Cuando Miguel Ángel esculpió su Piedad apenas tenía 24 años. No creo que haya imaginado entonces que su obra siglos después seguiría generando tanta emoción. Despejó de un bloque de mármol lo necesario hasta descubrir a una madre muy joven, con su hijo en brazos, desgarrado, herido. Dicen que quiso construir desde el dolor de esa madre un claro puente de comunicación que no nos dejara indiferente ante la barbarie. Fue también otro tipo de barbarie, esta vez ejercida por un geólogo y con 15 martillazos la que derivó en que la protegieran con un panel transparente y luego con unas vallas que, lamentablemente hacen ya casi imposible observarla.
Pero ella está allí, en la primer nave de la Basílica de San Pedro, a la derecha, y es luego seguida de obras monumentales. Es que, San Pedro es monumental por donde se la mire. Para empezar, es la iglesia mas grande del mundo pero, a poco de caminarla se nota que todo está proporcionado de manera tal que, a pesar de sus gigantescos rasgos, parezca natural. Un ejemplo son los querubines que sostienen las fuentes de agua bendita...son..mas altos que nosotros! Y otro ejemplo es el baldaquino de Bernini que con sus 29 metros de altura y 46 toneladas de bronce se erige sobre la mismísima tumba de San Pedro señalando también al altar mayor. Ni su altura ni su materia atentan contra la sensación de extraña elevación y movimiento que genera el verlo.
Claro que...no se puede hablar de San Pedro sin hablar de su cúpula y con ella otra vez, hablar de Miguel Ángel, esta vez bien entrados sus 70 años y plantado ya, no solo como escultor, sino como arquitecto. Porque...qué otra cosa es una cúpula que no sea la combinación perfecta entre escultura y arquitectura? Se erige desde entonces blanca en el horizonte romano aunque imperceptible a veces desde la plaza San Pedro.
¿Cómo puede ser que no siempre se vea desde la plaza? Pues se ve dependiendo de los ángulos, las distancias, las alturas. Fue sólo después de la intervención de Bernini que San Pedro encontró su identidad de conjunto arquitectónico perfecto y singular. Esa identidad que hace irrelevante ver todo al mismo tiempo, para dejar paso al descubrimiento acompasado. Descubrimiento del obelisco testigo de la crucifixión de San Pedro, descubrimiento de la enorme fachada hecha por Maderna (tanto que no permite imaginar lo que anticipa), descubrimiento de la cúpula omnipresente aunque no se vea si uno está muy cerca, descubrimiento de largas galerías encolumnadas que parecen abrazar con su forma elíptica a quien se aproxima.
Y es allí, en el concepto de abrazo que me quiero detener. Hoy, asistimos a la audiencia Papal de los días miércoles. Aventura abrumadora por la multitud que moviliza, por la excitación de saber que la experiencia será única. Todo es bullicio hasta que el Papa Francisco aparece por las pantallas gigantes y desde entonces, el bullicio en lugar de convertirse en solemne silencio, se transforma en gritos de aliento, de admiración, de esperanza, mientras su cabeza se observa grácil en movimiento entre la gente de todos los confines del planeta que vienen a visitarlo. Recorre todas y cada una de las calles especialmente delimitadas entre la multitud, una y otra vez, saluda a todos por igual. Permanece en la plaza durante toda la mañana, incansable, a la intemperie...como abrazándonos. Cabeza, cuerpo y brazos. Miguel Ángel, Maderna y Bernini. Ellos, Él, nosotros. Ojalá.
Pd. El 19/3/2013 en este blog escribía así sobre la designación del Cardinal Bergoglio como Papa Francisco. http://alejandranaughton.blogspot.it/2013/03/el-papa-francisco-y-la-argentina-una.html