorar.
El advenimiento del nuevo Estado tendría que reconocer el derecho de los pueblos a su autodeterminación, decidiéndose libremente y por cada uno de ellos la confederación de los mismos. Esto, y solamente esto, sentaría bases sólidas y principio histórico para defender un bloque nacionalista español, en la misma medida en que podría definir la nacionalidad, confederada o no, de cualquiera de estos pueblos de la península Ibérica y territorios insulares. Empeñarse en el inmovilismo es cerrar los ojos a que el “espíritu de Isabel y Fernando”, es decir, de sus capitulaciones matrimoniales, nunca ha imperado a no ser por la fuerza y a que, siendo tan necesaria la sangre, resultaría una estúpida crueldad derramarla “por la sagrada bandera”.Eugenio Manuel Díaz HerezueloخينيومانويلدياساِريسويلوOctubre de 2013