Luego de algunos años, Luis tomó el hábito con los canónigos y ella con las monjas. Sin embargo, la vida de canonesa no era su vocación, por lo cual obtuvo la gracia de ser reclusa para vivir radicalmente el Evangelio. Se encerró en una celda adjunta a la iglesia, tan pequeña que ni siquiera podía acostarse completamente. Solo tenía una ventanita a la iglesia, para seguir los Oficios y recibir la comunión, y otra ventanita externa, por donde era alimentada por limosna, daba consejo espiritual y entregaba el producto de su trabajo manual.
Falleció en paz, a mediados del siglo XII, con gran fama de santidad. Fue sepultada en la iglesia de su monasterio y recibió culto por la Orden de Premontré.
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