De la antigua normalidad a la prometedora nueva normalidad.

Publicado el 04 diciembre 2020 por Alexapn @pereznova

“La verdadera felicidad” es un cortometraje que participa en el X Festival Iberoamericano de ABC – FIBABC, que con una propuesta sencilla y desde la visión de dos jóvenes holandesas, consigue mostrar que no entendemos qué significa ser felices, lejos de cualquier materialidad y ambición extrema. Al final, las protagonistas descubren que la felicidad ha estado frente a sus ojos todo el tiempo.

Y es que la temporada navideña nos recuerda, que aparentemente es el único momento en que podemos rozar la felicidad o lo que creamos que signifique. Parece que dar obsequios, compartir cenas, reunirse en familia y repetir filmes de renos, elfos y santas, nos concede como por arte de magia, la esquiva felicidad por al menos un mes.

Luego termina como cualquier tendencia de estación. Pero ingeniosos como somos, reciclamos tendencias sin importar que la emoción nos abandone pronto, una rutina. Sin embargo, la nueva normalidad tan variopinta, ha conseguido que hasta la navidad sea una misión imposible, por más que nos esforcemos en creer que todo sigue igual.

Así que de reciclar tendencias para encontrar el camino a la felicidad, estamos comenzando a reconocer que en esta nueva normalidad son insuficientes. Que ha llegado el momento de explorar todo nuestro potencial creativo, así sea por supervivencia, y ser algo más que tendencias que convergen en la obligación de ser económicamente productivos a toda costa.

A esa conclusión he llegado luego de conocer el resultado del referéndum realizado en Suiza el domingo anterior. Un país reconocido por su increíble calidad de vida y aparente consciencia social y ambiental. Inspirador de todas esas postales navideñas que recorren el mundo por esta época y destino turístico de lujo por excelencia, que hace creer, que es el prototipo de la calidad de vida donde se puede encontrar la esquiva felicidad.

Con esos antecedentes se esperaba que el referéndum sobre “Empresas responsables” tuviese un éxito arrollador, desde dos iniciativas encaminadas a un mundo más equitativo, sostenible y justo.

La primera iniciativa imponía a las empresas suizas ejercer control sobre las actividades de sus filiales y socios en el exterior en materia de derechos humanos y de medioambiente. La segunda iniciativa exigía poner fin a la financiación pública de compañías responsables de la producción de armamento.

No obstante, en tiempos del coronavirus, donde combatir las causas de los problemas globales debería ser una prioridad, resultó ganador el “No”. Un triunfo para el gobierno y el parlamento suizo, que habían recomendado rechazar las iniciativas por atentar contra el sistema productivo.

Claro que les perjudicaba. De plano debían detener sus operaciones, como la del conglomerado suizo Glencore, responsable de que en Cerro de Pasco en Perú, una ciudad minera donde antes había una preciosa laguna, los niños presenten altos niveles de plomo, con los consecuentes problemas de salud. Pese a las millonarias ganancias de Glencore, la pobreza es un estado “natural” en el distrito Simón Bolívar y sin posibilidades de probar un poco de la calidad de vida Suiza.

El precio por mantener el paraíso europeo, lo están pagando los países del tercer mundo. No hay duda. Solo hace falta ver una postal de los Alpes Suizos junto a una de Cerro de Pasco. Las conclusiones corren por cuenta de cada uno.

En este referéndum el sentido común perdió por un estrecho margen. Pese a que el 50.7% votó a favor y el 49.3% en contra, el resultado por cantones o estados: 12 en contra (germanos) y 8 a favor (franco-italianos), consiguió invalidar el voto popular.

Después de todo es alentador que en medio del sin sentido, todavía hay personas conscientes de la necesidad de un cambio. Que saben, es urgente porque el coronavirus es solo una señal de alerta, a futuro será el menor de nuestros problemas. Sin embargo, todavía somos como el elefante atado a la estaca.

Y bueno, hay que comenzar a darle la vuelta a la situación, y como el elefante, aceptar que avanzar depende únicamente de nosotros, y de disipar el humo de seguridad y calidad de vida que hemos comprado a un alto precio a “la estaca” y que no permite ver el horizonte. En esto nos jugamos la vida.

En la antigua normalidad apenas nos enteramos de los graves problemas socioeconómicos, que se mostraron en todo su esplendor con la epidemia por coronavirus. Estábamos intoxicados con el consumismo social, considerando cuáles eran los temas que nos ocupaban; basta con revisar las tendencias de Google Trends en 2019.

Consumo: Black Friday y IPhone 11.

Política: Las “hazañas” del populismo en cabeza de Trump, Bolsonaro, Maduro y Putín.

Entretenimiento: Realities como Gran Hermano en todas sus versiones para los diferentes países.

Cine: Capitán Marvel, Juegos de tronos y todas las películas del género, básicamente por la necesidad de encontrar un héroe.

Actualidad: Escándalos de celebridades, como Jeffrey Epstein, Trump, el príncipe Andrés y otras personalidades admiradas mundialmente.

Estilo de vida: Monarquías, Ronaldo y otros futbolistas

Deportes: Mercado de fichajes.

Tecnología: Tik Tok.

Temas geniales para pasar un rato con amigos, pero que de ningún modo aportan soluciones a la crisis actual.

Sin embargo no todo está perdido, que la nueva normalidad es toda una novedad y poseemos el ingenio creativo para descubrir sus bondades. Pero como dijo Jesucristo, "el vino nuevo no se pone en odres viejos o se echa a perder". (Lucas 5:33)

Primero debemos desechar los odres viejos, y eso pasa por reconocer nuestros fallos, nada hemos conseguido yendo contra corriente; que ya estamos agotados y hay que encontrar tierra firme.

Es tiempo de hacernos cargo de nuestras decisiones y sus consecuencias

Es sencillo, rápido y efectivo poner la responsabilidad en manos de otros. Qué los políticos, que la policía, que los bancos. Bueno, la realidad es que los resultados negativos en gestión social, son producto de nuestras elecciones, como mencioné semanas atrás.

Aquí un ejemplo. En 2018 se celebró en Colombia un referéndum contra la corrupción que ponía contra las cuerdas a los políticos involucrados, que tendrían que pagar hasta con su patrimonio. Y lo mejor, si ganaba, no tendría que hacer trámite en el congreso, que seguramente terminaría por perderse, sino que automáticamente se convertiría en ley de la república. Suena bien, particularmente porque lamentarse por la corrupción, es pan de cada día.

Pero era inconveniente para el gobierno, así que impusieron condiciones muy difíciles para su aprobación; algo como superar los "12 trabajos de Hércules", pero no importaba, todo el país quería acabar con la corrupción y sus consecuencias, era pan comido.

Sin embargo, el pan se quemó en la puerta del horno. El referéndum se perdió porque hicieron falta poco más de 600 mil votos para ganar en un país de casi 50 millones de habitantes. La mayoría, prefirió quedarse en casa viendo un partido para la clasificación al mundial de fútbol y otros, argumentaron que se trataba de una iniciativa de la izquierda y por ello carecía de valor.

Dos años después, en plena crisis pandémica, no hay dinero para las ayudas; ni para las pymes, la salud, menos para la población vulnerable. Pero sí es seguro el anuncio de más impuestos para el siguiente año, en un país donde el desempleo está rondando el 20% por las medidas de contención. No hay presupuesto y sí un astronómico préstamo por pagar al FMI, para paliar la pandemia, que además resulta absurdo si se consideran las regalías del petróleo, porque los recursos públicos han desaparecido en manos de la corrupción política. ¿Quién es responsable?

Es así que Suiza debió pensárselo mejor. Puede que sea una victoria para el modelo económico y político, pero al cambio climático poco le importa. Es más, ya sufre el deshielo de sus glaciares. Es seguro que como a Colombia, la cuenta de cobro le llegará con intereses de usura unos años después. No hay forma que el modelo económico revierta el desastre.

En ambos casos, el éxito de las iniciativas corría por cuenta de los ciudadanos, no de los políticos, quienes siguen en el poder pese a su cuestionable gestión, porque ha sido nuestra elección.

Es momento de tomar ventaja del espacio que nos da la nueva normalidad, para formarnos un criterio basado en la experiencia de la antigua normalidad y replantear nuestras elecciones, pensadas esta vez, con sentido común.

Qué no estás solo en el mundo, aunque en ocasiones lo desees

Mirar para el otro lado es una estrategia de evasión que ha funcionado por siglos en el mundo. Posiblemente, cuando mencioné la situación de Cerro de Pasco y la responsabilidad de la Suiza Glencore, intentaste ignorarlo. Tal vez pensaste que eso no ocurre dónde vives y que si el tercer mundo es un basurero, es culpa de sus habitantes; siempre tan incultos, incivilizados, ignorantes, irresponsables y otros adjetivos más.

Pero inevitablemente, a toda acción hay una reacción. Puede que Perú se encuentre a más de 10 mil kilómetros de Suiza, pero el daño ambiental ya toca a sus puertas. Los suizos se benefician de la explotación minera para mantener su estilo de vida, pero no es suficiente para evitar que pierdan su cultura que gira en torno a sus glaciares y centros de esquí, un lucrativo negocio turístico.

Los países desarrollados arrojan “donaciones” en metálico a los países del tercer mundo, de las que solo se benefician los políticos, para seguir ostentando el título de primer mundo, mientras continúan destruyendo los ecosistemas y la cultura de los países del tercer mundo, incrementando los problemas sociales de los que se sienten “víctimas”.

No, el centro de la calidad de vida no es Europa y las barriadas del tercer mundo y su “molesta migración” al continente de la calidad de vida, no es el problema.

Toda forma de discriminación es improductiva, anticuada e innecesaria.

Se habla de productividad, de innovación de desarrollo, calidad de vida y equidad, pero se pierde tiempo y recursos en acciones que van en contravía de estos objetivos. El populismo y los movimientos ultra, se convierten en obstáculos para el crecimiento de cualquier país.

Y el coronavirus ha dejado claro que no le importa ningún tipo de segregación. Que va por ricos y pobres, desarrollados y subdesarrollados, blancos o negros, de derechas o de izquierdas.

Al final, qué importa si la persona es negra, homosexual, latina, mujer, discapacitada, sí posee habilidades que aportan a tu sociedad, a tú país, a tu empresa, a tú familia. Pero no te vas a enterar si por "el efecto rebaño", decides que todos estos colectivos son un “problema social” y no les ofreces la oportunidad de desarrollar sus habilidades, aun en tu beneficio.

Si echamos una mirada al pasado, encontraremos que países como Estados Unidos, todavía una potencia, se hizo gracias a los migrantes que huían de la pobreza, problemas sociales y políticos de sus respectivos países, tal y como lo hacen ahora las personas del mal llamado “tercer mundo”.

La diversidad que ha impulsado la globalización es un hecho. El movimiento humano por motivos laborales, comerciales, culturales, turísticos y sociales, nos hace ciudadanos del mundo. Ya no es relevante la etnia, género, religión, cultura, política, idioma, somos una misma especie a pesar de las diferencias.

Que no tienen sentido ni validez estos sesgos sociales, son odres viejos que no tienen cómo mantener intacta la calidad del vino nuevo que nos ofrece la nueva normalidad.

Las fronteras son ideológicas y para sentirnos humanos en cualquier lugar del planeta hay que comenzar a derribarlas. Una oportunidad para enriquecer cultural y económicamente una sociedad.

El modelo de educación necesita replantearse

Con las medidas de contención, hemos descubierto que la educación es estéril. No solo porque muchas de las profesiones comienzan a mostrar fecha de caducidad.

La educación superior se apoya en costosas especializaciones que solo consiguen engordar el currículo pero sin efecto práctico, porque no ofrecen herramientas que resuelvan crisis de manera efectiva, y el desempleo continúa en aumento.

La tecnología no consigue ser una herramienta decisiva para la educación, con todo el potencial que posee. El boom digital, ha llevado al uso indiscriminado de las redes sociales y a la violación de la privacidad con objetivos puramente económicos.

Prueba de ello es que comienza a tomar fuerza, para enriquecer las estrategias de marketing, la carrera de Influencer. China puso en marcha la primera “escuela de influencers”. Ya le imitan varios países.

La “nueva profesión del futuro”, según una encuesta, impulsa al menos al 80% de los jóvenes, a considerarle como la única opción para obtener rápidamente reconocimiento y dinero, toda una innovación.

Pero pídele a uno de estos chicos que siembre una planta, construya un casa, salve una vida y solo podrán mostrarte las Selfies y los videos de su vida cool patrocinada por las marcas, con millones de seguidores, que al igual que ellos, no tienen idea de qué va la educación práctica para el futuro, partiendo del hecho que no creen que exista un futuro para ellos.

Lo hemos hecho mal, es un hecho. Encasillarlos como Millennials, Centennials, Pandemials, para determinar qué tipo de personas conviene que sean para el modelo económico, en lugar de educarlos con herramientas que les permitan enfrentar el futuro, ahora más incierto que antes, no les beneficia en nada. Tampoco nos sirve a nosotros, los patrocinadores de ese futuro incierto, porque es igual de incierto para un retiro más o menos digno.

Somos genéticamente sociales

Si algo ha quedado claro con la pandemia, es que sufrimos de “Hambre de piel”.

No era cierto que la tecnología nos facilitaría la vida. Que el teletrabajo era el medio ideal para compaginar la vida familiar; más tiempo para compartir y menos estrés. Que la tecnología nos proporcionaría más seguridad; las estafas, las cadenas de pedófilos y de trata de personas, han encontrado un nuevo nicho, donde sus delitos pasan inadvertidos e impunes.

Se confirma que los amigos virtuales no tienen buenos hombros para llorar, solo saben poner “me gusta” en tu perfil social. Necesitamos de la estructura familiar para formarnos con valores para rescatar el sentido de sociedad.

La vida no es funcional en las redes sociales. Ha conseguido “sacar nuestra versión más débil” como afirma Martin Hilbert, investigador de la Universidad de California-Davis y recordado por alertar del negocio de Cambridge Analytica con los datos de los usuarios de Facebook.

Replantear el consumo

Continuar a la espera que la vacuna solucione todos los problemas que nos aquejan desde la antigua normalidad, es una utopía. Si se piensa que los gobiernos ya comienzan a blindar a las farmacéuticas de posibles demandas por efectos adversos; significa que ninguna garantiza efectividad al 100% y sí efectos colaterales perjudiciales. Es obvio que es un negocio que no entra en la nueva normalidad que necesitamos construir.

La opción es impulsar esas tendencias que venían surgiendo desde antes de la pandemia y que van acorde con la nueva normalidad, una que requiere consciencia en todos los ámbitos y que nos recuerda que somos humanos, que anhelamos disfrutar la vida. Pero esto requiere reconstruir la economía desde una perspectiva sostenible.

Producimos más de lo que podemos consumir y los recursos naturales del planeta ya no dan abasto para el ritmo desaforado de la producción globalizada, que además, ha traído consecuencias negativas para las economías locales.

La economía compartida se apoyó en la globalización, para impulsar un modelo de negocio que asegura que "global es mejor que local", y tiene su lógica, pero no aplica en todos los sectores. Sin embargo, es todo lo contrario, "local es mejor que global", porque no todo es para todos ni todos pueden con todo, sin perjudicar sectores vulnerables.

El modelo globalizado ha ocasionado que la crisis por la pandemia nos golpee con contundencia; el problema es global, pero las soluciones no lo son. Significa que se necesita replantear el modelo económico con las salvedades correspondientes.

La democratización de la información ha facilitado que conceptos que se tenían por tabú sociocultural pierdan peso, para abrirnos la puerta a la búsqueda del bienestar físico, mental y social, permitiendo el surgimiento de nuevos modelos, como la economía circular, que aborda las necesidades desde la protección de nuestro hogar, el planeta, con negocios sostenibles y consciencia de la huella ambiental.

El medioambiente es una prioridad porque a este ritmo, ya vamos en menos de un cuarto y descendiendo. Esto nos hace pensar que no hay que dudar en usar inteligente y racionalmente los recursos del planeta y que reutilizar es una alternativa que propende por el bienestar común. Procura desmontar la obsolescencia programada impulsada por el consumismo, que atenta contra el presupuesto ambiental del planeta y la economía de cualquiera.

La contaminación ambiental destruye las fuentes hídricas y ocasiona que el efecto invernadero acabe con la poca salud que nos queda, aumentando las enfermedades respiratorias y otras patologías propias de los químicos que rondan en el ambiente.

Los aspectos por revisar son muchos, han sido siglos de desmadre social y económico. Pero cuando veo las publicaciones en LinkedIn, alucino con las excelentes propuestas y publicaciones; inspiradoras, geniales, creativas, con consciencia social, y entonces comienzo a creer que tenemos una oportunidad para superar la crisis.

El objetivo es construir con empatía una sociedad en la que entremos todos, con abundancia cultural, social y económica. Porque no basta con que yo esté bien, es suficiente con que todos nos encontremos estupendamente. Nos vemos la próxima semana.